Yezid Arteta Dávila
@Yezid_Ar_D
Es el patio de un fuerte militar. Un soldado de ocupación se detiene ante dos jaulas de hierro. Una de las jaulas está ocupada por una camada de gatos. En la otra hay tres guerrilleros apelotonados. El soldado se lleva un cigarro a los labios. Observa. Quizá está preguntándose qué hacer con los prisioneros: hombres o gatos. Para él no cabe ninguna diferencia entre un humano y un felino. El soldado se llama Robert Tassen. Francés. Está peleando la Guerra de Indochina. Año 1945. Quiere vengar la muerte de su hermano, soldado como él. La venganza es su único fin en la guerra colonial que está librando. Los intereses y fines de Francia, su país, le tienen sin cuidado. Su batalla es personal.
La anterior escena corresponde a Les Confins du monde (Los confines del mundo), un filme dirigido por Guillaume Nicloux en la que el veterano actor Gerard Depardieu interpreta a un escritor que trata de redimir al soldado mediante la reflexión y la lectura. No en balde, en una escena, aparece el soldado leyendo Las confesiones de San Agustín. Cuando la guerra se desboca, como es el caso colombiano, no hay sermón ni libro que valga. Las operaciones militares han derivado en matanzas y ejecuciones sin límites. Cuando el combatiente desvaloriza la vida del adversario o le niega la condición humana, obra con la sevicia del asesino. El asesinato a mansalva del exguerrillero de las Farc Dimar Torres en una aldea de Colombia a manos de un suboficial del ejército cumpliendo la orden de un superior o el desmembramiento de prisioneros ejecutados recíprocamente por grupos paramilitares y reductos de la guerrilla, son hechos a las que se les pueden colgar decenas de adjetivos.
Colombia pasó de una guerra con actores más o menos definidos a una despiadada batalla territorial entre agrupaciones indefinidas. La implantación territorial no se hace por medio de las ideas políticas y el comportamiento modélico sino a través de la coerción y la fuerza bruta. El Ejército de Liberación Nacional (ELN), por ejemplo, achaca los males de los cuerpos envejecidos. El guevarismo y el camilismo, incorporados desde su momento fundacional, apenas se reconoce en los elenos del 2020, el año de la peste. A veces se vuelve difícil identificar contra quién están luchando. Por momentos pareciera una organización que se ha apropiado de una escopeta de regadera con la que dispara a la bartola. Cuando a la jefatura de una organización de alzados en armas le toca justificar y explicar cada evento armado que realizan los combatientes bajo su mando, es porque las cosas no se están haciendo bien.
Las fuerzas militares de Colombia se volvieron un cuerpo intocable. Como ocurrió con los militares turcos o argentinos durante un largo período hasta que el constitucionalismo las puso en su sitio. Los militares colombianos sólo aceptan halagos. La crítica la entienden como parte de una estrategia enemiga. Los gobiernos y la propia relatoría castrense crearon una imagen heroica de las fuerzas militares que, en realidad, nada tiene que ver con la gesta de Independencia y la lucha anticolonial. Es común encontrar a mandos militares que no diferencian un actor ilegal de la oposición legal. Ningún gobierno ha puesto el dedo en la llaga. Por esta razón se ven tantísimos casos de militares y policías involucrados en actividades ilegales.
Los paramilitares dejaron claro desde el minuto uno que su estrategia era el terror. Los narcos estuvieron en sus orígenes y estamparon los métodos gansteriles. Un gran negocio que necesita un disfraz político para mimetizarse y hacerlo más rentable. Nada ha cambiado desde entonces. Sólo que ahora filman y comparten en las cadenas de WhatsApp las atrocidades que hacen.
El gobierno de Iván Duque tiene un alto grado de responsabilidad en lo que está pasando. Tenía un Acuerdo de Paz y una Constitución que aplicar, pero pasó de largo. Las consecuencias están a la vista: regiones y más regiones de Colombia en las que mandan agrupaciones que no están interesadas más que en sus negocios. La política gubernamental no da muestras de cambio. La estrategia es la misma. Tendrá Colombia igual o peores resultados en lo que resta del gobierno de Iván Duque. Quedan dos años para que este gobierno se vaya. Dos años que se volverán interminables.
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