Luis Carlos Velasco Morales
@velitalc
Enfermos, anormales, degenerados, depravados, sucios, endemoniados… lo anterior es una pequeña muestra de los juicios a los que somos sometidos y sometidas, todo por no ser como ellos y ellas.

¿Enfermos por querer a una persona del mismo sexo? No lo creo. Si bien es cierto lo que dijo el congresista conservador José Darío Salazar “no se nace homosexual, se nace hombre o se nace mujer”, también es cierto que no se nace corrupto, ni ladrón, ni paramilitar, ni zoofílico, ni pedófilo, ni victimario de mujeres, ni congresista, ni siquiera cura. Simplemente es una decisión de vida para algunos y para otros es la consecuencia de los actos de un heterosexual, como en mi caso.
En lo personal, congresistas, soy homosexual como consecuencia de mi historia. Les contaré qué es ser depravado, sucio, endemoniado y anormal. Tuve una infancia fantástica hasta los 6 años cuando dos hechos trágicos la partieron en dos: el primero, la muerte de mi abuela: una mujer liberal con tendencia a la izquierda política y con gran corazón por los más necesitados; el segundo, mi primera violación sexual por parte de mi primo, un heterosexual.
Desde aquel abril oscuro de 1989 fui abusado todos los días hasta el mes de octubre de 1996 cuando decidí salir de mi casa a la corta edad de 13 años. ¿Sabe lo que es eso, congresista? No lo creo. ¿Se imagina qué es vivir siete años siendo el objeto sexual de un heterosexual? Tampoco creo que se pueda imaginar lo que es cambiar un juguete por un palo, objeto que se convirtió en mi mejor amigo y mi arma fallida de defensa en contra de este monstruo, depravado y heterosexual.
Así, entre ires y venires, fui siendo un valiente acobardado, un guerrero que se hacía el fuerte para que a mi madre ni a mi hermano no les pasara algo malo, como me lo hacía creer aquel heterosexual. Con el pasar del tiempo, fui tomándole gusto al acto infame, si bien es cierto, somos animales de costumbres, unos más que otros pero seguimos siendo animales.
Ese gusto impuesto lo fui suavizando con Poe, García Márquez, Verne, Capote, entre otros, quienes me ayudaron a vivir en un mundo mágico donde el único demonio era aquel heterosexual que hacía de mí un botadero de suciedades, un fin recreativo escatológico, parafraseando al senador conservador Roberto Gerlein Echavarría.
Con el pasar del tiempo me enamoré por primera vez de un hombre, alguien de mi mismo sexo. Con él comprendí que el horror que viví por años era una parte que no podía borrar de mi vida y que debía volverla positiva, así que mi primer gran amor me enseñó que ser homosexual es una gracia de la vida y que amar a un igual te hace una buena persona y no un enfermo como la sociedad lo hace querer ver.
Es por eso que estoy convencido que el matrimonio igualitario es un derecho que la comunidad LGBTI exige con razón. Estamos cansados y cansadas del modelo cristiano de sociedad que nos quieren seguir imponiendo. Es obsoleto, ya no funciona. Estamos como estamos por familias entre hombre y mujer.
Es hora de dar espacios a las familias homoparentales. Sigamos el ejemplo de países como España, Argentina, Canadá, Bélgica, entre otros que han abierto esta puerta a nuestra comunidad LGBTI que tanto aporta al país y que tan poco recibe del mismo.
Finalmente, a los que hoy ustedes, congresistas, tratan de minoría, somos esa mayoría que en época de elecciones marcamos la diferencia. Hoy ese no al matrimonio igualitario se verá reflejado en las urnas, ese no es un paso atrás en el gran avance que quieren para Colombia, ese no es una clara muestra de que ustedes gobiernan de espaldas al pueblo. Ese no es sí para nosotros y nosotras, que luchamos por la igualdad y creemos que es posible una Colombia mejor, igualitaria y en paz.
Continuaremos en la lucha porque esto no es el fin del matrimonio igualitario, es una pausa activa. Espero que con el caminar el argumento de ustedes sea mucho más fuerte y salga de esa moral cristiana que tanto daño le hace a la sociedad.
Por mi parte, hoy soy feliz con mi opción de homosexual comprometido con mi país. He perdonado, pero no justificado los hechos, de aquel heterosexual, porque gracias a esos actos comprendí que la vida puede ser una mezcla de ficción y realismo mágico.