Nixon Padilla
@nixonpadilla
Junio pasó de ser un mes de celebración a ser un mes de tragedia para las personas transgénero. No terminaba la marcha de decenas de mujeres transgénero en el centro de Bogotá, contra la desidia institucional que había dejado morir a Alejandra, la violencia policial contra trabajadoras sexuales en el barrio Santa Fe de Bogotá y el asesinato de Eylin en Medellín, cuando nos llega la noticia del asesinato de Mateo, un hombre transgénero, acribillado mientras participaba de la preparación de un sancocho comunitario en Circasia, Quindío. A Mateo lo recordamos cuando aportaba su liderazgo en la movilización social que construíamos en el sector de diversidades sexuales y de géneros en Marcha Patriótica.
Este ensañamiento criminal parece no conmover a la sociedad. Para la mayoría de los medios solo es una oportunidad para alimentar el amarillismo y el morbo de sus páginas judiciales, para las autoridades son cifras que deterioran la gestión pública y para buena parte del movimiento democrático, simplemente no existen o no es prioridad.
El desinterés generalizado por una tragedia de tal envergadura, está atada a los prejuicios que mantenemos sobre las personas que resultan ser las afectadas. Asumimos como “natural” socialmente, que las personas transgénero sean víctimas de homicidio y violencia. Se ha cultivado la idea de que estas personas hacen parte del desecho del sistema por romper con el imaginario de la inmutabilidad del género y si hacen trabajo sexual y en calle es peor, pues nuestra moralidad justifica la carnicería, que a cuenta gotas se comete contra ellas.
“Se lo buscaron”, gritan el clasismo, la homofobia y la moral puritana que habitan vergonzantes en las conciencias ciudadanas, hasta en las de quienes se ubican en la orilla progresista del pensamiento. Exalta y moviliza más nuestro espíritu progre, un twitter gay friendly, que la vida arrebatada de Ariadna, Brandy, Eylín y las casi 30 mujeres transgénero asesinadas solo en este 2020.
Aunque parezca inverosímil, hay quienes desde la orilla democrática ven con sospecha y desconfianza, cuando los liderazgos políticos de la izquierda ponen su atención y se involucran en la defensa de los derechos de las personas transgénero y en general de las personas LGBTI. Reclaman ansiosos que hay temas más importantes. La denuncia de las violencias contra personas transgénero y la exigencia de reconocimiento de sus derechos, no tienen lugar en su estratificación de luchas deseadas.
La vergüenza clasista y homofóbica les impide siquiera imaginarse, compartir la bandera de la defensa de los derechos humanos con la trabajadora sexual de un barrio empobrecido de cualquier ciudad. Estos materialistas dialécticos, se sienten pecadores compartiendo la movilización en la calle, con los tacones altos y sonoros de una mujer transgénero. Hasta ahí llega el marxista y emerge la sotana, abandonan El Capital y abrazan el catecismo. Hasta ahí llega su revolución.
La agenda y la acción de los movimientos sociales, de los derechos humanos, de la izquierda y sectores democráticos, debe despojarse de prejuicios atávicos y exigir poner fin a esta masacre que se cierne sobre los cuerpos transgénero, obligar al Estado a movilizar sus recursos y políticas para proteger a estas personas, a eliminar la homofobia estructural que existe en las instituciones públicas, a exigir justicia y condenar a los cuerpos armados legales o ilegales que se asumen como ordenadores morales de los territorios.
¡Es hora de ponernos en sus tacones!
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