María Eugenia Londoño
Cuando la muerte causada por una justa, pero muy desigual lucha, resulta ser el mal menor ante el histórico, aberrante y desolador olvido de un Estado que concentra sus esfuerzos en agudizar la fuerza represiva, de un brazo armado durante 30 años, que ataca a personas armadas con palos y piedras, lanzadas a la espera de un mínimo asomo de humanidad, es que notamos la beligerancia, convicción y fortaleza, de un estallido social que no cesará hasta que la vida se fugue de sus cuerpos o hasta que la justicia social se asome para garantizar un mejor porvenir.
Y es que, en los corredores del país, desde Bogotá hasta Cali y sus alrededores, así como en muchos otros puntos cardinales, logramos identificar un sinnúmero de sitios en resistencia, algunos concurridos en una suerte de entropía, otros en pie de lucha de forma intermitente y muchos, organizados al grado de configurarse como insurgencia.
En cualquier caso, haciendo frente a una lógica fascista, guerrerista y de muerte, cuya perspectiva de negociación aun no se asoma, pues el afán de consolidar una gobernabilidad que hoy carece de toda legitimidad, solo reparte prebendas burocráticas, gases lacrimógenos, balas del Estado y paraestatales, cuyas investigaciones seguramente no prosperarán nunca.
En últimas, represión, muerte y con ello el reforzamiento de un paro que no pretende ceder en sus premisas, recogidas o no en la “institucionalidad” negociadora, que viene configurando nuevas formas de representación, nuevos liderazgos y nuevas formas de hacer política, aunque de ella misma se reniegue.
Esto pudo evidenciarse en el marco de la Gran Caravana por la Vida, desarrollada que desde el 25 al 28 de mayo avanzó desde Bogotá, dejando en cada paso el apoyo nacional e internacional a la crisis humanitaria que vive el pueblo vallecaucano, en ella se evidenció la gran fortaleza del pueblo organizado, con la más férrea convicción de la necesidad de concretar transformaciones profundas; también encontramos niños, niñas, jóvenes, adultos y ancianos, en primera línea de lucha, mostrando la desesperanza e histórico olvido de un Estado hacia su pueblo.
La negativa a negociar y el reforzamiento de la fuerza armada para reprimir, es la evidencia de un accionar desesperado y torpe, de un gobierno al que le quedó grande la pandemia, la vacuna y por supuesto el paro, así como la capacidad de comprender las demandas de un pueblo enardecido y en las calles, con la convicción de que todo cambiará.
Es el momento de que las “nadie” estemos a la altura del momento, que demanda de la mayor unidad, solidaridad y fortaleza, para reforzar el paro nacional volcado a las calles, denunciar el ejercicio permanente de represión, agenciado por un gobierno indolente y guerrerista, que ante las demandas de un pueblo que ya no tiene más que perder, responde a fuego y sangre. Es momento de articular el trabajo con las asambleas populares, comités municipales de paro y de acompañar todos los ejercicios de movilización.
Porque no nos robarán con todas sus balas la esperanza de construir una paz con justicia social, equidad y con la garantía de levantar la voz ante las injusticias, sin dejar en ello nuestras vidas. A las familias de las 65 personas asesinadas, nuestro abrazo y la certeza de que el pueblo en pie de lucha no dejará en vano su siembra y cosechará de ella libertad.