Nixon Padilla
@nixonpadilla
“Guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros con vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces” Mateo 7:15
Cuando escucho que los cristianos han llegado al Pacto Histórico de la mano de un pastor evangélico, como si de seres extraños a nosotros se tratara, estoy seguro de que vemos las cosas de manera equivocada.
Miles de cristianos de las distintas denominaciones y de creyentes de todos los credos están en el Pacto Histórico y no son recién llegados. Hacen parte de las raíces rebeldes de nuestro pueblo, desde los criollos católicos que se alzaron contra la Corona ibérica, pasando por chamanes indígenas que no nos dejaron olvidar que somos parte de la tierra o los pueblos negros palanqueros e insurgentes que aún siguen resistiendo.
Puede parecer un cliché izquierdista recordar a Camilo demostrando el amor eficaz con el ejemplo de su sacrificio. Pero no lo es. Son miles los cristianos que en los territorios más profundos de nuestra geografía pagaron con su vida el apostolado por la justicia, la paz y la verdad. Realmente es lo que somos como pueblo que a través de nuestras formas de interpretar la vida y el universo, hemos hecho frente a décadas de opresión e ignominia.
Reconociendo esa valiosa diversidad, la izquierda y el progresismo hemos sido impulsores y defensores de la libertad de culto como pieza clave de la democracia y del Estado laico como garantía de su ejercicio. Por eso, de este lado del espectro ideológico es donde debe estar la mayoría creyente de nuestro pueblo, donde la aspiración de la hermandad entre los seres humanos se cristaliza, donde el compromiso con los que sufren se convierte en rebeldía transformadora.
Ahora bien, el problema no está en las convicciones religiosas de quienes integramos el Pacto Histórico, de quienes están fuera de él o de quienes quieren vincularse ahora que la ultraderecha tiene el sol a sus espaldas. Es un falso dilema.
El problema está en que el proyecto de país del Pacto Histórico es diametralmente opuesto al de quienes cabalgan sobre la credulidad y las necesidades espirituales del pueblo para enriquecerse practicando su propia versión de la teología de la prosperidad. Es contrario a quienes insisten en una ética de salvación individualista por encima de los demás, construyen odios y prejuicios contra sus semejantes y estigmatizan desde el púlpito azuzando la violencia fratricida, oponiéndose al diálogo y a los acuerdos como la mejor forma para alcanzar la paz.
Es contrario a los que señalan y victimizan a las mujeres por hacer ejercicio de sus derechos, asumen que el disfrute pleno de la sexualidad y la construcción libre de la identidad es un crimen mientras bendicen a cambio de jugosos diezmos a asesinos y ladrones de la riqueza nacional y a los que quieren reemplazar la Constitución Política por su libro sagrado.
De estos es que debemos cuidarnos. Son estos los que se ponen lejos de lo que representa el Pacto Histórico, de un proyecto de país donde todos quepamos, donde las palabras solidaridad y humanidad cobran una dimensión universal.
Adenda: Respetar las decisiones autónomas de las mujeres supone un ejercicio de cierta modestia intelectual, reconocer que no sabemos todo acerca de sus demandas y exige abrirse a un ejercicio de escucha. Hablar de “aborto cero” con ese tufillo de superioridad moral, es demasiado soberbio.