Partido tradicional, de nuevo tipo, o nuevas formas de hacer política…
Álvaro Oviedo
Como ya dijimos, la denominación de partido tradicional corresponde a un tipo de partido compuesto por clubes de notables, con seguidores que adhieren con lazos afectivos y de identidad, sin participar en la elaboración teórica y crítica de las orientaciones. Su participación en el mejor de los casos queda circunscrita a legitimar y apoyar las orientaciones emanadas por su jefe.
Desde mediados del siglo XIX con la formación de los partidos liberal y conservador quedó este tipo de partido tradicional instaurado en nuestro medio. Habrían de ocupar hegemónicamente la escena política, alternándose en el poder, excluyendo al otro, o en condiciones especiales de crisis, coaligándose para mantener los privilegios de las viejas castas criollas de terratenientes, esclavistas, y comerciantes. Intereses cada vez más entrelazados, como se entrelazaban el pequeño núcleo de las familias de las elites, hasta devenir en las clases terratenientes y exclusivos grupos financieros que concentran en sus manos la inmensa mayoría de los activos de capital.
Parte del ejercicio de su hegemonía se expresa en el carácter policlasista que le dan a sus partidos, donde se dicen están representando el interés de todos en la búsqueda del bien común, pero en la práctica la dirección, y orientación de los mismos se los reservan las clases dominantes, en función de sus intereses. Hoy potenciados con el monopolio de los medios de comunicación y la nueva institucionalidad a partir de la Constitución del 91, al instaurar la modalidad de empresas electorales, que legitiman las viejas disidencias, encabezadas por notables, manteniendo intacto el carácter de partido tradicional, a la vez que señalan su superación.
Las reiteradas guerras civiles, llevan a que los liderazgos de los caudillos militares en las mismas, se desdoblen en los combos de notables en sus reiteradas reinserciones civiles, poniendo en un plano muy fuerte los afectos por los notables del propio bando y los odios por los del bando opuesto. Los llamados odios heredados, y las adscripciones familiares y territoriales a un bando. Las ideologías, las doctrinas son exquisiteces que mascullan, cuando conviene, en las altas esferas, mirando que imitar, qué teoría de moda seguir, como parte de su efecto de distinción. Y a los seguidores de los sectores populares solo les queda asignada la posibilidad de apoyar y legitimar las orientaciones del jefe, que siempre privilegian sus propios intereses de clase o de sector de clase.
Importancia histórica
De ahí la importancia histórica de optar en 1930 por una organización política de clase, independiente de las clases dominantes, apoyada en las tradiciones populares de la resistencia y lucha contra el colonialismo, y por el acceso a la tierra y la abolición de la esclavización de personas, contra el racismo implantado en nuestro medio por el colonialismo, y apoyarse en las experiencias de otros pueblos.
Esa búsqueda de autonomía política tenía a la vez sus implicaciones en las expresiones organizativas. No se trataba de cambiar un par de partidos tradicionales, por otro que siguiera su pauta de organización, de marginar de las decisiones a sus integrantes de las capas medias y populares, relegándolos al apoyo y legitimación de las decisiones de la elite, en la vida interna del partido, y en el ámbito de la vida pública reducir el ejercicio de ciudadanía a escoger a quien lo podía representar, conforme los principios de la democracia representativa, interrumpida frecuentemente por el ruido de las armas. Ejercicio limitado en los primeros años de la República, solo a varones, propietarios, mayores de edad, u otras exigencias según la Constitución de turno. Quedaban excluidos los esclavos, los indígenas, los trabajadores concertados, las mujeres. Esta participación para escoger a quien debe representar sus intereses sin ningún mecanismo de control o exigencia en caso de incumplimiento, se fue ampliando con cuenta gotas, hasta permitir el voto de las mujeres a fines de la década de los cincuenta. La democracia directa y otras formas participativas como los cabildos fueron crecientemente relegados como parte de la práctica política.
Así que la preocupación de los intelectuales y sectores más informados de lograr una expresión organizativa que permitiera avisorar las formas de gestión de la nueva institucionalidad se expresa desde aquella época en la propuesta de relacionamiento con la Internacional, mirando de cara a formas participativas directas de ejercicio del poder, y las llamadas 21 condiciones de la Internacional apuntaban básicamente a rescatar la experiencia de partido de nuevo tipo que habían construido los bolcheviques y que abría paso a la experiencia alternativa al capitalismo más valiosa de la historia, sin la cual es imposible entender el siglo XX.
Partido de nuevo tipo
El partido de nuevo tipo supone la participación directa de todos los integrantes en la toma de decisiones, en su formación política, y teórica, en la construcción de sus vínculos con las masas, en la elaboración de las orientaciones políticas a seguir en el plano estratégico y táctico, en la elaboración de las normas que rigen su actividad, y se expresa en la actividad personal en los organismos básicos componentes de la organización, y el derecho a decidir sobre la composición de los equipos dirigentes, hacer parte de ellos, y/o de su revocatoria(dirección colectiva). En la garantía de la posibilidad de opinar y proponer sobre el qué hacer sin cortapisas, generando una cultura de debate de diversas opiniones, y que construye su unidad para la acción por vía democrática (centralismo democrático). Y una vez realizada la actividad la posibilidad de intervenir en el balance, para ver aciertos, que hay que sistematizar y errores que hay que superar (crítica y autocritica). Los llamados principios leninistas que recogen el legado bolchevique.
Así pues, que el partido comunista es un partido histórico, de nuevo tipo, con tradiciones revolucionarias, muy distinto de los partidos tradicionales, su legado es reivindicado por distintas organizaciones comunistas colombianas, y debe ser apropiado por los trabajadores.
Los fraccionamientos de los revolucionarios que reivindican la herencia de la tercera internacional, ocurridos en la crisis del movimiento comunista internacional, los proyectos surgidos en dinámicas independientes que se dieron en el desarrollo de la lucha de clases en Colombia, debe ser estudiada, sistematizada, balanceada y debatida como parte del camino de construcción de la unidad de los comunistas, de los revolucionarios, de la izquierda, como núcleo dinamizador de la unidad con las fuerzas democráticas, y en el desarrollo de las luchas populares, en procesos que contribuyan a elevar los grados de organización y de conciencia de las masas. E impulsar sin demora los acuerdos que han madurado y construir, como se dice ahora, la hoja de ruta de la unidad.
En América Latina hay experiencias que estudiar, no para copiar mecánicamente, pero que muestran el camino de la recomposición de la izquierda revolucionaria en medio de la lucha, mediante la construcción de la vanguardia colectiva, como son los casos de Cuba, Nicaragua, o El Salvador. Son igualmente importantes experiencias de construcción de unidad, mediante la política de construcción de frentes amplios como las de Uruguay, o la del Partido de los Trabajadores de Brasil. Todas ellas con sus particularidades, pero que pueden servir como referentes para hallar el camino de la acción conjunta tan urgente en Colombia.