
Un histórico como dramático Boca-River, derivó en vergüenza mundial. Medios, política y violencia, convirtieron la final de la máxima competencia deportiva del continente en un bochornoso escándalo, que contribuye con la inocultable crisis del fútbol latinoamericano
Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
El golazo del delantero Darío Benedetto en el minuto 70, selló la clasificación del popular conjunto argentino de Boca Juniors a la final de la Copa Libertadores del 2018. En un partido aguerrido y con la presión de llegar a la gloria de la final, el potente zapatazo de media distancia del jugador gaucho, empataba a dos tantos el juego de vuelta, dictando la victoria de Boca sobre Palmeiras frente a 50 mil espectadores alviverdes en el Allianz Parque de Sao Pablo, Brasil. Boca era finalista.
No tendría tanto morbo, teniendo en cuenta la historia copera del equipo bostero que le da brillo a sus vitrinas con seis Libertadores ganadas, si no fuera porque un día antes, el 30 de octubre y también en territorio brasileño, su archirrival de patio, River Plate, se impusiera contra el Gremio de Porto Alegre por dos tantos a uno. Con un polémico cobro penal que concretó en los últimos minutos el Pity Martínez, 10 del conjunto millonario, la victoria fue para el equipo argentino. River también era finalista.
La Confederación Sudamericana de Fútbol, Conmebol, lograba por fin uno de los objetivos que cualquier instancia de fútbol internacional desearía: Enfrentar en una súperfinal a dos equipos del mismo país, histórica y culturalmente antagónicos, y con presentes de gloria y poder, en competencia por el máximo trofeo latinoamericano entre clubes de fútbol.
Incluso la Unión de Asociaciones Europeas de Fútbol, UEFA por sus siglas en inglés, no ha logrado por ningún medio el equivalente a un Boca-River en la final de la Champions Legue, que sería un Real Madrid vs Barcelona.
“La final del mundo”
Consumado el hecho de una final de Libertadores entre Boca y River, la trasnacional de televisión por suscripción y dueña de los derechos deportivos del torneo, Fox Sports Latinoamérica, construyó la campaña mediática de que los dos partidos a disputarse tendrían el sello de “lLa final del mundo”. Arrogancia combinada con deseos lucrativos.
Con un marcado sobrecubrimiento, que rebosa la ya exagerada antesala al superclásico, el periodismo argentino se encargó, por semana y media, en ambientar con programas de opinión y editoriales, magazines, y especiales deportivos tanto en radio como en televisión, lo que sería uno de los partidos más esperados en los últimos tiempos.
Es decir, asistiendo a lo que ha sido la previa más sobresaturada en toda la historia del fútbol, el Boca-River como final de la Libertadores se convirtió en un acontecimiento de ruptura, en el suceso que cambiaría la “historia”, no solo del fútbol sino de la sociedad argentina. Un partido para demostrar que en Latinoamérica, pero en especial en la Argentina, se vive la vanguardia emocional del deporte más hermoso del mundo.
Las antinomias del superclásico
Más allá de la saturación que se ha generado, existe una realidad imposible de ocultar: El superclásico, es la manifestación simbólica de un país que convierte a este deporte en un sentimiento popular de masas; el fútbol en la Argentina es gente, política, poder y negocio. Boca-River, un partido histórico e inexplicable por la pasión y furia que desata; por la violencia cultural que desemboca.
Es entendible que, debido al éxito del fútbol argentino en el siglo XX, el superclásico de Buenos Aires tenga atención y seguimiento deportivo, cultural y social de la afición futbolera en América Latina como en el mundo entero.
Es imposible resumir la historia del clásico. En más de 100 años de rivalidad deportiva, las contradicciones que se tejen alrededor de la confrontación entre millonarios y xeneixes, dejan huellas imborrables. Para resumir, han sido 247 partidos jugados, 88 victorias para Boca, 81 para River y 78 empates. Las gestas históricas, las olvidadas anécdotas, los juegos inolvidables, se entretejen ante los sucesos que hoy la afición, adulta pero esencialmente joven, recuerdan.
El festejo desproporcionado del jugador de Boca Juniors, Carlos Tévez, en la semifinal de la Copa Libertadores del 2004, donde gesticuló ante 60 mil espectadores en El Monumental de River una “gallinita” con sus brazos, abrieron un nuevo periodo de odios y amores.
Igualmente, el dramático descenso de River o el escándalo del gas pimienta en el estadio de La Bombonera que perjudicó a Boca en la semifinal de la Libertadores del 2015 y que terminó dándole la copa al millonario, son imágenes actuales que no se olvidan en la retina de las hinchadas.
Algo de fútbol y bochorno deportivo
El telón de “La final del mundo” no se abrió sino hasta el domingo 11 de noviembre, un día después de lo previsto, debido al torrencial aguacero que se desató el sábado 10 en Buenos Aires. La ida, convertida en dos días, tuvo como marco espectacular un lleno total de La Bombonera con 60.000 espectadores hinchas de Boca.
El 2-2 resultado final del partido, con el potente doble remate de Ramón Ávila en el minuto 30 y el hermoso cabezazo de Darío Benedetto en el minuto 45, goles de Boca; como la respuesta de Lucas Pratto al minuto 35 con un bonito remate cruzado y el autogol de Carlos Izquierdos, goles para River; dejaron la serie abierta cuya definición se daría en el estadio Antonio Vespucio Liberti el 24 de noviembre.
Dos semanas de previa, una tarde con sol radiante y cielo despejado, calentaban los motores en el barrio de Nuñez para la vuelta. Al torrente de hinchas de la banda cruzada que paulatinamente iban llenado su estadio, se le agregaba la rimbombante despedida en Puerto Madero que la popular hinchada de Boca le daba a su equipo.
Los medios desplegando el ya señalado sobrecubrimiento, la gente expectante de disfrutar lo mejor del fútbol argentino y la hora cero cada vez más cerca, se desplomaron con la llegada del autobús de Boca al estadio Monumental de Núñez, recibiendo en cinco segundos una agresión desproporcionada de piedras, registrada en vídeos aficionados y evidenciando un operativo logístico y de seguridad insuficiente.
Acto seguido: el show mediático, el bus con los vidrios completamente rotos, jugadores de Boca lesionados, reuniones directivas entre los clubes y la Conmebol, un estadio a reventar, cuatro suspensiones del juego, la calentura de los protagonistas y la cancelación definitiva del partido. El resultado, un bochornoso escándalo que deja un fotograma a la opinión pública internacional de la convulsionada sociedad argentina y su inminente crisis social, expresada en un termómetro futbolero a punto de estallar. En palabras de los propios argentinos, un verdadero papelón; eso sí, en vivo y en directo en las pantallas de ESPN y Fox.
Todo se resuelve en Asunción, Paraguay, el martes 27 de noviembre a puerta cerrada. Boca pide que descalifiquen a su rival y reclama ser campeón. River se defiende y exige finaldeportiva. El novelón continúa con una fecha tentativa, 8 o 9 de diciembre fuera de la Argentina, según comunica Conmebol, decisión sujeta a lo que determine la Unidad Disciplinaria.
Una historia sin epílogo cercano, son los desafortunados acontecimientos en desarrollo. Boca-River, excusa para hacer feliz a la gente, derivó en vergüenza mundial. Síntoma de la profunda crisis del deporte en Latinoamérica, lo ocurrido se encargó de arruinar la sublime belleza de su propio fútbol. La final del mundo, en el tercer mundo.