Quiebre de la hegemonía norteamericana

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Sofisticado y moderno armamento norteamericano quedó en manos de los Talibán, que aparecen como los mejor armados de la región

Washington no calculó que encontraría una resistencia tenaz por parte de los Talibán y del pueblo afgano. Ni la tecnología militar ni la supremacía aérea permitieron en 20 años un control real del territorio

Alberto Acevedo

Estados Unidos abandona gradualmente el cargo de director de orquesta. Todo indica que ni siquiera conservaría el de concertino o primer violín en la coordinación de los instrumentos. La vergonzosa derrota en Afganistán tiene consecuencias mucho más complejas y más allá de una operación militar fallida.

El apresurado abandono de Kabul por parte de las tropas norteamericanas y sus aliados, sin siquiera conseguir rescatar el número de colaboradores afganos que se había propuesto y la entrega a los talibanes de la base militar de Bagram, una de las más grandes que poseía en el extranjero han quebrado el equilibrio militar conseguido en la región y golpeado duramente la hegemonía norteamericana en el mundo.

Al no consultar a sus aliados de la decisión militar, rompió el consenso en la OTAN, el principal instrumento de ‘defensa’ militar de occidente. Ha facilitado el fortalecimiento de los intereses de Rusia y China en la región, a los que una y otra vez catalogó como sus ‘principales enemigos’. La guerra rompió principios básicos del Derecho Internacional, mostró que la guerra contra el terrorismo resultó un fracaso.

Papel de la OTAN

Puso fin al idilio de Biden con la Unión Europea y marcó el punto más bajo de la popularidad del presidente en su país, donde una congresista republicana pidió públicamente su renuncia y enjuiciamiento por su ineptitud como gobernante y por haber colocado en la picota pública el poco prestigio que aún conservaba la gran potencia, que definitivamente ya no lleva la voz cantante en el mundo.

Es crucial el tema de la OTAN. En 2001, cuando se produjo el atentado a las torres gemelas, fue la primera y única vez en que la OTAN invocó el principio de la defensa colectiva, del artículo 5 de su estatuto, según el cual, un ataque contra un aliado se considera un ataque contra todos.

El modus operandi de la intervención en Afganistán, bajo el cuento de la autoría intelectual de Bin Laden fue truculento. Esta participación nunca se probó. Algunos observadores en cambio involucraron a la CIA en el atentado. En cambio, sí se estableció que 15 de los 19 secuestradores de los aviones estrellados contra las torres, eran de Arabia Saudita, y la familia real de ese país, estrecha aliada de Estados Unidos, tenía vínculos con grupos de beneficencia que financiaban a Al Qaeda. Sin embargo, nunca se consideró siquiera un ataque de las fuerzas aliadas contra Arabia Saudita.

Por encima del Derecho Internacional

En las dos décadas de guerra en Afganistán crecieron las fisuras al interior de la OTAN, que se acentúan ahora por la manera como Biden puso fin a la “guerra más larga de Estados Unidos”, en la que participaron 10 mil soldados de 36 países. Un creciente disenso y la falta de un enfoque estratégico caracterizan hoy a la alianza. Biden ha debilitado a la OTAN. Los aliados se quejan de que el inquilino de la Casa Blanca no les consultó su salida de Afganistán. “Los europeos ya no quieren pelear las guerras de otros”, dijo hace poco el ministro de Exteriores de la Unión Europea, Joseph Borrell.

Pero está también el fracaso de la guerra contra el terrorismo. El derrocamiento de los talibanes no condujo a mejorar la situación afgana, como pregonaron en Occidente. Tímidas reformas no pueden esconder los bombardeos indiscriminados, los asesinatos perpetrados por las fuerzas de ocupación contra la población civil y los centros de tortura diseminados por el mundo, al margen del Derecho Internacional Público, como en el caso de la prisión de Guantánamo.

La idea era convertir a Afganistán en un enclave para extender el poder político y militar de Estados Unidos y combatir a sus principales enemigos: China, Rusia, Irán. Los servicios de inteligencia norteamericanos armaron, asesoraron y financiaron grupos a grupos islámicos que realizaron provocaciones en las fronteras con China.

La imagen norteamericana

Toda esta estrategia se vino al piso. Washington no calculó que encontraría una resistencia tenaz por parte de los talibanes y del pueblo afgano. Ni la tecnología militar ni la supremacía aérea permitieron en 20 años un control real del territorio. Tras la humillante salida de Kabul, hace dos semanas, la política exterior de los Estados Unidos quedó a la deriva. La consigna de Biden en la reunión del G-7, reafirmada después en la cumbre con Putin, de que “América ha vuelto”, sufrió un duro revés.

No es posible que Estados Unidos regrese a la posición geopolítica anterior, de supremacía, solo porque Biden haya tomado una decisión ejecutiva de “resetear” las relaciones con Europa o cualquier otro lugar. La misión real de Biden fue restaurar la deteriorada imagen proyectada no solo por Trump sino por años de guerras infructuosas y una inminente crisis financiera interna, resultado del desastroso manejo de la pandemia.

Estados Unidos argumentó que su ataque a territorio afgano era un acto de legítima defensa. Si hubiera sido tal, debió acudir a los organismos internacionales, a los tribunales, a la ONU, al Consejo de Seguridad. Pero acudió a las vías de hecho, causando un daño enorme al Derecho Internacional. Porque con su actuación se considera válido atacar el territorio de otro país cuando un grupo terrorista actúe desde allá, incluso si ese país no controla al grupo terrorista. Esto cambió para siempre incluso el criterio sobre la forma como los países del mundo deciden sobre la guerra y la paz.