Sin bajar la guardia

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Pietro Lora Alarcón

Es claro que los gobiernos de derecha impulsaron un neoliberalismo carente de responsabilidad con las necesidades populares, abandonando auténticos derechos como la educación, la salud y el salario.

En Colombia, a diferencia de lo que sucede con otros sectores de clase hegemónicos subcontinentales, la derecha no solo niega derechos, sino que hace décadas no consigue diseñar un proyecto de estrategias políticas y programáticas en el campo económico, social o cultural.

El sector más reaccionario se apoyó largamente en el recurso a un régimen permanentemente armado y su capacidad de interpretación para atender las reivindicaciones ciudadanas pasó – y pasa – por la militarización y la paramilitarización del país.  En lo externo, implicó su asociación a la OTAN y su complicidad en las agresiones a países vecinos. Mostrando su deterioro moral, basados en la corrupción y negando la paz como valor universal civilizatorio. Esta es la herencia que debe confrontar el gobierno del Pacto Histórico.

Una derecha encabezada por sectores sin proyectos y acostumbrada a la violencia genera una oposición sin argumentos para contestar las reformas que se necesitan. Eso dificulta aún más el proceso de cambios, porque no se ofrecen perspectivas constructivas, sino que se incorpora la lógica de la negociación, de los favorecimientos políticos a cambio de apoyos, lógica perversa, contraria al interés popular, que intenta minimizar el contenido de fondo de las reformas. Una derecha perdedora, es una que con el tiempo se torna desesperada y pasará a una ofensiva para ganar el centro, como aconteció en varios países latinoamericanos.

La unidad del Pacto Histórico es esencial para confirmar su territorialización como realidad política, generar condiciones para avanzar construyendo poder popular y asegurar una correlación de fuerzas favorable a los cambios democráticos impulsados en el Congreso de la República.

En Colombia el gobierno del cambio quebró el propósito reaccionario en la coyuntura latinoamericana, que era el ingreso de los y las trabajadoras a las nuevas dinámicas no convencionales de explotación del trabajo para articular la región a la expansión del gran capital en el mundo sobre la base de la guerra. En la medida en que las reformas atacan directamente los intereses de la clase dominante, la derecha organizada intenta cortar el lazo del gobierno y retomar la relación de sumisión con el imperio.

Sin embargo, en Colombia no parece haber nada de nuevo en el frente. La derecha sigue el ritual de otras tantas. Su pragmatismo combina entorpecer las reformas, para que aumente el deterioro de la vida y crezcan los niveles de exigencia, con la construcción de un discurso desinformador que pueda instrumentalizar sectores del pueblo y disputar las calles en algún momento, mientras orienta acusaciones y montajes como cortina de humo, utilizando y apoyándose en la gran prensa, para luego intentar judicializar y colocar a la defensiva a los gobiernos.

Aquí no hay espacio para bajar la guardia. Si la experiencia de otros pueblos nos ayuda a comprender realidades y a anticipar los pasos del contrario, entonces las salidas son muy claras: hacer mucha pedagogía sobre las reformas, lo que sugiere repensar formas y estilos de trabajo directo con la gente, incrementar la comunicación efectiva en redes y plataformas, aumentando el grado de consciencia popular, organizando y movilizando, con unidad y firmeza.

La izquierda si tiene proyecto y es de cambios, de democracia, paz y derechos. La derecha no.