La contundente victoria electoral que el pasado 18 de marzo obtuvo el presidente ruso Vladimir Putin, al garantizar un nuevo mandato por seis años, hasta 2024, no solo fortalece un liderazgo nacional, que posiciona a Rusia en el panorama internacional, sino que constituye un alivio para quienes creen en un mundo multipolar y no en el modelo hegemónico que desde Washington pretende imponer hoy el gobernante norteamericano Donald Trump.
De acuerdo al informe de las autoridades electorales de ese país, el gobernante aseguró la reelección con el 76.41 por ciento de los votos, 10 puntos por encima del porcentaje obtenido en los anteriores comicios del año 2012. Este resultado lo sitúa a una distancia grande del segundo en votación, el candidato del Partido Comunista de la Federación Rusa, Pavel Grudinin, pero más lejos aún de los demás aspirantes que obtuvieron porcentajes de un dígito en promedio o menos.
Grudinin, con un 13.4 por ciento de las papeletas, consolida por su parte a los comunistas como la segunda fuerza política en la segunda potencia del mundo, y con una importante representación parlamentaria, será un referente frente a la política del Kremlin. La votación de los comunistas superó con creces a su vez la de los candidatos del partido liberal y de la ultraderecha.
Conocidos los primeros resultados electorales, ya en la noche del domingo, miles de partidarios de Putin se congregaron en la Plaza de Manezh, cerca al despacho presidencial, a pesar de que a esa hora la temperatura era de 12 grados bajo cero. Allí el mandatario, que cumplirá un cuarto de siglo en el poder, habló a sus seguidores de las líneas futuras de su gobierno.
En Occidente, los grandes medios de prensa se preguntaban, cómo Putin no solo mantenía sino que incrementaba su popularidad, a pesar de las dificultades económicas del pueblo ruso y la pérdida de algunas reivindicaciones sociales.
Es claro que, el haber convertido el gobierno ruso en un contrapoder frente a la política hegemónica de Washington y sus aliados, su firmeza ante los planes expansionistas de la OTAN, y el estímulo al sentimiento de la ‘Madre Rusia’, muy arraigado entre la gente, constituyeron un incentivo invaluable para los electores.