Inéride Álvarez Suescún
En esta columna no hablaré sobre la importancia del regreso a las aulas presenciales porque no hay duda de esto. ¡El regreso es importante y necesario! Entre muchas otras razones porque la educación virtual amplió las brechas entre unos y otros, porque la inequidad en el acceso a los recursos fue y continúa siendo la constante y, porque muchos niños, niñas y jóvenes abandonaron sus estudios. Esto sin ahondar en cómo las dinámicas familiares se afectaron, en las cifras de la violencia familiar y el maltrato infantil que lamentablemente aumentaron, así como, las dobles y triples jornadas de mujeres, madres, hermanas mayores y trabajadoras.
Estudiantes, docentes, padres, madres y la comunidad educativa en general lo necesitan y anhelan. Todos son la razón de ser de la educación, todos cumplen una tarea muy importante en la socialización y formación. ¡Por fin se reconoce a la escuela como un lugar seguro, como un lugar fundamental en los procesos de socialización y, a las profesoras y profesores como actores y sujetos fundamentales en este proceso! Sin embargo, quienes piden con vehemencia el regreso, lo hacen desde el lugar de los privilegios. ¡Casi nada!
Para nadie es un secreto que las instituciones públicas no lograron y aún no logran, brindar las condiciones para que estudiantes y profesores desarrollen sus actividades educativas de manera virtual. Parece mentira, un mal chiste, que, después de 11 meses no fue posible la entrega de recursos y medios para que la educación llegara a todos los rincones del país… En estas condiciones ¿estamos listos para el regreso? dirán algunos, depende “según como se mire, todo depende”, desde el lugar de los privilegios seguro que sí.
Los dirigentes sindicales con razones piden que el retorno a la presencialidad sea un retorno seguro. Se entiende entonces que no se está diciendo que no se quiera volver a las aulas presenciales, claro que sí. Lo que se piden son condiciones para hacerlo de manera segura. Y esto tiene que ver con las condiciones sanitarias, con la adecuación de las instituciones y, las dotaciones correspondientes, por ejemplo. Una niña estudiante de un colegio en Bogotá les pide a los gobernantes “que miren al sur”. Es claro ¿verdad?
¿Qué es eso de mirar al sur? No hablar desde el privilegio y considerar todas las variables que las instituciones deben cumplir y, no de manera solitaria como si la responsabilidad fuera individual, de cada rector o rectora, sino, en conjunto, con la intervención real de las Secretarías de Educación y de Salud. No se trata simplemente de volver, se trata, por ejemplo, de contar con los baños y lavamanos suficientes, así como, de espacios ventilados (es lo que los expertos han considerado más efectivo para la prevención del contagio) y, de pensar, por supuesto, la pedagogía y el currículo con mucha flexibilidad.
Por favor, no es suficiente con hacer un diagnóstico para saber qué saben los estudiantes y determinar “donde se quedaron”. Se trata de reconocer y escuchar a estudiantes y profesores. ¿Qué aprendieron? (no solo temas y contenidos), ¿qué cosas de lo aprendido en este año y en los anteriores les fue útil para sobrellevar este tiempo de encierro?, ¿qué aspectos consideran fundamentales en su enseñanza?, ¿qué cosas definitivamente no volvería a hacer?, ¿qué les gustaría hacer diferente?
“Nuestra tarea como educadores no es otra que reflexionar sobre lo posible”, bella invitación de Paulo Freire, siempre vigente.
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