Pecados bajo las sotanas

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Pederastia en la Iglesia: una herida que no cierra

Alberto Acevedo

El mundo católico, y la opinión pública internacional, no se sobreponen del estremecimiento general causado por las desgarradoras revelaciones de la Corte Suprema de Pensilvania, en los Estados Unidos, en la que documenta no menos de 300 casos de sacerdotes “depredadores” sexuales, que en seis de las ocho diócesis, cometieron abusos contra unas mil víctimas, en una verdadera red de pederastia.

La prensa occidental, y particularmente la colombiana, han tratado con guante de seda el informe que compromete a la alta jerarquía de la iglesia católica, refiriéndose a actuaciones “depredadoras”. En realidad se trata de una verdadera cadena de crímenes sexuales que comprenden, acceso carnal violento, violaciones, pornografía infantil, pedofilia, abortos forzados y otros delitos, que dan cuenta de las aberraciones y la capacidad delincuencial de los victimarios.

No es la primera vez que un escándalo sexual tras los muros monacales afecta la vida de los norteamericanos. Ni tampoco una novedad en el resto del mundo. La verdad es que la historia de la Iglesia ha estado rodeada de escándalos similares, casi desde su génesis. Lo que ahora sorprende es la magnitud de las cifras reveladas.

En la impunidad

El informe judicial indica que durante 70 años, la jerarquía eclesial de Pensilvania cometió toda suerte de abusos sexuales contra niños, niñas y adolescentes, y se encuentran documentadas actividades criminales de no menos de 300 sacerdotes católicos a lo largo de ese período. Llama la atención en este sentido, que la mayoría de los delitos prescribieron en el tiempo, algunos de los abusadores fallecieron, por lo que los hechos van a quedar en la más absoluta impunidad. En efecto, de esos 300 curas, solo dos están siendo procesados por la justicia en estos momentos.

Para organizaciones no gubernamentales como Bishop Accountability, que hacen seguimiento a los casos de pederastia, en sus archivos cuentan con un registro de más de mil curas denunciados por acoso sexual. Esto los lleva a afirmar, que lo denunciado por la Corte Suprema de Pensilvania es apenas una tímida muestra de lo que sucede. En este sentido, afirman, se podría hablar de una cifra tres o cuatro veces mayor que la denunciada por el tribunal superior de Pensilvania.

La ONG norteamericana llama la atención del hecho de que un común denominador en estos abusos es el encubrimiento sistemático por parte de la jerarquía eclesial. Por cada nueva denuncia, la cúpula de la iglesia optó por el silencio cómplice, por encubrir a los atacantes, proteger la institución en una típica solidaridad de cuerpo e ignorar el sufrimiento de las víctimas.

Tolerados por el aparato de justicia

Pero así ha sido siempre. Durante siglos se ocultaron estos pecados detrás de un silencio hermético. El encubrimiento se facilitó siempre, por pertenecer a una comunidad amparada por un halo de espiritualidad, de virtud y de autoridad moral, que hoy resultan postulados falsos.

La comunidad eclesial los califica como hechos vergonzosos, no solo de abuso sexual, sino político, social, laboral, económico, silenciados y tolerados por el aparato de justicia.

Por eso toma cuerpo la sanción moral de una comunidad de fieles que manifiesta no estar dispuesta a tolerar más abusos. Y esta es precisamente otra particularidad de la situación, ante la magnitud de los hechos denunciados. Las asociaciones de víctimas de la pederastia comienzan a elevar con más fuerza su voz y manifiestan que el pedido de perdón a las víctimas, lanzado por el papa Francisco, no es suficiente, hay que pasar de las palabras a los hechos.

Doble rasero

Durante su última visita a Chile, el pontífice encubrió a los abusadores sexuales de la iglesia chilena en un hecho tan evidente, que más tarde tuvo que pedir perdón. Ahora las asociaciones de víctimas reclaman que se examinen otros casos. Por ejemplo, el de la violación de miles de monjas, en las misiones del mundo desarrollado, por parte de los misioneros.

Lo paradójico es que mientras una racha de abusos sexuales se comete tras los púlpitos y los muros de los monasterios, la iglesia se pronuncia contra la libertad sexual, e impone restricciones sexuales a los sacerdotes, manteniendo la obsoleta y conservadora figura del celibato para los hombres de la iglesia. Al mismo tiempo, en una actitud machista, impide que las mujeres ejerzan el sacerdocio. A muchas teólogas brillantes, las reducen a las labores domésticas y a la servidumbre en las iglesias.

Las víctimas dicen que debe estudiarse todo este problema en su conjunto y buscar soluciones radícales, pues lo que se pone en evidencia es que la cuestión sexual se ha convertido en una obsesión para la jerarquía católica.

Pero otras cuestiones políticas deben ser también examinadas. Durante siglos, la iglesia ha sido instrumento político de dominación ideológica al servicio de los poderosos. En no pocas ocasiones, desde los púlpitos se ha instigado a la violencia. En la actualidad, el episcopado de países como Venezuela y Nicaragua, son cómplices de las actividades terroristas y desestabilizadoras de grupos de ultraderecha, tomando partido contra los gobiernos progresistas.

La iglesia en su contexto

En Colombia, durante los años aciagos de la violencia conservadora y militar, la iglesia jugó un rol de instigadora, atizando la violencia contra grupos opositores que se enfrentaban a la tiranía. Los historiadores recuerdan el caso de monseñor Miguel Ángel Builes, para quien no era pecado matar liberales o comunistas, y hoy, sectores conservadores defienden su canonización.

Los grupos de víctimas piden que se mire el contexto de la iglesia en el mundo. Los escándalos de abusos contra menores no son solo los de Pensilvania. En el pasado reciente estallaron otros en México, Canadá, Chile, Irlanda, Australia, y tras las paredes del propio Vaticano. Piden que se endurezca la legislación penal. Que los casos denunciados trasciendan los ámbitos de la justicia canónica y pasen a la justicia penal ordinaria.

Que se abran los archivos de la Congregación para la Doctrina de la Fe, en el Vaticano, a donde llegan las denuncias por este tipo de ilícitos, y se haga una limpieza valiente y real de todos los implicados, a todos los niveles, incluso los amigos del papa, como en el caso chileno. Que se asuma el pago de indemnizaciones a las víctimas, e incluso que se revise la misión tutelar de la iglesia en su relación con los niños, como la existencia de colegios y escuelas regentados por sacerdotes.