Germán Ávila
De acuerdo con las características mencionadas en la entrega anterior de esta misma columna, el resultado electoral del año anterior en Uruguay fue una sorpresa para muchos.
Ser oposición y gobernar son dos cosas muy diferentes. La administración de un Estado requiere de un hábil manejo de la política, sobre todo en un mundo que empuja en la dirección contraria a la que, ideológicamente hace parte del programa que constituye la unidad en el gobierno.
Los tres gobiernos del Frente Amplio, FA, generaron un Estado robusto en un país con una tradición estatista muy profunda. Los embates neoliberales anteriores a los gobiernos del FA ya habían sido derrotados en las urnas cuando el padre del actual presidente quiso privatizar las empresas públicas. La educación como bien colectivo y universal hace parte del ADN del país, es uno de sus principios rectores como nación y no un asunto de la mera administración de los recursos.
Uruguay estaba devastado por las consecuencias de la crisis neoliberal de 2001-2002. Sacar al país del hoyo no era fácil, pero el FA logró llevarlo del fondo a la vanguardia, con garantías sociales como las mencionadas en la anterior entrega de esta columna.
Pero igual que con otros gobiernos progresistas, los logros estuvieron sustentados en una buena administración del modelo. El gran capital aportó por la vía tributaria al bienestar de la sociedad, pero la esencia de ese capital permaneció intacta, tanto como para continuar desarrollando su proyecto de cambio definitivo en la administración del Estado.
Luego de 15 años de gobierno, el cambio en las condiciones de vida de las personas dejó de ser una novedad y se convirtió en cotidianidad, la pobreza ya no acechó y atrás quedaron las angustias propias de la crisis que fueron reemplazadas por las angustias propias del mercado. Ya el problema no está en cómo llegar a fin de mes poniendo comida en la mesa, sino cómo llegar a fin de mes pagando los créditos para adquirir los bienes que se adquieren gracias a la ilusión que genera un trabajo estable con un salario acorde con un costo de vida alto.
Desde los clásicos se tuvo claro que la conciencia no se genera sola, es fundamental la disputa en el terreno ideológico, y el modelo progresista le permitió a la población acceder a las herramientas que sirvieron para deslegitimar su propio proyecto. Aunque el nivel de conciencia en el Uruguay es, porcentualmente mayor que el de la mayoría de los países de la región, no fue el suficiente para resistir los ataques generados desde la robusta maquinaria ideológica de la derecha.
La agenda informativa del país continuó siendo escrita por el poder económico. El relato de la corrupción generado en Argentina no logró echar las raíces suficientes en Uruguay, aunque le costó el puesto al vicepresidente Raúl Sendic. Cuando en Argentina hablaban de maletas llenas de dinero que se desviaron hacia los bolsillos de Cristina Fernández, en Uruguay “la olla podrida” se destapó con la compra de un colchón para la casa de Sendic con una tarjeta del Estado. Luego de eso han venido otros relatos sobre mala administración, pero difícilmente desviación de fondos hacia las arcas personales de alguien.
Los medios privados tuvieron tanto juego que se dieron el lujo de ensayar por dónde debían orientar el fuego a discreción para dinamitar electoralmente el proyecto del FA, hasta que lo hallaron. Durante los últimos años del gobierno de Tabaré Vázquez, se instaló el discurso de la inseguridad, los noticieros cubrían con un despliegue cinematográfico cualquier mínima acción de la delincuencia y un robo de esquina terminaba siendo un suceso nacional.
A pesar de estar 15 años en el gobierno, desde el FA no logró generarse una alternativa capaz de contraponerse al discurso de los grandes medios. Y debido a esto mucha gente ha tenido serias dificultades para establecer una relación entre las condiciones individuales y el entorno social y laboral. “A mí nadie me regaló nada” se volvió una consigna que pasó de repetirse en voz baja, a ser asumida como la declaración de independencia respecto de un modelo de gobierno que “ya nos los representa”.
En ese caso sí, igual que en Argentina y Brasil, el discurso de que el trabajador mantiene malvivientes por la vía de los impuestos y que las familias que reciben subsidios viven de ellos y por eso no quieren trabajar, se instaló en las cabezas de una población que no tuvo otro relato diferente del que echar mano. Aunque las huellas ideológicas de la derecha no tienen las dimensiones de un país como Colombia, fueron suficientes para el cambio en el gobierno.
Lacalle Pou, delfín de la aristocracia uruguaya, llegó a la presidencia a ejercer por “derecho propio”, con un proyecto neoliberal que va por todo. Garantías sociales y laborales conquistadas con años de movilizaciones y organización, van a desaparecer si no se defienden en la calle. Para esto el papel de las organizaciones sociales, en cabeza de la central sindical PIT-CNT, es fundamental. El relato de la derecha trata de campear impune para consolidar el discurso de “la herencia maldita” para justificar todos los recortes en decisiones tomadas por la administración anterior.
Solo hasta ahora surgen iniciativas comunicativas de masas que están disputando el relato. Los medios impresos existieron siempre, pero sus alcances en la sociedad digital han sido modestos. Legítima Defensa y La letra chica son dos iniciativas audiovisuales con enorme acogida, que han logrado derrotar en audiencia a los canales privados, lo que demuestra que había un público esperando por una propuesta que confrontara la agenda de medios de la derecha.
A su vez, el FA está en un momento de recambio generacional, los viejos cuadros como Tabaré, Danilo Astori o Mujica, aún presentes, por la lógica natural del tiempo irán dando un paso al costado. Llegan nuevas generaciones con cuadros formados durante los 80, durante e inmediatamente después de la dictadura, que vienen de las lógicas orgánicas diversas que componen el FA, muchos de ellos con una vasta formación en la administración de un Estado, lo que no es un detalle menor.
Sin embargo, la política de formación de cuadros dirigida desde la estructura del FA a nivel general seguramente sería un escenario que dinamice las nuevas generaciones, mientras recoge las inquietudes del ahora, la historia ha probado la efectividad de las escuelas de cuadros en los proyectos colectivistas.
Se puede tener una visión más confrontativa del manejo del Estado, de la necesidad de tocar la fibra del gran capital manteniéndolo al margen de las decisiones de la sociedad. Se puede tratar de pasar de la política asistencial, a la de la generación colectiva de los bienes de consumo de una sociedad. Sin embargo, la disputa en el relato es fundamental para cualquier proyecto de nación, por eso la derecha no escatima en recursos para controlar los medios y con ellos el relato sobre la realidad, ahí una de las grandes fallas en los gobiernos progresistas, incluido el de Uruguay.