Transformar la escuela

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Nixon Padilla
@nixonpadilla

No es nuevo el debate abierto a propósito de la denuncia de la senadora María del Rosario Guerra (nombres y apellido que tienen una combinación que evoca las miserias de la historia colombiana), de adoctrinamiento en una escuela de Cali, debido a que una profesora puso a sus estudiantes un taller sobre los “falsos positivos” en su clase de ciencias sociales.

La derecha conservadora en Colombia siempre ha asumido que es su prerrogativa el control de los procesos educativos. Su vocación siempre ha sido la vigilancia de los contenidos curriculares, con el interés de asegurar, no solo un relato único sobre la historia de la humanidad y del país, la construcción de la idea de nación y patria alrededor del discurso conservador y mediante diferentes argucias, la imposición de valores asociados al mundo clerical, impidiendo a toda costa el desarrollo de una educación científica y crítica.

En los ochentas el debate hacia la “Nueva Historia”, que ganaba espacio en la educación de la historia en colegios y universidades era descalificada con los motes de comunista y subversiva. Recientemente, el escándalo por unas cartillas que ni siquiera eran para los estudiantes, sino para el personal docente y administrativo, que orientaban como abordar los temas relacionados con la diversidad sexual y de géneros en la escuela, desató la ira “divina” encarnada en la godarria conservadora que desde los púlpitos y el congreso se fueron lanza en ristre contra esta iniciativa que ayudaba a enfrentar la discriminación que se vive entre los adolescentes escolarizados.

Hoy se desarrolla una andanada contra la Fecode y el profesorado de las instituciones públicas, acusándoles de adoctrinamiento marxista, cuyo último episodio es el de la profesora, que con un taller sobre los “falsos positivos” abrió las puertas del infierno uribista.

Este celo, vigilancia y control que los sectores más retardatarios hacen sobre la enseñanza pública, ha creado una percepción equivocada que indicaría que la escuela en Colombia está permeada mayoritariamente por un espíritu crítico y “liberal”, sobre todo desde la enseñanza desde las ciencias sociales. No obstante, esta percepción esta lejos de ser verdad. La aspiración de una escuela laica es aún un proyecto inconcluso.

En algunos colegios públicos se ofician actos de orden religioso y en asignaturas como ética, se esconde un contenido clerical y de educación religiosa. El enfoque por competencias que domina los procesos pedagógicos se orienta hacia una educación pragmática, orientada hacia el “trabajo”.

En la última etapa, un nuevo dogma de fe se impone en la escuela bajo la idea del impulso del “emprendimiento y la innovación”, con la que se vende el competitivismo, el exitismo y el esfuerzo individual, como el modelo para construir una ciudadanía que funcione bajo las leyes del mercado. Si algún adoctrinamiento puede señalarse en la escuela colombiana es precisamente este.

La defensa necesaria del ejercicio de libertad de cátedra y de método de enseñanza de la profesora Sandra Caicedo en Cali y de cientos de profesores y profesoras que rompen con los esquemas hegemónicos de la educación en Colombia, no puede traducirse en la defensa de un modelo educativo que está lejos de construir las bases de una sociedad democrática.

Ante el ataque furioso de las hordas uribistas, debe alzarse la bandera de una transformación de fondo al proyecto educativo hegemónico, que haga de la democracia, la diversidad, la solidaridad y el valor de la acción colectiva el camino hacia un nuevo país.