Quién lo manda

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Pavel Santodomingo
@Pavka_UP 

Hace 15 días, nueve compañeros y yo, todos miembros del comité ejecutivo de la UP, recibimos una amenaza de muerte. Desde ese momento supe que mi vida había cambiado, así como ya lo había hecho un 8 de abril de 1991 a la 1:00 de la mañana, en un atentado de granada explosiva lanzada en el cuarto donde dormía con mi madre (contaba yo con 8 años de edad), atentado al que sobrevivimos.

Desde el momento de la amenaza me ha llovido una hermosa oleada de solidaridad que me ha tenido emocionalmente muy tranquilo, aunque paradójicamente me he sentido como si el mismo día estuviera de cumpleaños y en un funeral, con algunos amigos bromeamos «ah, tu primera amenaza». Pero también es un momento en que se viene a la mente los tiempos de nuestros padres, la sombría época del genocidio de la UP, los cuales pagaron el peor precio por la intolerancia.

La traición a los procesos de paz es histórica por parte de esta «rancia oligarquía», ahora los delfines reeditan en forma de parodia los olvidados años ochenta, siempre con las vidas de los más humildes y los que son capaces de alzar sus voces, el fantasma de la violencia política se ha revivido, maldito ciclo que tiene en los diverso grupos de poder la criminal responsabilidad.

Pero algo sí ha cambiado de aquellos años: por un lado, la sociedad se informa más rápido, pero por el otro, se indigna menos, la indignación le dura lo que pasa la nota en facebook o twitter por el smartphone. Microsegundos de sensibilidad que le dan para compartir una nota o poner una foto de perfil.

Antes lográbamos suscitar la sensibilidad social, y grandes movilizaciones acompañaban cada uno de nuestros compañeros y compañeras asesinadas.  Hoy el meme logra reconectarnos al falso mundo de las sonrisas en solitario y la cabeza agachada.

Soy de una generación que  lamentablemente, tiene impregnado los recuerdos de esos malos tiempos. En compañía de los “Hijos» hemos pasado largas horas de conversación hablando sobre estos temas, siempre con altas dosis de humor negro, en medio de  ricos debates con una conclusión implícita de todos ellos: La muerte sólo le sirve a quien quiere hacer daño. A diferencia de otros tiempos, la martirización es la peor de las decisiones y las medidas que debemos tomar no son sólo las del ataúd; suena duro, pero es real. Pero tampoco se trata de irse y renunciar a todo, hay que buscar un punto capaz de romper el ciclo.

Hay otro cambio que vivimos hoy, la justificación cínica y abierta de gruesos sectores de la sociedad. El ¿por qué lo asesinaron? es una pregunta que destruye la dignidad de la víctima y busca soterradamente una justificación del hecho, la culpa es de quien «da papaya», las decisiones que se toman «es de cada uno», donde el «cuídese» es una especie de «se lo dije cuando pude».

De alguna manera, se alcanza a sentir que la culpa es de uno, por andar donde no se debe, por hablar lo que no se tiene y por pensar lo que no es debido. Naturalizamos la violencia y la publicidad de la fuerza pública logró poner un “milico en el corazón” de Colombia.

Con tristeza lo digo, pero necesitamos interiorizar que los enemigos de La Paz no discriminan, no entienden y no les importa las diferencias que existen en los sectores sociales y alternativos; ellos están dispuestos a aferrarse al poder por todos los medios. Hace un tiempo, cuando logramos ese nivel de entendimiento en el 2006, los sectores sociales y políticos alcanzamos a hacerle frente a lo significa y representa el narcotraficante número 82.

La paz hoy es un complejo de derechos aplazados, pero sobre todo, en este país, se convierte en un valor colectivo por alcanzar; la Farc hoy contribuye honesta y decididamente, el ELN lo ratifica, incluso el ejército ha expresado querer sumarse a la reconciliación y la JEP, hasta un grupo de paras lo manifiestan. ¿Cuándo lo harán las élites? Es hora de decirles como sociedad al unísono: desarmen sus corazones y demos un giro a la historia de Colombia.

¿Será que podremos reconstruir éticamente a Colombia? empecemos con no culpar a los líderes sociales asesinados de sus propias muertes, recuperemos lo esencial de sus sueños y señalemos sin titubeos a los responsables de tanta barbarie, a los de arriba, a los poderosos, respaldemos la JEP, los acuerdos de paz, la comisión de la verdad y avancemos hacia la esperanza de un nuevo tiempo para Colombia.

Como dice Juan Carlos Baglietto en su famosa canción: «Solo se trata de vivir, esa es la historia, con un amor y sin un amor, con la inocencia y la ternura que florece a veces… a lo mejor resulta bien»