La comunidad de Santa Lucía, en Ituango, Antioquia, fue quemada por los paramilitares en el 2000. Hoy tiene una zona veredal transitoria de normalización y la esperanza de un mejor futuro
Bibiana Ramirez – Agencia Prensa Rural
Ituango está rodeado por un bosque tropical seco. Los cámbulos, guayacanes y acacias están florecidos y dan la sensación de una humilde alegría. Empiezan de nuevo las lluvias y la naturaleza a lavar la oscura historia que por sus hojas ha recorrido. Santa Lucía es una de esas veredas que resurgió de las cenizas hace 17 años.
Son dos horas de recorrido desde la cabecera municipal para llegar a Santa Lucía. Ahora la carretera está arreglada por la zona veredal transitoria de normalización. Antes era casi intransitable y en invierno las veredas quedaban totalmente aisladas.
Se desciende por un estrecho cañón, adentrándose a las puertas del Nudo del Paramillo, que comprende el 54,8% del territorio de Ituango. Hay algunos puentes nuevos que fueron ganados en el paro agrario del 2013. Es muy temprano en Santa Lucía, los estudiantes van a la escuela. La niebla aún está cerca al caserío y los abrigos protegen los cuerpos del frío. Hoy esta comunidad cuenta con 380 habitantes.
Un campesino pica las hojas de la caña para alimentar a sus caballos. Otro está levantando una casa de adobe y suena la radio mientras construye en soledad. Una señora barre su patio de tierra y ayuda a su madre anciana a cambiarse de silla. Una quebrada de agua cristalina pasa por un costado. Un señor que llega de otra vereda cercana tiene una venta ambulante de bananos, mangos y dulces a la salida de la escuela.
La historia hecha cenizas
Santa Lucía ha visto desfilar la guerrilla desde los ochenta. Primero llegaron los del ELN y luego las FARC. Muchos vecinos y conocidos hacían parte de esas filas, por lo que era común prestarles alguna ayuda. Pero también se vinieron las represalias y el estigma. Por eso Gilma hace un relato de uno de los hechos más trascendentales en esa vereda y que la mayoría tiene en su recuerdo porque lo vivió o se lo contaron.
“Eso fue el 30 de noviembre de 2000. Esto era una zona muy poblada. Había escuela e iglesia. Llegaban los rumores de que aquí iban a venir unos grupos armados y nos iban a desplazar. Cuando eso yo tenía los hijos pequeños. Eran ocho. Fueron unos dos meses en que los hombres del caserío salían corriendo para el monte por temor.
Llegó ese 30 de noviembre. Era un día de trabajo, estaba la gente cogiendo café. Nos avisaron que venía un grupo armado. Llegaron y se presentaron como autodefensas y de una empezaron a quemar las casas. Nos recogieron abajo en la escuela. La mayoría corría por el miedo, yo no pude correr porque tenía muchos niños.
Nos llevaron, nos dijeron que éramos guerrilleros o colaboradores de la guerrilla. Mas eso era falso, nosotros estábamos en medio. Claro, esto es zona guerrillera, han estado varios grupos, es una ruta. Entonces nos dijeron que por eso quemaban las casas. Las quemaron con todo dentro. Uno temía mucho, porque el que iba abajo al río, sin papeles, lo mataban porque era guerrillero.
En un momento, después de rogar, dejaron que yo fuera con un muchacho a recoger los papeles, porque ya estaba todo ardiendo, pero logré sacarlos. Prendieron el caserío, se llevaron lo que pudieron. Ellos llegaron a eso de las diez de la mañana y a las doce del día se fueron. Yo alcancé a ir y apagar la mitad de la casa.
Los hombres que había esa mañana eran el cura y mi papá. Al cura le dijeron ‘usted queda responsable de esta comunidad’, y que al otro día nos esperaban en el río. Nos dijeron que aquí no podíamos volver a construir así el alcalde nos ayudara. Nos fuimos desplazados.
Estuve cinco meses en Ituango. Primero empezamos en un albergue, éramos muchos, pero algunos fueron retornando. Después nos tocó pagar arriendo. Ya no teníamos con qué, yo con toda esta familia, me tocó volver a Santa Lucía, no tenía más para dónde.
Con la ayuda de una ONG volví a construir el ranchito. Ahí sí entró la guerrilla y nos dijo que esta lucha la teníamos que construir entre todos. Después llegaron los enfrentamientos con los paras, hasta que los sacaron del todo y no volvieron. Pero gran parte de la gente de esta vereda tampoco regresó”.

Cuando Gilma nació, ya Santa Lucía existía. Ella tiene 45 años. Lo que más se ha cultivado allí es el fríjol. En otras épocas lo cultivaban para venderlo en Ituango. Ahora es costoso sembrarlo y lo pagan muy barato. Ya nadie lo vende, sino que se lo consumen ahí mismo.
Después de la quema del caserío, los mismos paramilitares les llevaron semilla de coca. Algunos campesinos sembraron pero al poco tiempo desapareció porque no dio resultado. Continuaron con la siembra de cultivos de pancoger. La arriería es la mayor entrada económica. También están la caña y el café como fuente de ingresos.
Hace siete años que llegó la electricidad a la vereda por medio de concejales que han salido de ahí, y la efectividad de la junta de acción comunal. La carretera la hicieron en convite, como se han hecho todas las carreteras del país.
Ahora con el proceso de paz la mayoría se entusiasma con la idea de que vendrán nuevos proyectos. Por ejemplo Gilma dice que “nos gustaría cultivar con tecnificación. Aprender y tener mejores productos. Lo que hace que empezó el proceso de paz hemos respirado esperanza”.
Por ahora gran parte de la comunidad está trabajando en la construcción de la zona veredal. “Se están haciendo nuevas construcciones en la vereda. Esto aquí se está transformando. Sin embargo no tenemos comunicaciones, no hay antenas. La gente carece de vivienda. No hay centro de salud, hay que sacar la gente hasta Ituango”, dice Héctor Giraldo, concejal de Ituango.
Y una de las cosas negativas que ve Héctor con que allí haya una zona veredal es la estigmatización que les siguen dando. “Ya los medios, las instituciones y los malintencionados dicen que son zonas independientes, que aquí no hay sino guerrilla. Por el hecho de ser de estos cañones nos investigan todo, hasta la comida”.
“Lo que pasa en Santa Lucía es la iniciativa para que otras veredas, así no estén cerca de la zona veredal, comiencen a formarse, a organizarse. Es importante una reconciliación y que nos unamos todos a trabajar por una misma causa, a mejorar las veredas. Nosotros vemos que sí se puede”, dice Cristina Taborda, líder en Santa Lucía.
Ya es medio día, los trabajadores de la obra en la zona veredal salen a almorzar. Los niños terminan las clases y se acercan donde el señor de las ventas a gastar sus últimas monedas. Algunos guerrilleros pasan para ir a estudiar los acuerdos. Todos se saludan familiarmente. Empieza a llover fuerte y los plásticos que cubren algunas carpas de los campamentos se levantan con furia. Un guerrillero me dice que se han inundado varias veces y que la quebrada se ha crecido sin dejar pasar a nadie.