Jaime Cedano Roldán
@Cedano85
Sabíamos que iba a ser una campaña sucia y violenta como ninguna otra en la historia de las elecciones en Colombia, y decir esto parecía hasta exagerado para un país donde en los últimos setenta años han asesinado cuatro candidatos presidenciales, centenares de concejales, alcaldes, diputados, congresistas, miles de líderes sindicales y sociales y exterminado a varios partidos y movimientos políticos. Lo sabíamos y se estaba advirtiendo.
Pero pareciera a veces que estas elecciones no fueran en Cundinamarca sino en Dinamarca y que pese a toda esta historia y todo el catálogo de guerra sucia mediática, jurídica y de todo tipo ejecutadas por las derechas algunos con el montaje de La Picota se asustaron en su ingenuidad y salieron corriendo dando gritos de espanto y pidiendo explicaciones ante videos manipulados, notas descontextualizadas de visitas carcelarias o adhesiones y declaraciones sospechosas e indeseadas.
Como decía mi abuela, parece que durante todos estos tiempos hubiéramos convivido con arcángeles en el poder y no con el bestiario y sus canalladas, desde los mismísimos primeros momentos de nuestra larga y atormentada vida republicana. Aunque al final la verdad es mejor nunca perder la capacidad de asombro frente a las miserablezas, pero mantener la calma y la templanza.
Es cierto que millones de personas han despertado, que el embrujo autoritario se va evaporando, y que las redes ayudan a responder, pero la radio y la televisión siguen teniendo una inmensa capacidad de manipulación, y sobre todo que la ultraderecha en el poder está dispuesta a todo para mantener el control del gobierno.
Vienen seis semanas de vértigo y de espanto, que también pueden ser de crecimiento de la indignación y ganas de mandarlos a la quinta porra de una vez por todas. Pero no podremos descuidarnos, ni dormirnos en los laureles, y menos pensar que todo está perdido.
Recordar siempre aquello de que la memoria tiene las patas cortas y que en el insondable mundo macondiano no es raro que los corruptos y bandidos posen de luchadores contra la corrupción y menos raro aún que haya quien les coma cuento. En estos días de santas reflexiones hemos visto por centésima vez alguna de las tantas películas donde Barrabás es el aclamado por las muchedumbres fanáticas y embrutecidas. La lucha política, ideológica y propagandística es inmensa.
Pero no solo en Colombia la memoria tiene las patas cortas. Hay que ver el espectáculo de la Europa que fuera invadida y devastada por el nazismo y se levantara inmensa con las banderas antifascistas, y que hoy le manda armas como caramelos a los comandos nazifascistas ucranianos, convierte en estadista de talla internacional a Zelenski y mira para otro lado ante inocultables crímenes de lesa humanidad.
Una cosa es condenar una guerra y una intervención militar, tenga o no las justificaciones y explicaciones que tenga, y otra es darle alientos al neofascismo que recorre Europa llenando las calles y las urnas y llegando a los gobiernos con sus discursos racistas, xenófobos, homófobos, nacionalpatrioteros y con unas izquierdas que parecen incapaces de articular respuestas coherentes y eficaces, no encuentra los caminos de la unidad, pero que igual no se rinde y busca salidas.
La batalla democrática que se está librando hoy en Colombia concita un interés internacional como nunca antes había ocurrido. Hay admiración y expectativas.
Empieza la cuenta regresiva.