Gabriel Ángel
@GabAngel_FARC
Los Estados Unidos son el país con mayor número de afectados por el coronavirus, alrededor de 300 mil, de los cuales han muerto, hasta cuando escribo esto, unas 8.000 personas. Algo así como el 2,6 de los infectados han sido víctimas fatales, en un país que tiene más de 320 millones de habitantes.
Fácilmente podría concluirse que el problema no tiene las dimensiones que nos quieren presentar, y de hecho son muchos los comentaristas que aducen que la mayor epidemia que estamos sufriendo es la del pánico. Para volver al caso de USA, podríamos redondear que una de cada 100 personas se ha enfermado de coronavirus. Una gripa corriente enferma más.
Nos explican, sin embargo, que este razonamiento es irresponsable por cuanto no tiene en cuenta la extraordinaria capacidad de multiplicación del virus. Ya oímos que un enfermo puede contagiar a tres y que, si cada uno contagia otros tres, habrá casi 60 mil contagiados tras la transmisión sucesiva de diez contagios. Vistas así las cosas el problema se vuelve muy serio.
Basta con imaginar a cuánto ascendería la cifra si cada uno de esos 60 mil transmitiera a tres más su mal. De ahí que resulta completamente comprensible el escándalo mundial. Sobre todo, cuando volvemos los ojos a la capacidad clínica u hospitalaria para tratar los casos más graves. Aunque sean muy pocos vistos en conjunto, está claro que sobrepasan de lejos las posibilidades de atención.
De allí que terminemos aterrados con los pacientes en Guayaquil, quienes, al no ser admitidos por falta de cupo en hospitales y clínicas, deben ir a morir en sus casas, sin que tampoco haya luego la capacidad administrativa para recoger los cadáveres, que literalmente se pudren en sus viviendas o son sacados a la calle donde finalmente les prenden fuego.
Fácil sería aducir que se trata de un país del tercer mundo. Pero en Italia y España, en Europa, viven dramas comparables. Incluso en los propios Estados Unidos. La deducción más obvia es que no hay país en el que los sistemas sanitarios estén diseñados para una eventualidad como la del coronavirus. Por tanto, lo más acertado es evitar el contagio.
Y dado que este se transmite en la vida social normal, pues esta tiene que ser seriamente restringida. Quédate en casa se convirtió en la fórmula universal para contrarrestar la expansión de la enfermedad, lo cual ha puesto de presente las dificultades de supervivencia que brotan de las desigualdades económicas imperantes. ¿Qué comerán los pobres?
¿Existe un país que pueda soportar por tres o más meses una cuarentena, donde nadie, salvo en los servicios más elementales, vaya a sus trabajos? Como es obvio que sólo un reducido porcentaje de sus ciudadanos tendría cómo sostenerse, habría que pensar en el sostenimiento de la mayoría. ¿Cuántos Estados pueden garantizar eso? ¿Sus gobiernos estarían dispuestos a hacerlo?
¿A costa de su sistema bancario y financiero? No hay duda de que algo está muy mal organizado en el mundo actual. Es lo que vino a poner en evidencia el Covid-19. Quizás haya algún potentado filántropo que se apiade y acceda a cambiar. Difícil. Solo los pueblos tienen la palabra para transformar las cosas. El problema está en que el poder no lo tienen ellos.
Está en las manos de los agiotistas, con su prensa, sus leyes, sus ejércitos.
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