La capital del Valle del Cauca se ha convertido en el epicentro nacional de la protesta social. Al cumplirse un mes de movilizaciones y bloqueos en los barrios populares, la moral de la gente se encuentra intacta. Viaje al corazón del Paro Nacional
Anllel Ramírez
@RamirezAnllel
Cali, domingo 16 de mayo, día número 19 de paro nacional. El helicóptero estuvo rodeando ‘Paso del Aguante’ hasta las 11:30 p.m. y yo estuve leyendo y comunicando malas noticias hasta las 2:20 a.m. Al mirar la hora decidí dejar el celular a un lado. La luz de uno de los postes entraba por la ventana y, en silencio, seguía escuchando a los muchachos en la calle.
La angustia era inevitable. Busqué concentrarme en algo diferente. Lo último que tengo presente de aquella madrugada, es la imagen del Jeep rojo que se acercó a uno de los bloqueos en Paso del Comercio y los disparos que salieron del vehículo. La gente corría. Al irse, nadie se ponía de acuerdo si habían sonado cinco o siete detonaciones. Nadie, por suerte, resultó herido. Con ello recordé que horas más tarde debía ir a hacer entrevistas a ese y otros lugares. En todos esos puntos habían sucedido hechos parecidos. Me dormí, aunque últimamente tampoco tenemos el derecho a hacerlo.
Es otra ciudad
Amaneció. Miré a mi alrededor confundida. Respiré profundo y recordé que había pasado la noche fuera de casa. Faltan 15 minutos para las 6:00 a.m., descansé tan solo tres horas. Como cada mañana, temo desbloquear el celular. Lo cierto es que cada hora del día temo entrar a cualquier red social.
La lectura es parecida a la de otros días: “¡Alerta! Se presentaron tiroteos en varias zonas de Cali, hay múltiples heridos”. “¡Atención! Detuvieron jóvenes arbitrariamente, culpamos al Estado de lo que pueda sucederles”. “¡#SOS! Asesinaron manifestantes en dos puntos de concentración, #NosEstánMatando”. “Denuncia pública: en Colombia se están usando armas no convencionales para el control de la protesta ¿quién dio la orden?”. Todas sabemos quién la dio.
Me dispongo a iniciar la jornada. Puede que para la mayoría de los que participamos en el paro, sea la misma. El agua, en Cali, pareciera nunca estar lo suficientemente fría, el calor es indescriptible. Uso el mismo jeans desde hace tres días y pido prestado un saco negro. Bajo a buscar mis zapatillas, que siguen húmedas por el aguacero del día anterior. Creo que con todo esto que está pasando, nadie tiene tiempo para ocuparse de sí. Me las pongo, almuerzo y salgo a encontrarme con mis compañeros.
El tiempo para hacer las entrevistas es poco, pero las distancias son largas. Una de las cosas más bellas del paro, es la re-significación de los espacios. Nuestra ruta sería la siguiente: primero iríamos a ‘Sameconciencia’ (Sameco), después a ‘Paso del Aguante’ (Paso del Comercio) y, por último, a la ‘Glorieta de la Lucha’, en Siloé.
Más allá de la barricada, la resistencia popular
En Sameconciencia el aire es distinto, no sé si todo el mundo lo percibe igual. La ciudad pareciera irse agotando poco a poco en ese espacio en el que confluyen las principales vías que, al norte, nos conectan con otros municipios. Entre ellas, la que da paso a la zona industrial de Yumbo. Es por ello que en el imaginario del movimiento social es un lugar neurálgico para la protesta.
Allí nos encontramos con la Primera Línea, algunos están desde temprano. Otros, igual que sucede en varios puntos de concentración y bloqueo, amanecen ahí. La razón por la que continúan apoyando el paro es simple: “las exigencias del pueblo no han sido escuchadas por el gobierno. Hasta que eso no suceda, no podemos levantarnos de aquí”.
