Ricardo Arenales
En 1937, el ya célebre periodista norteamericano Tom Wolff, escribió un ensayo, mezcla de conceptos académicos y de estilo personal, al que denominó El Nuevo Periodismo. El texto se convirtió en un boom literario, y a partir de entonces a Wolff se le calificó como el padre del Nuevo Periodismo.
Lo que a partir de entonces se identificó como un movimiento renovador del estilo de hacer crónicas y reportajes y de enfocar la noticia periodística se consolida como respuesta a un periodismo anquilosado, institucional, miope ante los cambios que se daban en la sociedad, no sólo norteamericana sino mundial. Se abrió paso, de manera simultánea, a algo que se llamó periodismo militante.
Talento descomunal
Wolff defendía la idea de escribir artículos fieles a la realidad, empleando técnicas habitualmente propias del cuento y de la novela. “En un artículo, en periodismo, se puede recurrir a cualquier artificio literario, desde los diálogos del ensayo, hasta el monólogo interior, para provocar al lector no solo de forma intelectual, sino emotivamente”, escribió en ese momento Wolff.
En realidad, como aseguran los más serios estudiosos de la actividad periodística, Tom Wolff no inventó el Nuevo Periodismo, ni inventó nada. Lo que tenía era un talento inmenso y una forma de escribir y de hablar, que lo convirtieron en único.
Antes que él, personajes de la literatura como Norman Mailer, Hunter S. Thompson y otros, habían cruzado el límite del periodismo e incursionaban en la literatura. Y ese periodismo literario, aferrado a la verdad, fue ensayado en obras como Diario de del año de la peste, de Daniel Defoe; en Relato de un náufrago, de García Márquez, o en las célebres crónicas de George Orwell.
Lo novedoso de Wolff eran los titulares, frescos, atrevidos, iconoclastas. Convertía los hechos reales en una trama y a los personajes los construía como si fueran de una novela satírica. Pero todo era verídico, solo que tenía las propias impresiones de Wolff, como gran observador.
Verdad y belleza
A propósito, al connotado periodista norteamericano le atribuyen tres dones que lo hicieron excepcional: el primero, la observación; describió magistralmente los horrores de la Segunda Guerra Mundial, en donde mostró además que la idea de una ‘América grande’ era una utopía. De ese espíritu observador dan cuenta 17 libros suyos, cuatro novelas y decenas de artículos.
El segundo don, el de la escritura. Florida y al mismo tiempo directa, detallista, llena de sátira. Y el último don, el del olfato para seleccionar los temas periodísticos.
Pensaba además, que la obra cumbre del periodismo, el reportaje, es el género periodístico que más libertad otorga al redactor, y que goza de gran prestigio. Criticó el papel del periodista como cortesano, adulador del poder político y económico. Sin embargo, él mismo no logró escapar de las mieles del poder.
En 1971, otro grande del periodismo, Hunter S. Thompson, dijo: “El problema de Wolff es que es demasiado frágil como para participar en sus propias crónicas. La gente con la que se siente cómodo es mediocre y aburrida, una mierda pinchada en un palo. Y los personajes que, al parecer, lo fascinan son tan raros que lo ponen nervioso. La única novedad y originalidad en el periodismo de Wolff es que es un reportero excepcionalmente bueno, es capaz de reproducir diálogos y tiene una cierta comprensión de aquello que John Keats llamaba verdad y belleza”.
Thomas Kennerly Wolff Jr., su nombre de pila, nació el 2 de mayo de 1930, en Richmond, Virginia, y falleció el pasado 14 de mayo en Nueva York.