Manuel Antonio Velandia Mora
Yo nunca me he sentido culpable por ser homosexual, he sido una persona feliz. Mucho menos he pensado que soy enfermo, pecador o delincuente. Sin embargo, para muchas personas aceptar su orientación sexual se ha vuelto un dilema y esto ha sido aprovechado con las iglesias cristianas para exorcizarles el demonio de la homosexualidad, curarlos de esa debilidad y crear la culpa suficiente, para tenerlos amarrados pagando la culpa con el diezmo y llevándolos a extremos de culpa, que él nos conduce incluso hasta el suicidio, la depresión y el tratamiento psiquiátrico.
La más grande organización del mundo en producir ex-gay fue el grupo de «apoyo anti-gay» Exodus International; fundada en 1976, se autodisolvió el 19 de junio de 2013 tras una votación por unanimidad de los miembros de su junta directiva. Mediante un comunicado anunció el fin de sus actividades y pidió perdón por el daño que había ocasionado a lo largo de 37 años a las personas LGBT.
Ser aceptado por la familia, la sociedad, los compañeros de trabajo y sobre todo por sigo mismo son las necesidades que llevan a las personas a buscar este tipo de apoyo en las iglesias. Uno de los fundadores e igualmente uno de los primeros en abandonar Exodus

por el daño que vio hacer, fue Michael Bussee, quien señala que “la necesidad de comunidad entre los cristianos homosexuales siempre existirá”, ya sea que las iglesias sean conservadoras o liberales. Recalca, además, que «mientras exista la homofobia [en la iglesia] surgirá alguna versión del éxodo».
Una pregunta que nos hacemos los sexólogos y otras personas quienes trabajan por el tema de la sexualidad y los derechos sexuales y reproductivos es por qué las personas permanecen en las iglesias, la respuesta es muy sencilla: el trabajo ex-gay permite algo de alivio del miedo al rechazo. Contradictoriamente, esas mismas organizaciones comprenden claramente que no pueden permitirse las condiciones para que no sea posible el encuentro cercano entre sus afiliados, saben que si esto sucede las personas pueden construir vínculos y establecer afectos que culminan en relaciones genitales.
Generalmente estos deslices o “pecados” se pretenden ignorar, pero igualmente los dirigentes saben que sucede y hacen todo lo posible por ocultarlo. Para algunos de los/as ex-gay, este espacio de libertad, ha sido también el camino de perdición que los llevó al suicidio, a la autolesión y a odiarse a sí mismos.
Cuando las familias no aceptan a las personas en razón de su orientación sexual, las conducen a un ostracismo que se convierte en el detonante que las lleva a los límites de la auto violencia. A muchos ex-gay, el peso del deseo y el erotismo les conduce a prácticas culpabilizadoras que son difíciles de aceptar y asumir.
Al respecto Julie Rodgers, quien también hiciera parte de Exodus comenta: “recuerdo innumerables amigos cristianos, conocidos y amigos de amigos que tuvieron que dejar sus iglesias e incluso sus hogares avergonzados. Algunos hacían trabajo sexual para subsistir. Algunos murieron”. Evidentemente las personas tienen que recurrir a este tipo de estrategias para poder subsistir.
La realización cinematográfica que inspira está reflexión es un documental que está dirigido por Stolakis. Ha sido titulado como “Pray Away”; se estrenó este 7 de agosto en Netflix.
El documental da un gran énfasis a los ministerios de conversión o terapia «reparadora» para los cristianos de los sectores LGBTI y de las diversidades de géneros y cuerpos, que, utilizando principalmente a cabezas parlantes tienen el fin de atraer incautos y por supuesto, de incrementar la economía de la “salvación”.
Los/as voceros ex-gay que aparecen en el documental les muestran a los espectadores lo importante que es hacer de las vivencias personales de dolor las imágenes de las noticias y de los programas de opinión. Con las historias se crea un arco narrativo devastador que permite ver qué es lo que hay detrás del asunto de la sanación de la homosexualidad.
Los testimonios muestran cómo se pasa de la represión al proselitismo, del proselitismo a la hipocresía, de la hipocresía a la libertad, de la libertad a la culpa devastadora.
Muchas de las historias presentadas en el documental, al que en español se ha titulado “La cruz dentro del closet”, me recuerdan las reflexiones, preocupaciones, inquietudes que aparecen en consultas de quienes no aceptan su sexualidad. El documental es tristemente desgarrador. Duele darse cuenta cómo la gente puede ser utilizada e igualmente cómo quienes testimoniaban su sanación vivieron una cadena de mentiras y culpas que motivan al espectador a odiarlos/as, a pesar de que se logra reconocer que en ellos hubo cierta “bondad” e ingenuidad.
El documental no analiza las grandes ganancias que los oradores cristianos obtuvieron viajando por Estados Unidos e incluso fuera, de convención en convención, de testimonio en testimonio, aun cuando si deja observar parte del dolor auto infringido y de la culpa que genera haber afectado la vida de otras personas e incluso haberlas llevado hasta la muerte.