Semblanza de Plinio Carabalí

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Siendo jóvenes, quienes conocimos a Plinio Carabalí, identificamos de inmediato que era un hombre lleno de valores. La solidaridad, la fraternidad, el respeto, la responsabilidad, el amor por las causas de las personas más humildes, eran condiciones suyas, que le dieron siempre un alto vuelo moral. Alegre y sonriente, fue un ser humano íntegro y, al decir de Brecht, de los imprescindibles. Por ello, hacia él siempre sentimos una fuerte admiración; no solamente quisimos al militante, al comunista aguerrido, sino también al padre, al hijo, al hermano, al amigo. En una palabra, al compañero.

Fue un trabajador en todo el sentido de la palabra. De esos que quizá hoy no se ven. El rigor de la zafra hizo tosca su piel, pero nunca su esencia. Detrás de una cara en donde podían verse años de luchas, triunfos y derrotas, se hallaba el ser humano cálido y aprehensivo, ávido de conocimiento, lleno de moral de combate. Rechazó siempre la desigualdad, en todas sus formas, y luchó incansablemente por un país mejor, más justo, más humano.

Plinio se forjó al calor de la lucha. En el sindicato, en el barrio, en la célula, en el hogar. Incansable camarada, líder obrero, hizo época en el Partido Comunista Colombiano, especialmente en Palmira, que fue la ciudad que lo adoptó. Símbolo de dignidad y reconocido en el histórico barrio obrero María Cano, se convirtió en figura para muchas generaciones de hombres y mujeres rebeldes, dignas y coherentes. Así, en el sector viviendista, procuró un techo para los sectores populares, y lo logró. Contra el abuso, las patronales, la coerción, se hizo grande. Comunista ejemplar, de décadas de esfuerzos y utopía. Sin vacilaciones supo entregar su vida a la causa de la clase obrera y el socialismo, con la cadencia y parsimonia que lo caracterizó. Fue un guerrero vital, un hermano de batallas por la justicia social.

Hasta la victoria, camarada Plinio. Que la tierra te sea leve. Ya llegarán los tiempos de leche y miel para todos, siempre, con tu ejemplo presente y con tu cabeza en alto. Arrugados de corazón y acongojados de espíritu, pero llenos de esperanza y de convicción, te despedimos diciéndote que seguirás.