¿Por qué prohibir el fracking?

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La resistencia al fracking se ha evidenciado en las actuales movilizaciones a lo largo y ancho del país. Foto Alianza Colombia Libre de Fracking

Estudios de varios países como China, Estados Unidos y Canadá muestran las altas posibilidades de contaminación de aguas subterráneas y superficiales, además, de sismicidad inducida

Sergio Salazar
@seansaga

Colombia vive un escalamiento de conflictos producto de la agudización de la crisis social, política, económica y humanitaria en el período del gobierno de Iván Duque. Por ello, desde el pasado 28 de abril se ha venido desarrollando el paro nacional, al cual se han ido sumando diferentes sectores, entre ellos, más de 100 entidades ambientales.

Entre las ocho demandas fundamentales del ambientalismo está la prohibición del fracking. Es un debate de gran envergadura dados los impactos ya documentados del uso de dicha técnica de explotación petrolera en otras partes del mundo. Al respecto, se plantean algunas reflexiones sobre la base de la literatura científica existente que documenta las principales problemáticas ambientales, en especial sobre el recurso hídrico.

La técnica del fracking

El fracking es una técnica utilizada para fracturar las rocas en el subsuelo a través del uso de agua, arena y aditivos químicos inyectados a alta presión con el fin de extraer hidrocarburos de yacimientos no convencionales. Dichos yacimientos son aquellos en los que los hidrocarburos no se encuentran concentrados en un solo lugar y están “atrapados” en rocas confinadas a niveles muy profundos (ej. 3.000 metros para el yacimiento del Magdalena Medio y 4.000 metros para el del Meta).

En tal sentido, para poder extraer el petróleo o el gas es necesario aumentar el tamaño de los poros de la roca y la red de fracturas comunicadas entre sí, permitiendo de esa manera que el hidrocarburo pueda fluir.

Se alude como ventaja de esta técnica que en superficie no hay gran impacto ambiental ya que en vez de tener muchos pozos verticales (como ocurre con los yacimientos convencionales), solo se requiere construir un pozo vertical, desde el cual posteriormente se proyectan perforaciones horizontales (o pozos) a diferentes inclinaciones, en las cuales se van lanzando las inyecciones en etapas para ir aumentando la superficie de contacto de fallas.

Dicha superficie es como si tuviésemos en la profundidad un área que en promedio puede ser de unos 20 campos de fútbol. Gracias a ello, el hidrocarburo empieza a movilizarse en la dirección del pozo horizontal, momento en el que se empieza a extraer a la superficie.

Durante el fracking o fracturamiento hidráulico se producen eventos microsísmicos ya que con frecuencia antiguas fallas se reactivan debido al aumento de la presión de poros producido por las inyecciones. En el proceso se utilizan ingentes cantidades de agua (se han observado entre 14 y 30 mil metros cúbicos por pozo) mezcladas con químicos y un agente que permita mantener la fractura generada en la roca para que el hidrocarburo pueda moverse.

El agua producida, que son los fluidos que salen después del fracturamiento, corresponde al 10 y 30% de lo inyectado, ya que entre el 70-90% se queda en el subsuelo. El agua producida es extremadamente salina, tiene una gran cantidad de compuestos orgánicos e inorgánicos, y suele haber presencia de compuestos radioactivos.

Principales problemas asociados

Uno de los principales problemas asociados con el fracking es la denominada “sismicidad inducida”, que es el aumento en la sismicidad en las zonas cercanas a los sitios de extracción del hidrocarburo principalmente por las inyecciones que se realizan. Una revisión de 2020 de estudios científicos recientes que han analizado tal efecto en proyectos de fracturación hidráulica en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y China señalan que tal problemática ha venido ganando reconocimiento, y que en efecto se han llegado a documentar casos de sismos de hasta 5.7 de magnitud, con sismos desencadenados hasta 1.5 km de distancia del pozo que los ha generado.

Concluyen que sí se ha encontrado una relación espacial y temporal entre la apertura de pozos y la generación de eventos sísmicos con características comunes.

El otro gran problema ambiental del fracking, quizá el de mayor relevancia, es la alta posibilidad de contaminación del agua subterránea e incluso superficial, sus efectos ecosistémicos e incluso la generación de conflictos entre usuarios por la generación de déficit por alto consumo.

Diversos estudios, principalmente en Estados Unidos y Canadá, han documentado como problemáticas comunes la contaminación del agua debido a que puede darse la migración de hidrocarburos, y el caso más común, de gases como el metano a los acuíferos y a la superficie a través de diferentes vías tales como las conexiones no controladas que se generan entre las fallas inducidas por el fracturamiento y las fallas naturales; fallas geológicas que llegan a la superficie; fallos en el revestimiento de los pozos; conexión con pozos abandonados; migración gradual por entre la porosidad de las formaciones rocosas; accidentes en los conductos y tanques de almacenamiento superficial del agua que retorna con contaminantes.

Ausencia de información

Al respecto, la Contraloría General de la República le dedicó un estudio extenso en 2018 bajo el título “Riesgos y posibles afectaciones ambientales al emplear la técnica de fracturamiento hidráulico en la exploración y explotación de hidrocarburos en yacimientos no convencionales en Colombia”. Una de sus conclusiones sigue estando vigente y es el eje vertebral para seguir planteando la prohibición del fracking: “el Estado colombiano carece de información de ‘contraste’ y verificación (línea base) frente a la información allegada por los interesados (operadoras); además, esa carencia de información causa falencias de rigor técnico, tanto en el desarrollo de la normatividad proferida en relación con el componente del recurso hídrico como en su aplicación”.

Si bien, se pretende avanzar en la construcción de una línea base desde los denominados “proyectos piloto de investigación integral”, la misma debe construirse más allá de los casos puntuales de los proyectos piloto.

Si el discurso oficial es que Colombia está comprometida en la lucha global para frenar el calentamiento global y a favor del desarrollo sostenible, no es coherente que se siga insistiendo en la posibilidad de utilizar la técnica del fracking bajo el discurso de mantener la “autosuficiencia energética del país”.

Dada la alta incertidumbre en el conocimiento de los efectos de la técnica en el país, a pesar de lo que se pueda concluir puntualmente de los “proyectos piloto de investigación integral”, Colombia debería ser coherente con la apuesta por energías menos contaminantes que las asociadas a los hidrocarburos, pero también reglas claras para que estas tampoco tengan grandes impactos en el territorio como lo han venido ocasionando las hidroeléctricas.

En cualquier caso, se requiere un cambio en la actual institucionalidad fragmentada y a merced de intereses privados y proclive a la corrupción, así como de la eliminación de cualquier forma de atentado contra la vida y la integridad física de la población que se manifiesta en contra de dichos proyectos.

Se necesita de una institucionalidad sólida que base sus decisiones en conocimiento riguroso de la realidad territorial, de los potenciales efectos de los proyectos con visión regional y de largo plazo, así como procesos de licenciamiento en los que la población pueda ejercer sus derechos con plenas garantías. Para ello, se requiere dar un vuelco a la institucionalidad con un nuevo gobierno de arraigo popular y que tenga en su agenda la justicia social y ambiental.