Reunión en Pekín

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El poeta José Luis Díaz-Granados en la histórica plaza de Tiananmen.

Una excelente crónica del poeta José Luis Díaz-Granados sobre su reciente visita al gigante asiático y mundial

José Luis Díaz-Granados – Especial para VOZ

He retomado el nombre de un libro de Jorge Zalamea para titular este artículo, en el cual cuento de manera sintética mi visión, a vuelo de pájaro, fragmentaria, y desde luego incompleta, de la República Popular China, durante una apretada semana que estuve en Pekín.

Mi tarea era muy concreta. Invitado por la Beijing Language and Culture University, debía participar en la Cumbre “Una Franja, un Camino”, con una ponencia sobre el conocimiento de la literatura china en América Latina, desde Confucio y Li Bai hasta los escritores más representativos de la actualidad como el Premio Nobel Mo Yan, pasando por los poetas y narradores emblemáticos del siglo XX como Lu Xun, Mao Dun, AiQin y el propio presidente Mao Zedong, quien se destacó de manera brillante en el campo de la poesía.

A pesar de la rigidez del programa (debíamos salir a las siete de la mañana del hotel y regresábamos a altas horas de la noche durante los días del evento, con ópera china incluida), tuvimos tiempo de conocer muchas caras de Pekín, de conversar con profesores, alumnos, guías y personas del común, y de apreciar el progreso gigantesco de la que será, sin ninguna duda, la próxima potencia económica del mundo.

La actriz y directora de cine peruana Alicia Morales, el director de cine y novelista chileno Jorge López Sotomayor y quien escribe estas líneas, éramos los únicos participantes de habla hispana. Acompañados de jóvenes y amables traductoras, visitamos la legendaria Plaza de TianAnmen, primero en la noche y luego, a la mañana siguiente, durante un luminoso día de cielo azulado en el que no había la más mínima muestra de contaminación, pues según me explicó el chofer que nos conducía, había llovido dos días atrás. Recorrimos las avenidas anchas y perfectas, bordeadas por millares de edificios monumentales, casi todos defendidos por millones (no exagero) de árboles con “verdes de todos los colores”, altos y encumbrados hasta el infinito.

En el Mausoleo de Mao Zedong

Antes del mediodía, hicimos la cola durante una hora exacta, ordenada y circulante, para visitar el Mausoleo de Mao Zedong. Calculamos con la vista unas trescientas mil personas, chinas en su inmensa mayoría. Durante el recorrido, en medio de interminables vallas de contención, unos policías nos indicaban el camino a seguir, con paradas para requisas sin sacos, prendas, cinturones, gorras y celulares, similares a las de los aeropuertos.

De la última revisión salimos a un patio amplio con jardín donde se venden por tres yuanes unas flores amarillas de tallo alargado, que los millares de turistas, especialmente los chinos, compran para depositarlas frente a la gigantesca estatua de Mao que hay a la entrada del mausoleo. Enseguida ingresamos a una enorme edificación moderna con leves atisbos de la arquitectura clásica china, rectangular, austera, con diez columnas que circundan la entrada.

Luego de pasar frente a la estatua del Gran Timonel, ante la cual muchísimos chinos mayores en edad, se inclinan respetuosamente, penetramos en una inmensa habitación con paredes de cristal, en donde se vislumbra la venerada urna en cuyo frontis se destaca una inscripción dorada del martillo y la hoz. Está allí el cuerpo de Mao Zedong. Su rostro carismático resplandece en medio de las lucecillas sombrías que lo rodean, en tanto que el resto del cuerpo está cubierto por la bandera roja del Partido Comunista de China. El recorrido es rápido, tanto del lado izquierdo como del derecho. Imposible dejar de recordar la visita al Mausoleo de Lenin en Moscú, en el verano de 1985.

Caminamos por la Ciudad Prohibida y el Palacio de Verano. Admiramos la pureza de sus ríos y lagos; la exuberancia de sus calles, almacenes, bancos, centros comerciales, escuelas y universidades. La ciudadela grande, perfecta y bien custodiada ciudadela para las embajadas, en fin, la disciplina con que los 20 millones de pequineses cumplen con sus cotidianas tareas.

En la vida diaria, los desayunos, almuerzos y cenas están llenos de alimentos exquisitos, en su mayoría desconocidos para los latinoamericanos. Tuvimos la fortuna de paladear en tres oportunidades el plato supremo de la China: el pato laqueado. Bebimos Mao Dai, el aguardiente nacional y saboreamos sus más ricos pescados, carnes, verduras y frutas.

En cuanto al controvertido timonazo económico y político que dio en los años 80 el dirigente Deng Xiaoping luego de la muerte de Mao, aún es motivo de frecuentes interrogantes, dudas y contradicciones. A finales de esa década, el entonces primer ministro Zhao Ziyang declaró que China estaba en “una primera etapa del socialismo que podía durar cien años, en la cual el país necesitaba experimentar con diversos sistemas económicos para estimular la producción”.

Un profesor de historia me explicó que ya se ha comprobado de manera elocuente que el camino del socialismo con peculiaridades chinas —es decir, según las condiciones materiales, históricas, culturales y hasta demográficas de ese país—, “es un camino viable, un camino correcto y un camino bueno”.

Recordó que hace unos meses, el presidente chino Xi Jinping exhortó a los 88 millones de miembros de la Liga de la Juventud Comunista, a estudiar con profundidad las obras fundamentales del marxismo-leninismo.

Partiendo de esa convicción socialista (marxista, leninista y el pensamiento de Mao Zedong) y dentro de los principios básicos de la actual orientación política, los chinos están convencidos de que van a llevar a cabo gradualmente el progreso económico del país y la prosperidad común de todo el pueblo al construir “un país socialista moderno, próspero, democrático, civilizado y armonioso”.