La práctica del genocidio es milenaria. Pero su conceptualización y teorización es reciente
Unidad investigativa de teorías políticas
En la postguerra de la segunda guerra mundial, con la barbarie desatada por nazifascismo, surgió la necesidad jurídica de su definición, de su conceptualización, desde la perspectiva del derecho. Para acoplar las relaciones internacionales, al escenario surgido con la derrota de Hitler y sus aliados. Eran momentos en que la comunidad internacional conmovida por los desbordes de las prácticas autoritarias dicta también en el escenario de las Naciones Unidas los textos de los derechos Humanos, como norma de convivencia internacional.
Pronto los debates en torno al holocausto al que fue sometido el pueblo judío, ante el silencio de unos, la complicidad abierta de otros, y la resistencia decidida de las fuerzas democráticas, puso la atención sobre el fenómeno, y fue apareciendo que también el genocidio se había practicado contra el pueblo rom, contra los pueblos eslavos y otros pueblos. Por la relación de fuerzas existente en la época en las Naciones Unidas no pasó la idea de no limitarse a hablar de etnocidio e incluir también la idea de genocidio político que había sido practicado en los mismos escenarios europeos contra los disidentes, y todos los sectores incluidos en conductas anormales, como las diversidades de género.
Instalada la temática en los ámbitos académicos y públicos, pronto se constituyó un campo objeto de estudio, y hacia los años ochenta ya se había consolidado un amplio campo interdisciplinar, donde convergían, abogados, politólogos, sociólogos, antropólogos, psicólogos, otros cientistas sociales, y madura la teorización sobre el fenómeno.
Aparecen y se mantienen diferentes enfoques en las teorías del genocidio, pero también se van estableciendo consensos, y tal vez los más relevantes, en los términos de este artículo de difusión, son tres: La práctica del genocidio no es una cuestión de locos, de personas en trance o en estados de conciencia alterados… Constituye una práctica racional, calculada, sistemática, persistente, con objetivos claros. En segundo lugar es una práctica que sistematiza experiencias y establece una clara tecnología, con diagramas flujos, etapas, alternativas. Y sí, definitivamente es una práctica de lesa humanidad.
Para mostrar el devenir de dicha tecnología, sin pretender ahondar o precisar en sus componentes, podemos decir que empieza con la marca del otro desde la negatividad, como amenaza, para lo considerado correcto, que obedece al pensamiento que se ha constituido en hegemónico.
Marcas muy conocidas desde la otredad negativa son las racistas, que atribuyen a los componentes étnicos diferentes del dominante una condición de inferioridad y de amenaza para la mejora o progreso de la sociedad. El racismo contra los negros, los indígenas, y pueblos autóctonos de diferentes regiones del mundo tiene un inocultable origen colonialista. A los pueblos sometidos a esclavización, o condiciones de dominación se les señala como inferiores y objeto de civilización, “deben ser civilizados”, entendiendo por ello el asimilar la cultura del colonizador, y la resistencia a serlo, es prueba suficiente de la no viabilidad de su existencia. El sexismo y el machismo, la discriminación contra la mujer y contra las opciones diversas de género hunde sus raíces en las culturas patriarcales.
Hecha la marca, y esta no es una práctica para una etapa, sino que permanece, se presiona hacia el aislamiento territorial, guetos, aldeas estratégicas, zonas rojas. El ordenamiento territorial, puede estar al servicio de la integración o al servicio del aislamiento, del reducimiento y confinamiento territorial. Estas prácticas consolidan la marca, son más fácilmente identificables, como otredad negativa ubicada en espacio específico, y permite la implementación de prácticas abiertamente discriminatorias y de sometimiento. La resistencia es duramente castigada, a la vez que se subdivide el conglomerado para fracturarlo y derrotarlo. Desde allí sigue la quiebra de su dignidad, sumirlos en la desesperanza, en la resignación. Y se puede acentuar una práctica que está ya presente y tolerada en fases anteriores pero que se sistematiza, el exterminio físico.
Basta con que la práctica involucre sectores masivos sometidos a su eliminación física para que podamos hablar de prácticas de exterminio, no hay que creer que si hay sobrevivientes no hay política de exterminio. O que si hay resistencia no hay práctica de genocidio. La literatura sobre el caso judío, con frecuencia oculta la heroica resistencia del Geto de Varsovia y la resistencia incluso en guerrillas en los países bálticos como si estas resistencias negaran la técnica de política de extermino. O los esfuerzos permanentes para mostrar que siempre se trata de casos aislados, y que el sumarlos y mostrar su recurrencia en el tiempo es lo que hace aparecer el fenómeno como colectivo, como práctica de genocidio. En esta lógica los causantes serían los defensores de derechos humanos y quienes denuncian, y no los perpetradores.
En este terreno hoy hay un escenario de lucha en todos los órdenes de las disciplinas y cientistas sociales. Y por la importancia de esta práctica en nuestro país, amerita que los movimientos sociales, políticos de izquierda, democráticos, étnicos, de género y de las diversidades se familiaricen con las elaboraciones teóricas logradas hasta el presente. Y sobre todo articularse a la reflexión crítica de las mismas, para generar una teorización propia que aporte al desarrollo de la reflexión internacional sobre el tema.