
El debate sobre el “centro” político no es más que la disputa por el electorado más moderado y liberal de cara a 2022. La coalición alternativa debe construirse sobre la sintonía ideológica y el contenido programático
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
“El centro ideológico no existe”, es una afirmación que hemos escuchado en boca de personajes como Gustavo Petro y ahora también del senador Armando Benedetti, quien, en noviembre pasado, tras renunciar al Partido de la U “confesó” su verdadera filiación de centroizquierda y en consecuencia se sumó a Colombia Humana.
Mientras tanto, opinadores inofensivos y políticos biempensantes siguen insistiendo en ubicarse en un aparente centro ideológico desmarcándose de figuras “extremistas” tanto de izquierda como de derecha, quienes -según su iluminada visión- son equiparables en la intolerancia de sus formas y la virulencia de sus ideas.
Las más recientes encuestas muestran que la mayoría de los colombianos se ubican a sí mismos en el centro de la escala ideológica, es decir, no se reconocen de izquierda ni de derecha. Los opinadores de ocasión, entonces, se lanzan en manada a pedir un liderazgo que recoja esa corriente mayoritaria y enamore a esa multitud de colombianos bienintencionados, según ellos cansada de los extremismos y con ansias de un mejoramiento armónico y apacible del país.
Hay una pelea por el ‘centro’, qué duda cabe. Y no solo es una discusión semántica, es decir, para definir a qué llamamos el ‘centro’. Es sobre todo una disputa por el electorado más moderado y liberal de cara a las elecciones de 2022, entre la opción que representan sectores como Colombia Humana, la Unión Patriótica, el MAIS y el Polo Democrático, y la que representan la Alianza Verde, Compromiso Ciudadano, los liberales socialdemócratas y el MOIR.
Petro y Benedetti
Aunque parecería obvio que las y los lectores de VOZ comparten la afirmación de la inexistencia del centro y por tanto tienen clara su ubicación en el espectro ideológico, no está de más esbozar unas reflexiones sobre las declaraciones de Benedetti y su pertinencia en el debate político actual. Aunque coinciden en su afirmación, Petro y Benedetti defienden su idea desde posiciones diferentes.
Petro, cuando es cuestionado por izquierdista, responde que él no representa la izquierda porque ese debate ya está superado. Que la nueva polaridad es entre la política de la vida y la de la muerte. Es normal, forma parte de un discurso electoral que busca relacionar a la derecha y la ultraderecha con la violencia política y evita ahuyentar a los votantes más moderados que le tienen pavor a la palabra “izquierda”.
Por su parte, Benedetti -que no está en campaña presidencial, todavía- sostiene que el centro puro no existe como un “lugar” ideológico sino únicamente como un punto de referencia, es decir, no es posible ser “de centro” pero sí es posible ser de centroizquierda, centroderecha, ultraderecha o ultraizquierda. Esta afirmación es -curiosamente- menos electorera y más académica, y por tanto, más certera. Queda claro una vez más que el senador no tiene un pelo de tonto, no solo porque la interpretación que hace es correcta sino porque en este momento moverse públicamente hacia la izquierda parece ser una decisión política ganadora. El tiempo lo dirá.
Película política
Por ahora, lo útil para nuestra reflexión es que si convenimos que el centro existe únicamente como punto de referencia y no como “lugar”, es posible imaginar entonces el panorama ideológico no como una aburrida fotografía en blanco, gris y negro, sino como una impredecible película filmada en una rica gama de colores.
En otras palabras, admitir la inexistencia del “centro” como entidad pura e inmaculada exige reconocer que la polaridad no será simplemente entre izquierda y derecha o entre un supuesto “centro” y unos malvados ‘extremos’, sino que en la realidad la correlación de fuerzas se presenta entre actores políticos diversos, todos ellos posibles de ubicar en el espectro ideológico, pero ninguno que represente la pureza doctrinaria.
Por lo anterior, las recientes declaraciones de la senadora Angélica Lozano en entrevista con W Radio son la expresión del carácter del debate que anima la encarnizada disputa por el espacio ideológico de la centroderecha. Lo que dice la senadora de la Alianza Verde no es tan interesante como lo que omite. Repite básicamente el libreto de la campaña de Fajardo en 2018, se presenta como la política del cuidado y toma distancia con los extremistas Petro y Uribe quienes según ella “solo llaman al odio”.
Por otro lado, de manera notoria omite y casi sin contrapreguntas cualquier alusión a un programa de gobierno. Es decir, Lozano tiene claro lo que no es, pero no es capaz de definir lo que sí es. En otras palabras, aquí no estamos ante una tibia, estamos ante un camaleón.
Pero Lozano no es toda la Alianza Verde ni es todo el “centro”. Allí también convergen otras corrientes de su partido y sectores como los llamados “liberales socialdemócratas”, figuras del viejo Partido Liberal que se han distanciado de la deriva burocrática de César Gaviria y defienden una agenda menos neoliberal. Son personajes como Luis Fernando Velasco, Ramiro Bejarano, Rodrigo Lara, los hermanos Galán, Roy Barreras o Temístocles Ortega. Los LSD representan el ala más moderada del Establecimiento, ansiosa por detener -eso sí, por las buenas- los profundos cambios que habría en Colombia con un gobierno popular.
Unidad con programa
El debate sobre la unidad, necesaria para derrotar al fascismo en 2022, debe girar alrededor del programa. “Programa, programa, programa”, porfió tozudamente Julio Anguita hasta su muerte. Los acuerdos deben tejerse a partir de la sintonía ideológica que, en últimas, representa la sintonía en la forma de entender el mundo.
Si se quiere gobernar para la transformación de este país, debe construirse una gran coalición con los sectores democráticos que adhieran a unos principios básicos de justicia social, paz, democracia, soberanía, inclusión y respeto por la naturaleza. La oposición a este proyecto será inclemente, por eso la coalición del gobierno popular debe ser sólida en sus acuerdos fundamentales.
Lo curioso es que el debate sobre el programa y no sobre las personas ha sido acogido con entusiasmo por muchos sectores del llamado “centro”, con quienes ha sido posible establecer diálogos respetuosos y acuerdos parciales. Mientras tanto, Lozano -y Claudia López, claro-, Sergio Fajardo y Jorge Enrique Robledo se empeñan en presentarse como “alternativos”, vetan a Gustavo Petro, distraen el debate con figuras retóricas como la “vacuna contra el odio” y eluden sistemáticamente la discusión sobre el programa. En ese contexto, es evidente que el papel que -voluntaria o involuntariamente- están cumpliendo estos dirigentes no es otro que el de disociar y entorpecer un proyecto alternativo de unidad.
Según la teoría de juegos, una coalición ganadora será aquella capaz de reunir los apoyos necesarios para ganar y gobernar. Es decir, no todos tienen que estar en la coalición, únicamente los que sumen los apoyos que garanticen la victoria. El maestro Medófilo Medina sostiene lúcidamente que la izquierda unida no tiene que ser toda la izquierda; basta con sumar los apoyos necesarios para ganar. Y como siempre hay que pensar en el día después, debemos tener claro que la coalición ganadora será la coalición gobernante.
Por ello, los sectores que la conformen deberán acordar un programa que guíe con coherencia la obra de gobierno y sus miembros deberán tener la suficiente sintonía ideológica para -en su momento- defenderla de los feroces ataques que vendrán.
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