Santiago García: el arquitecto del teatro colombiano

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Maestro Santiago García.

“La vida es una obra de teatro que no permite ensayos… Por eso, canta, ríe, baila, llora y vive intensamente cada momento de tu vida… Antes que el telón baje y la obra termine sin aplausos”: Charles Chaplin

Violeta Forero
@Violeta_Forero

Claramente la vida del maestro Santiago García terminó con miles de aplausos, pues además de vivir momentos intensos, la huella que dejó es imborrable.

Siempre vestido de colores oscuros, majestuoso y bien arreglado se le veía deambulando por los pasillos del Teatro La Candelaria, del cual fue cofundador en 1966. Este ejemplo de actor, dramaturgo y director murió el 23 de marzo a los 91 años cumplidos.

Arquitecto graduado de la Universidad Nacional de Colombia, se formó en la Escuela de Bellas Artes de París y en el Instituto Universitario de Venecia, y cursó estudios de escenografía y dirección teatral en la Universidad Carlos en Praga, Checoslovaquia. García realizó un aporte bastante amplio al teatro colombiano convirtiéndose en inspiración para varios de los referentes que han seguido sus huellas.

Amigo de la revolución

El paso por las artes en Colombia no es fácil. Para nadie es un secreto la lucha constante que deben seguir las diferentes iniciativas artísticas para lograr reconocimiento. En resumen, la constante en el país es trabajar casi que con las uñas para atender a las necesidades de supervivencia.

Santiago entendió esto a temprana edad. Fue censurado varias veces, pero nunca dejó de creer que el teatro podría ser una solución transgresora para intentar explicar las diferencias sociales y el origen de estas. En cada una de sus obras inyectó un componente de sentido social que era evidente. Sin embargo, se fue abriendo espacio entre los grandes casi que a codazos, entendiendo el papel del artista en el devenir social.

Considerado un amigo de la revolución, en los años 50 conoció al dramaturgo Seki Sano (nombre que ahora lleva una de sus salas de teatro) quien había sido expulsado de su país por ser comunista. Sano llegó a Colombia invitado por Gustavo Rojas Pinilla para dar clases de actuación y formación en plena llegada de la televisión al país, pero se descubrieron sus tendencias marxistas y, como era de esperarse, fue expulsado también del territorio colombiano.

Sin embargo, como alumno y amigo, García le aprendió mucho, tanto de política como del arte en las tablas. El prolífico director japonés usaba diferentes técnicas de concentración (y por supuesto de disciplina) que ayudaron a que el colombiano se decantara por el mundo del teatro, dejando de lado la televisión.

El arquitecto

Con respecto a su vida profesional, si bien nunca ejerció su carrera, fue el arquitecto del teatro. A los 27 años de vida llegaría a las artes escénicas de la actuación, espacio que innovaría pensando siempre más allá de las élites, a partir de una consigna que lo acompañaría por el resto de su vida: el teatro debe ser para y por la gente.

Gracias a sus aportes culturales y a su trayectoria en el oficio, el Instituto Internacional de Teatro, ITI, de la Unesco, le otorgó el título de “Embajador Mundial del Teatro” en 2012, y tan solo siete años después, en 2019, junto a su amiga de vida, excompañera sentimental y socia Patricia Ariza y a Carlos José Reyes, recibe la “Medalla al Mérito Cultural” por su aporte al legado del arte del cuerpo.

Herencia

Santiago García fue fundador del icónico teatro El Búho en 1958, periodo de aparente apertura política con el fin de la dictadura de Rojas Pinilla. Junto a Patricia Ariza, Fernando Mendoza, Gustavo Angarita, Francisco “Pachito” Martínez, Vicky Hernández y otros entusiastas del teatro, fundaría la Casa de la Cultura, espacio que años después se llamaría Teatro La Candelaria.

García escribió varías obras teatrales, tanto individuales como colectivas. Participó en el montaje de obras como Diez días que estremecieron al mundo, adaptación del libro del periodista norteamericano John Reed sobre los acontecimientos de la revolución bolchevique de octubre de 1917, cuya dramaturgia se basa en La vida del buscón llamado don Pablos o El gran tacaño de Francisco de Quevedo.

Sin embargo, Guadalupe años sin cuenta será una de las creaciones colectivas más recordadas de Santiago García. Está obra creada en 1975, se inspira en varios estudios sobre las guerrillas de los Llanos Orientales que se formaron en la época de la violencia en Colombia, década de los cincuenta, procesos insurgentes que contaron con el apoyo del Partido Liberal.

La obra que abre y cierra con el asesinato del guerrillero Guadalupe Salcedo, configura una poderosa dramaturgia donde se articulan las pugnas partidistas, los combatientes del Ejército en la guerra de Corea, la manipulación de la prensa, los intríngulis del poder, los crímenes derivados de la guerra, las presiones extranjeras y la siempre bondadosa complicidad de la Iglesia. Ambientada con canciones llaneras que identifican los hechos y personajes, la obra maestra del Teatro La Candelaria retrata el inicio del conflicto armado en Colombia.

Hasta siempre maestro

En palabras del maestro García, “los hombres y mujeres de teatro tenemos claro nuestros dolores porque hemos conformado grupos y públicos, hemos sabido convivir entre diferentes y hemos tramitado las divergencias en la creación, un lugar sagrado y misterioso que permite recrear la vida y por lo tanto contribuir a transformarla”. Estar en las tablas es quizás el revuelto de sentimientos más hermoso que se puede llegar a tener. Es adentrarse en un personaje que puede tener o no características similares a las propias. Es estar a la expectativa de lo que va a suceder. Es colaborar, es trabajo en equipo, es la creación de redes humanas para lograr un objetivo en común, es tener una responsabilidad frente a lo que se está hablando. La televisión y el cine se editan, el teatro no.

De un momento a otro el teatro quedó de luto, en medio de las situaciones externas de un momento complejo de la humanidad. A Santiago, en sus últimos años de vida, se le podía ver con la mirada perdida, y en voz baja repetía las mismas historias. Siempre esperaba las mismas risas en las mismas pausas. El alzhéimer estaba acabando con su vida. Un hombre que vivió para y por el teatro, un gestor cultural de sonrisa expresiva y facciones fuertes; un hombre que no murió, que retornó a donde pertenece, a las estrellas. Lo despedimos con la clásica expresión: ¡Mucha mierda!, ¡Que se partan una pata!

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