Pero la Primera Línea no es, ni mucho menos, la única capaz de mantener avante el Paro. Hay mujeres y hombres que se encargan de una multiplicidad de cosas que aseguran las condiciones necesarias para no desfallecer. Una de esas personas, es madre de un joven de 17 años que, según ella, superó el miedo a la muerte cuando entendió que el Estado no le garantizaría su derecho a la salud para poder tratar su enfermedad: tiene un quiste aracnoideo en el cerebro.
“Mi hijo está en Primera Línea, y yo soy la encargada de recibir las donaciones que la gente nos da en comida y estoy pendiente de lo que se les prepara a los muchachos. A veces siento miedo, un día la policía quiso llevárselo y él no dejó. Dijo que solo lo harían si era muerto, pero que no se subiría a ningún carro estando vivo. Yo estaba a su lado, le decía que se tranquilizara y al mirarme me dijo que en caso tal, moría por ‘esta’, se señalaba el pecho. Tenía puesta la camiseta de Colombia”.
El paro es popular
En Paso del Aguante, el ambiente no cambia mucho. La tensión es ya un estado natural, pero ello no les impide reír y jugar. Cuando llegamos ahí, había tres escenarios distintos. En uno había músicos, en otro, estaban danzando y en el último, estaban jugando fútbol. Nos dirigimos al cambuche y nos recibieron con galletas de pepitas y gaseosa.
Ahí también hay tareas muy bien organizadas. Cada quien sabe lo que tiene que hacer. Una de las mujeres que ayuda a organizar todas las donaciones comenta que han tenido que pasar por muchas situaciones difíciles. El temor de perder la vida, siempre hace parte de esa lista de injusticias que pareciera volverse interminable: “La rabia más grande es tener que vivir esta ironía. Ver tantos atropellos y no poder hacer nada más que pasar por todo esto para que algo cambie. Quiero que se sepa que esto es una lucha de todos, que el hecho de que los jóvenes estemos acá poniendo el cuero, no lo hace algo ajeno. Ha sido gracias a la ayuda de la comunidad, que hemos podido mantenernos”.
El último destino fue Siloé. Eran aproximadamente las 7:00 p.m. Cuando llegamos estaban pintando un mural que decía “Persistir por los que murieron luchando por la vida digna” y, sumado a ello, estaban prendiendo unas velas en forma de ‘A’: “Estamos haciendo una velatón por Alison, la niña que se suicidó en Popayán después de que cuatro policías la violaran, todas y todos son nuestros muertos”, me comenta una vecina de la comuna.
Siloé ha sido uno de los puntos más reprimidos. Mataron a tres jóvenes a tiros y 19 fueron heridos por impactos de bala el 3 de mayo. En Siloé, desde entonces, luchan estando en un duelo profundo: “Ese fue el día más difícil, aquí lo llamamos la ‘Operación Zapateiro’, nos trataron como si fuéramos un grupo subversivo, y lo único que estábamos haciendo era manifestarnos. Pero a pesar de todo, ha sido una experiencia muy grande. Hemos visto cómo la gente de a pie toma liderazgos, se apersona, se preocupa y nos apoya. El paro es popular”.
En la noche, los gatos son pardos
A las 8:00 p.m. con las entrevistas finalizadas, la sugerencia siempre ha sido no quedarse hasta tarde, así que nos dispusimos a irnos a nuestros respectivos hogares. Cuando recién comenzó el paro, una persona me dijo: “Ten cuidado. En la noche, los gatos son pardos. Debes tener los ojos bien abiertos”. Nunca lo olvidaré.
En Cali las noches son, desde el 28 de abril, horas eternas de terror. Los gatos pardos ofrecen todo tipo de opciones para ajusticiar la atrevida decisión de hacer uso legítimo de la protesta en un país, que hasta hace poco tiempo, parecía tener los ojos cerrados. Los gatos, aquí, aparecen de manera simultánea y en manada, atacan con arma de fuego, hostigan, golpean, detienen, torturan, asesinan, violan, judicializan, desaparecen… todo está, para ellos, dentro de los rangos de acción permitidos para “detener el caos” que les implica tener una sociedad despierta y con los ojos bien abiertos.