Gabriel Becerra Y.
@Gabocolombia76
Una forma fácil de despachar el debate político e ideológico en Colombia es el de etiquetar y simplificar las posturas de los principales sectores en contienda, y en particular, de la izquierda, grupos o voceros progresistas, incluso liberales, como “extremistas”.
No hay nada nuevo ni creativo en esta táctica de la ultraderecha criolla, pues es el reciclaje permanente de la política anticomunista promovida en el marco de la guerra fría por el senador republicano Joseph Raymond McCarthy (1907-1957) a inicios de la década de los cincuenta en Estados Unidos, que acusaba de desleales, subversivos o de traición a la patria a todo aquel que se opusiera a la política oficial.
Con esta doctrina Álvaro Gómez y el partido conservador agitaron e impulsaron la invasión militar a Marquetalia a inicios de la década del sesenta, acusando a los campesinos de crear “repúblicas independientes que no reconocen la soberanía del Estado”; se ha justificado la ideología del “enemigo interno” con la que sectores de las Fuerzas Armadas y el poder civil han cometido un genocidio contra la UP, el PCC y otras fuerzas alternativas; y son las mismas ideas para las cuales el maestro Carlos Gaviria era también un comunista camuflado; ahora Gustavo Petro un “neo socialista”, según el delfín Tomás Uribe.
Para los defensores de esta táctica política es más productivo etiquetar que argumentar, y por ende, no es exclusiva de la extrema derecha, también involucra a algunos representantes autodenominados “independientes”, de “centro” o del “extremo centro” franja que oportunistamente ahora se pelean personajes tan disímiles como Fajardo, Duque o Claudia López, que en reciente entrevista termina colocando al mismo nivel de Uribe a Petro, al afirmar: “Colombia tiene una pandemia política que se llama populismo. Tiene un populismo de derecha en el uribismo, y tiene otro populismo muy fuerte y muy autoritario con Petro”.
De Gustavo Petro se podrán decir muchas cosas, pero difícilmente que su programa de gobierno sea extremista o se ubique dentro de la tradición clásica de la izquierda revolucionaria. Tanto su trayectoria personal después de la constitución de 1991, como su tradición política en cargos de representación popular, especialmente en el Congreso de la República y la Alcaldía Mayor de Bogotá, pertenecen a un acervo ideológico más parecido a la democracia liberal radical, prácticamente exterminada por el neoliberalismo.
Deberían preguntarse, qué tuvo de extremista el gobierno de la Bogotá Humana centrado en el combate a la segregación social y la lucha por la equidad; la defensa del patrimonio público; de la naturaleza, el agua y la lucha contra la corrupción, que defendía abiertamente las alianzas público-privadas.
Así mismo, el programa presidencial de la Colombia Humana ha hecho énfasis principalmente en un proyecto democrático y de reformas para la paz, que reivindica una economía productiva y moderna, basada en energías limpias, la dignidad del trabajo, la redistribución de la tierra, el respeto a la naturaleza. Una sociedad con salud, seguridad social y educación universal, pública, gratuita y de calidad. Una justicia imparcial; una nación soberana y una política exterior a favor del multilateralismo.
No hay que ser ingenuos, Petro no es ningún un extremista; le apoyamos porque representa un proyecto democrático nacional que haría historia derrotando 200 años de oligarquías. Para las elites, lo extremista es que el pueblo se levante como en otros países hermanos y puedan empezar a perder el poder.
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