Cada vez es más frecuente que grupos de jóvenes, al ritmo de este estilo de salsa urbana, se enfrenten a la policía e impidan los procedimientos en los barrios. La música popular se ha convertido en un instrumento de resistencia contra los abusos de la autoridad
Roberto Amorebieta
@amorebieta7
Es sábado y son más de las 11 de la noche. Casi doscientos jóvenes se reúnen en la calle de algún barrio popular de Cali, Buenaventura o Tumaco para bailar y divertirse. La música resuena a través de los enormes parlantes que flanquean la calle mientras los jóvenes mueven sus cuerpos sensualmente al ritmo de la salsa choke. El licor corre por entre los grupos de amigos y parejas que comparten alegremente y por instantes, parece que el tiempo se detuviese en una hipnosis colectiva de ritmo y cadencia.
En un momento, el ritual se rompe por la presencia de varias patrullas de la policía que llegan al lugar llamadas por algún vecino que no soporta el ruido de la fiesta. Los jóvenes ya están acostumbrados. Los uniformados llegan con actitud agresiva, ordenan bajar el volumen de la música y proceden a requisar a los jóvenes, no sin procurar durante el procedimiento detener a un par de personas por escándalo en vía pública o por atreverse a confrontar verbalmente a los agentes.
Vaya vaya
De repente, algunos jóvenes comienzan a cantar y bailar un coro muy popular por estos días en el Pacífico colombiano, que pronto se extiende entre la multitud y termina siendo una declaración de desobediencia: “Los tombos son unos hp, vaya, vaya…”. El coro resuena cada vez más fuerte y los policías, ante semejante demostración, prefieren retirarse y dejar que el baile continúe. La fiesta popular ha ganado la batalla una vez más.
La canción surgió hace unos meses de forma espontánea cuando algunos jóvenes estaban siendo reprimidos por la policía y uno de ellos, tal vez animado por el alicoramiento, improvisó el pegajoso coro frente a la cámara del teléfono de unos de sus amigos. Pronto el video se hizo viral en internet e inspiró al artista caleño Luis Riascos “El Flaco” a grabar su propia versión, la que al momento de escribir este artículo tenía casi 1’290.000 reproducciones en Youtube. Es decir, todo un fenómeno de difusión en las redes.
La canción no pasaría de ser una curiosa noticia de entretenimiento si no fuese por la demanda que la policía metropolitana de Cali anunció contra “El Flaco” y sus compañeros por injuria. Inmediatamente los medios saltaron a respaldar a la policía y a poner en sus titulares “matoneo”, “ofensas a la institución” o “posible delito”, mientras curiosamente olvidaban nociones como “libertad de expresión” o “libertad artística”. Recordemos que el delito de injuria se tipifica como las ofensas graves que imputan una conducta deshonrosa o atentan contra el buen nombre, pero que también la Corte Constitucional amparó el derecho de los artistas a su libre expresión.
Legitimidad
Más allá del debate entre el derecho al buen nombre (en este caso, de la policía) y el derecho a la libre expresión de los artistas, lo más interesante es el tipo de dispositivo cultural que se esconde tras una expresión masiva y popular como esta canción. Por supuesto, con la demanda la policía está legitimando el ejercicio de crítica musical y dándole visibilidad a “El Flaco” y su grupo, al punto que un fenómeno que nació en el distrito de Aguablanca en Cali ya está adquiriendo connotaciones regionales y nacionales.
Porque la legitimación no proviene solo de la torpe decisión de instaurar una demanda por injuria. Viene, sobre todo, de la propia actitud de la policía como institución que da pie para que este tipo de expresiones populares tengan asidero en la realidad. Por supuesto que la veracidad de la frase “los tombos son unos hp” puede discutirse hasta el infinito. Puede decirse que es una generalización, que es una exageración o que es injusta. Lo que no puede decirse es que sea absurda, es decir, que no represente el genuino sentir de muchas personas en Colombia, en especial pobres, que padecen todos los días el maltrato de la policía en las calles.
El reclamo que grita la contundente letra de la canción no es más que por una policía que de verdad cumpla con sus funciones y respete a los ciudadanos sin importar su origen social o étnico. No tiene que ver con los agentes de la policía como individuos, quienes son también trabajadores, provienen de extracción popular, son explotados laboralmente y son instrumentalizados por el régimen político para reprimir. Tampoco tiene que ver con algo parecido al “honor” ni al supuesto “buen nombre” de la institución. Tiene que ver, eso sí, con una demanda ciudadana por una mejor policía, una a la que, por ejemplo, se le pueda decir hp en la cara sin que ello signifique una respuesta violenta.
Complacencia con el poder
La actitud violenta de la policía con los ciudadanos en las calles es ya conocida de autos. A ello se le suma su reconocida ineficacia cuando deben proveer seguridad, sin contar los numerosos y cada vez más frecuentes casos de corrupción en las filas policiales. Todo ello se enmarca además en una actitud claramente clasista que reprime a los pobres mientras es complaciente con los poderosos. Para lo anterior basta con recordar bochornosos casos como el del exsenador Eduardo Merlano quien se negó a que se le realizara la prueba de alcoholemia, o el hijo del presidente de la Corte Suprema quien fue descubierto teniendo relaciones sexuales con su novia en un vehículo blindado asignado a la Corte. Tras estos incidentes, fueron sancionados los policías encargados de los procedimientos de tránsito.
Ante este tipo de situaciones que no son ocasionales, sino que muestran el comportamiento general de los policías, ¿qué respeto se puede pedir por parte de los ciudadanos? ¿Cómo esperar que las personas traten con deferencia a los policías mientras estos abusan de su poder de forma discrecional, dirigiéndolo casi siempre contra los pobres? Por supuesto que la respuesta se halla en el propio comportamiento policial y no en la interposición de demandas absurdas.
Expresión popular
Una multitud cantando “los tombos son unos hp” no es una muestra de irrespeto, ni siquiera de desobediencia. Es una expresión popular que reclama una mejor actitud de los policías con la gente. Como expresión espontánea no puede ser reprimida por el poder, a riesgo de quedar aún más expuesto en su debilidad. Como manifestación popular legítima, no tiene por qué ser perseguida por ninguna autoridad.
Los abogados de la policía deberían preocuparse menos por las “asonadas bailables” y más por la lucha contra la corrupción. Deberían dejar de hacer el ridículo con tontas demandas, poner más atención al ingenio popular y darse cuenta de que antes que pedir “respeto” es decir, obediencia y sumisión ante la policía, deben depurar la institución de elementos corruptos y mejorar sus procedimientos de atención.
El respeto no se impone por la fuerza ni a través de demandas penales. El respeto se gana todos los días en las calles. Queremos una policía que nos respete y que nos inspire respeto. Queremos ser tratados como ciudadanos.