En 1930, el 17 de julio, un grupo de trabajadores e intelectuales, decidió hacer público anuncio de la fundación del Partido Comunista de Colombia, mediante un mitin, citado con tal fin, en la Plaza de Bolívar de Bogotá.
Venían de las movilizaciones campesinas, indígenas, obreras y estudiantiles que dieron al traste con la hegemonía conservadora. El sector más radical del socialismo revolucionario había pedido ingreso en la Internacional Comunista, y había aceptado las exigencias de ésta de optar por una estructura celular basada en sus principios organizativos, y de autonomía de clase frente a las clases gobernantes, con la mira puesta en la defensa de los intereses de los proletarios, campesinos e indígenas, cuya alianza consideraban fundamental.
Las jornadas antimperialistas, protagonizadas por los artesanos desde principios de siglo defendiendo su derecho al trabajo, el sentimiento de rechazo a la toma por los americanos del canal de Panamá, las luchas de los trabajadores de las bananeras contra la United Fruit Company y su brutal represión, había aquilatado su sentimiento antimperialista, de defensa de la soberanía nacional. Al mismo tiempo que el sentimiento de solidaridad con los pueblos del mundo. Estos perfiles de defensa de los explotados y oprimidos en la lucha por sus intereses y la trasformación social definen desde su fundación su identidad y el sentido de sus luchas.
El anticomunismo le había precedido por décadas, no solo como ideología, sino a través de medidas jurídicas encaminadas a la persecución y represión de las nuevas ideas, incluyendo en ellas a cualquier forma del pensamiento democrático o disidente de la hegemonía conservadora, avalada por el integralismo del concordato con la Santa Sede, que declaraba como pecado hasta la ideología liberal.
Este ambiente de intolerancia, y prácticas de exclusión frente a ideologías que no sean la del establecimiento, que se mantiene y reproduce, ha alimentado la sangrienta represión de las luchas obreras y populares, que ha enfrentado el partido recurrentemente durante su historia.
Tempranamente se opone a las guerras fratricidas alimentadas por los intereses de las grandes potencias, se pronuncia por la solución pacífica de la guerra colombo –peruana; se solidariza con la República española, con la Unión Soviética y los pueblos que luchan contra el fascismo, con Cuba socialista, con el Chile de Salvador Allende, con la Nicaragua Sandinista, con el Vietnam victorioso, con las luchas de los pueblos de nuestra América frente a las dictaduras militares, y la intervención extranjera, por la renovación democrática, y los procesos progresistas, con las revoluciones socialistas en sus avances y reveses.
Milita por la organización clasista de los trabajadores asalariados, por la tierra para los campesinos y los indígenas, se suma a la resistencia contra la violencia oficial desatada por las dictaduras conservadoras civiles y militar, y frente a la democracia restringida que inauguró el frente nacional y la nueva etapa del conflicto armado, acentuó su lucha por la apertura democrática, por la salida negociada del conflicto, contra el neoliberalismo, por la defensa de los recursos naturales, la protección ambiental, y la soberanía nacional.
Pese a la enorme cuota de sacrificio que ha tenido que pagar, en vidas humanas y persecuciones, llega a su 88 aniversario, fiel a sus ideales, y tradiciones de lucha, bregando por abrir una etapa inédita en la historia de Colombia, que saque las armas de la política, y cree las condiciones para una real apertura democrática, condición fundamental para una paz duradera y profundas trasformaciones, contribuyendo a la más amplia convergencia de fuerzas democráticas, revolucionarias, de izquierda, en la lucha por la vida y la esperanza.