Todos los muertos del Covid

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Pablo Arciniegas

A estas alturas de la pandemia es muy probable que todos hayamos perdido un pariente o alguien muy cercano debido al Covid-19. Es una realidad que me aterra, porque dicen que vamos pasando por la segunda ola del virus, y falta una tercera, que es por la que ahora atraviesa Europa. Así que todavía hacen falta más muertos. ¿Cuántos? En el mejor de los casos, unos cincuenta mil, es decir, dos veces el estadio Nemesio Camacho El Campín.

En Colombia, un país de millones de desplazados y en donde matan a un líder social por día, volúmenes de muerte como este suelen pasar desapercibidos. Sobre todo, porque tanta exposición a la violencia nos adormece la humanidad, y ya no sentimos dolor por ninguno de los asesinatos que informan los medios. No somos empáticos, mejor dicho.

En cambio, la pandemia no discrimina, más bien, es una lotería viral que le puede caer a cualquiera. Hace unos días le tocó al ministro Carlos Holmes Trujillo, hoy puede ser el turno de un padre de familia que logró curarse de un cáncer después de años. Sin embargo, lo más probable es que una persona pobre sea ese cualquiera que muere de Covid.

Partamos de que ninguna de las barreras y los mecanismos para evitar el contagio son gratuitos, y no hay políticas sociales como la renta básica, para conseguir que los forzados a vivir de la informalidad (y que paradójicamente mantienen el 60 % de nuestra economía) no se arriesguen a salir a la calle y disparen más los casos de infectados.

No, todo lo contrario. La población más necesitada es juzgada por el tribunal de la cultura ciudadana, un par de palabras que suenan muy bonito en la boca de los alcaldes pero que sirven, más bien, para ocultar un desdén hacia la pobreza y el poco interés que tiene la administración pública a la hora de cuidarnos.

Nada de lo que digo es novedoso, es más parece que la pandemia llegó a Colombia y el cambio más notable ha sido que ahora todos usan tapabocas. Y que hay más gente muriendo de hambre, hecho innegable hasta para el director del DANE, que lo pone en términos de desempleo. Por eso, no entiendo qué más hace falta para darnos cuenta de que estamos completamente solos, abandonados.

Acaso, que llegue la vacuna el 20 de febrero, como promete Iván Duque ―cosa que dudo por lo que vienen diciendo las farmacéuticas―, y él sea el primero en ponérsela en su show de televisión.

¿Y los demás? Pues ya veremos lo que diga el Plan (Político) de Vacunación, que por ejemplo va a llegar muy tarde al Amazonas, cuando la nueva cepa brasileña del Coronavirus remate a los pocos abuelos que quedan vivos con sus mitos y tradiciones. Pasará antes de que se esparza magistralmente por todo el sur del país, donde no van a llegar los supercongeladores para las dosis de Pfizer que solo existen en la mente del presidente.

Todo muy absurdo, y por cierto, olvidemos que este plan también va a reactivar la economía, porque mientras se logra la inmunización de los colombianos, que será un proyecto más embolatado que el túnel de La Línea, la única opción que nos queda para no morir es el confinamiento. O creerle al dióxido de cloro como recomienda Natalia París. Y mientras tanto el comercio desangrado por todos sus sectores, y no por las cuarentenas como acusan en Medellín, sino porque el país está tan miserable que ya no hay quien compre.

De hecho, les pregunto a los comerciantes, y de paso a mí y a todos los lectores, de qué nos ha servido tanta indiferencia, de qué sirve salir con pendejadas como: ‘Yo no paro, yo produzco’, si ya vemos que hoy todos estamos igual de solos, a la deriva: sin créditos para las nóminas, ni auxilios de un Gobierno traidor del estado social de derecho y hasta de la libertad de mercado. Y si no me creen, vayan a dar una vuelta por Bogotá y entérense de que la nueva bandera del Distrito es un cartel de se arrienda o se vende.

No hallo otra manera de decirlo, pero llegó el momento de asumir que el Gobierno colombiano siempre ha sido un aparato político que da la espalda, y no nos queda más remedio que presionar para que se haga un pacto social que reduzca la pobreza. Dependemos más de lo que creemos del otro, es la lección de la pandemia, y si no la hemos aprendido a estas alturas, es porque todos los muertos del Covid han sido vano.

Epílogo

En una nota de El Espectador apareció una cifra desalentadora para quienes necesitan en estos momentos de un tanque de oxígeno, en Colombia solo existen 800.000 cilindros disponibles de este gas.