
La pandemia ha obligado al encierro a millones de mujeres de la tercera edad en América Latina, quienes padecen con mayor dureza la desigualdad social
Inés Mujica
No existen enfoques integrales frente al envejecimiento poblacional. El conflicto armado que ha sufrido Colombia durante los últimos sesenta años ha hecho que sea el país con mayor número de población envejecida que el resto de los países en Latinoamérica. Esta población está envejeciendo más rápido que lo proyectado. En la segunda asamblea mundial sobre envejecimiento de la ONU, se reconoce que el mundo está experimentando una transformación demográfica sin precedentes. En esa asamblea Colombia se comprometió a estudiar el fenómeno del envejecimiento de forma rápida, pero hasta el momento es muy poco lo que se ha hecho, y la construcción de políticas públicas no ha sido la mejor.
En ese envejecimiento nos encontramos 3.246.362 adultas mayores, de las cuales el 70% pertenecen a los estratos 1 y 2, mientras que a los demás estratos pertenece el 30%; de lo cual, solamente recibe pensión el 21%. Colombia es el país con el menor número de mujeres pensionadas de América Latina. ¿Cómo van a vivir estas poblaciones, no solo de la ciudad, sino del campo, si no pueden trabajar como antes lo hacían?
De esas adultas mayores la inmensa mayoría no tenía derecho siquiera a estudiar, sobre todo, las mujeres que vivían en el campo. En las ciudades eran pocas las mujeres que lograban hacerlo, tanto así que los colegios eran femeninos y masculinos, la educación de las mujeres era distinta que la de los hombres, la mayoría de las mujeres ni siquiera llegaba a cursar el bachillerato, la sociedad las educaba solo para casarse.
Además, antes de que las mujeres conquistaran el derecho al voto, si enviudaban quedaban sin nada, porque no tenían derecho a heredar, por eso un gran porcentaje nunca tuvo ni tendrá acceso a una pensión universal. También, tenemos que recordar que el Gobierno les dejó prácticamente todo el problema a las familias, y como bien se sabe, aquí las dificultades económicas y de sostenimiento de la misma familia van a aumentar, y no se puede con el sustento de una persona no más.
La violencia dentro de los hogares
No solamente está el problema de las familias, sino que muchas de las adultas mayores son maltratadas física, y sobre todo, psicológicamente lo que constituye un tipo de violencia más grave porque no se ve, y por ende, muchas de ellas llegan a la depresión y algunas, incluso, se quitan la vida.
Por otro lado, están las que optan por seguir criando los nietos, sin que los hijos o hijas tengan en cuenta que esa abuela ya no tiene los reflejos que tenía antes, y si le sucede cualquier cosa al menor, esto conduce a un problema grave dentro de la familia, sin ser responsable la abuela; habiendo casos en que deciden ingresarla a un hogar geriátrico, el cual pagan mensualmente y se “quitan el problema de encima”.
En un hogar geriátrico no se instruye al personal que se encarga del cuidado de las adultas mayores, y es como si se tratara de un internado, pero con mujeres mayores. Asimismo, muchas de estas mujeres, que viven solas, tienen que ir a los comedores comunitarios, donde los hay, para poder siquiera tomar el almuerzo. En el campo es todavía peor la situación, porque allí no hay hogares geriátricos, y ellas no tienen ninguna pensión.
El derecho a la salud
El trabajo nuestro de la casa, es decir el trabajo del cuidado que realizan las mujeres debe ser remunerado, es un trabajo y como tal debería ser recompensado, aunque fuera con una pensión universal para que la mujer pueda vivir con dignidad sus últimos años. La otra problemática que enfrenta esta población es la salud, no todas las adultas mayores tienen acceso a la salud, ni siquiera al servicio médico especializado, es decir, geriatras; si lo de la salud está mal para toda la población, ¿cómo será para las adultas mayores?
Es necesario que haya, al menos, un profesional de la geriatría por cada 10 mujeres; de esta forma se mejoraría la atención en salud para esta población vulnerable, pero sobre todo, hay que buscar la forma en que esta iniciativa llegue hasta las que habitan en el campo, donde el sistema de salud es aún peor que en las grandes ciudades.
Desde el inicio de la emergencia sanitaria producida por el covid-19, a las y los adultos mayores se les impuso el encierro, y si necesitan un médico deben ir a la consulta, lo cual es contradictorio, pues lo ideal sería que pudieran tener servicio médico domiciliario. Asimismo, se les llama a preguntar si tienen los medicamentos necesarios y les envían la fórmula de forma virtual, sin importar que muchas de ellas viven solas y deben salir a comprarlas, peor aún, ¿qué pasa con las que no tienen internet o no saben usar las nuevas tecnologías?
Renta básica para enfrentar la pandemia
El encierro de las adultas mayores ha llegado a ser peor que una prisión, pues a muchas les ha tocado salir a conseguir la comida para no morir de hambre, cuando lo justo es que puedan recibir un mercado en casa, y así no salir a exponerse al contagio del virus.
Por esas razones a las adultas mayores se les debería otorgar una renta básica mientras dura la pandemia. En otros países de América Latina y del Caribe, como en Cuba y Venezuela, ellas reciben una pensión universal. En Cuba empezaron a recibir vivienda propia, antes vivían dos o tres en un apartamento y todas se ayudaban mutuamente, asimismo, había una persona que iba a verlas, las ayudaba y les enseñaba como tenían que hacer esa ayuda juntas. Así, en Cuba, hoy día, los y las adultas mayores pueden estudiar, no solamente en la universidad, sino donde quieran. También se han obtenido grandes avances en el estudio científico sobre la adulta mayor.
Es necesario que este 8 de marzo las adultas mayores salgan a celebrar esta fecha importante para las mujeres en las diferentes ciudades del país. Para muchas adultas mayores esta fecha es muy importante porque costó mucho trabajo que se impusiera en el mundo el 8 de marzo como el Día Internacional de la Mujer Trabajadora.
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