Inéride Álvarez
Escribo esta columna a partir de la invitación realizada por un grupo de estudiantes de la Universidad del Rosario para conversar sobre el sentido de ser maestro. Es el primer conversatorio que organizan y que está atravesado por una preocupación auténtica por lo que implica enseñar en un contexto como el colombiano y, en particular, en medio de las protestas sociales y, donde uno de los principales protagonistas han sido las y los jóvenes.
Reconociendo el lugar desde donde les hablo, les compartí mis reflexiones desde lo que soy y desde lo que intento ser y construir en mi práctica pedagógica de la mano con las y los estudiantes y, por supuesto con mis colegas; desde mi formación como licenciada de la UPN, desde mi experiencia como profesora y desde mi infinita admiración y agradecimiento a quienes cumplen ya más de un año enseñando con lo que pueden y tienen (colegas y practicantes que no han suspendido su tarea de enseñar).
Les conté que en la primera clase que tengo con el grupo de chicos y chicas que estudian licenciaturas les pregunto ¿en qué semestre se encuentran? ¿por qué estudian licenciatura? ¿desde dónde nos reportan su participación?
Algunas de sus respuestas son: porque quiero transformar la sociedad, porque me apasiona enseñar, porque quiero cambiar la vida de una persona, porque quiero influenciar a la gente, porque me apasiona la educación, porque quiero desarrollar proyectos sociales y barriales o porque lo mío es enseñar, profe. Este es el sentido de ser maestros y maestras, en nuestro ADN tenemos sueños y esperanzas que nos llevan a trabajar por una sociedad mejor desde lo que decidimos hacer: enseñar. ¿Ustedes recuerdan por qué decidieron ser maestras y maestros?
Estoy segura, por ejemplo, que han cuidado muchas cosas en su práctica pedagógica. Aquí una recomendación, es necesario revisar nuestros propios razonamientos y comprensiones sobre la disciplina, ¿cómo llegamos a esas comprensiones?, ¿qué pasos dimos?, entre otras. Esto es útil para entender cómo están aprendiendo las y los estudiantes, o cómo se están aproximando a ese conocimiento o, dónde podrían estar las dificultades en las comprensiones y razonamientos. Esto solo sucede si como experto o experta me aproximo al conocimiento con la curiosidad y comprensión del novato que quiere aprender.
Mariana Maggio, pedagoga argentina, nos invita a reinventar las clases y sostiene que las experiencias de aprendizaje deberían estar limitadas solamente por la imaginación. Afirma que inventar lleva más tiempo que repetir la clase que hemos dado. Implica tomar riesgos y poner el cuerpo en la clase, sabiendo que saldremos agotados.
Tal vez resulte útil pensar la experiencia de aprendizaje cuidando tres elementos: el ambiente de aprendizaje y las interacciones; el conocimiento y manejo de la disciplina y, por supuesto el saber pedagógico y didáctico. Ojo, es que no trabajamos con objetos y no podemos seguir haciendo lo mismo: pretender que la escuela cree personas iguales y enseñar como si no estuviera pasando nada a nuestro alrededor. La escuela es un espacio emancipador, donde cada una de las acciones que tomamos como docentes tienen gran importancia. No importa el lugar que ocupemos, el aula, como coordinador o coordinadora, rectora o rector, como investigador o investigadora; debemos recordar que nuestras acciones no son un asunto menor.
Que digan entonces nuestros estudiantes que nos equivocamos en algunas cosas, que acertamos en otras, pero, sobre todo, que lo intentamos todo, que no nos dimos por vencidos.