En medio del debate público sobre el Plan Nacional de Desarrollo y, ahora, los renovados ataques del Fiscal a la JEP con su pedido para que Duque no sancione la ley estatutaria, el mundo mediático no se despega de la operación Venezuela, elegida como el espectáculo del momento, el que fija la atención del público para darle provecho al adoctrinamiento ideológico antichavista. La prolongada visita de Duque a Estados Unidos, el regaño de Trump por el retraso en la erradicación forzada de coca, el discurso del mandatario colombiano en la OEA, van dejando claro el dramático retroceso de la dignidad y el decoro de los más altos funcionarios, léase Duque, su Canciller o esa cacatúa que funge como embajador en Washington, todos aplaudidos por los grandes medios en campaña por el derrocamiento del gobierno bolivariano.
El día a día ha ido contradiciendo las expectativas y previsiones de los adinerados “escuálidos”, que se pasean entre Bogotá y Miami. El ejército bolivariano no les hace caso, no se ha dividido ni se ha levantado contra Maduro, como lo reclaman sin cesar los directores de orquesta de la contrarrevolución a la espera de los acontecimientos. Sin una idea alternativa, sin una propuesta coherente, sin un proyecto de gobierno que enamore al pueblo, la extrema derecha venezolana no da nada diferente a un Guaidó. Y en tanto corra el tiempo y las cosas no cambian a su favor, la desesperación cunde y las soluciones se van reduciendo. Un grupo decreciente cifra sus esperanzas en la intervención militar de Washington, mientras crece, dentro y fuera de Venezuela, la convicción de que hay una patria por salvar y que Venezuela no está en venta.
La ópera bufa detrás de la “ayuda humanitaria” esconde el verdadero veneno que es la provocación para entrar a una cabeza de playa. Es lo que se prepara para el concierto del 22 de febrero, en el Puente las Tienditas y el plazo del 23 de febrero para actuar los “ayudantes humanitarios” artillados. También sabemos, por los movimientos de portaviones y cruceros, la utilización de bases militares en el exterior, el origen gubernamental de la “ayuda” yanki, la negativa de la Cruz Roja y la Media Luna Roja a prestarse al juego, pueden llevar a una anticipación de la intervención militar, con cualquier pretexto. El efecto que este hecho desencadenaría es, de momento, incalculable. Hay dos cosas seguras que nadie debe ignorar. Una es la capacidad de repuesta del ejército bolivariano, de las milicias y, en últimas, de la guerra de resistencia de todo el pueblo. Dos, es que a quien preste su territorio para que se consume una invasión sufrirá en carne propia la represalia prevista pero, tal vez hay algo más: la capacidad de los pueblos para confraternizar, como se vio en Cúcuta y San Antonio de Táchira este sábado 16 de febrero, en el curso del abrazatón en la frontera, programada por las organizaciones populares de los dos países.
Porque, al fin de cuentas, el montaje organizado desde Washington, por funcionarios estadounidenses, rescatados de los arsenales más pavorosos de la CIA, no tiene futuro. El pueblo aún deberá soportar todos los daños causados por el bloqueo, el despojo de Citgo, la incautación de las reservas de oro venezolano en Londres, el contrabando. Por lo tanto, la solidaridad no debe flaquear, debemos incrementarla. La lucha contra la guerra, contra la intervención imperialista en Venezuela, por el respeto a su autodeterminación sin injerencia extranjera, es en cierta forma nuestra propia lucha en defensa de la paz, el respeto a los acuerdos, el derecho a la vida. Como nos lo recordaba el historiador Rigoberto Rueda en su brillante intervención durante el acto conmemorativo del Bicentenario del Congreso de Angostura, Venezuela y Colombia están inseparablemente unidas por un destino común. Ni el imperialismo y menos los sátrapas de la oligarquía pueden alterar lo que la historia ha consagrado, y la lucha internacionalista de los pueblos ha refrendado.