El tránsito hacia las masculinidades no es una utopía

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“Como para un migrante, el éxito del viaje de la transición depende de la generosidad con la que otros te acogen y te sujetan”, Paul Preciado

Manuel Velandia
@manuelvelandiam

Generalmente cuando se piensa en transfobia, la mente vuela asociada a personas que han transitado a las feminidades, pero no todas las personas transexuales, transgénero y transcuerpo transitan a lo femenino. Es más, los recientes estudios en Europa demuestran un marcado incremento de jóvenes que transitan hacia las masculinidades.

Se supondría que ser hombre es muy fácil y relativamente lo es si se es una persona cisgénero (en ellas coincide el género asignado con el cuerpo de macho de la especie humana), pero cuando una persona construye la masculinidad partiendo de la feminidad, la vida se torna profundamente complicada.

“Tenemos rituales que nos convierten de niños a hombres, tenemos institucionalidad que legitima al hombre-ciudadano después de los dieciocho años. Existen rituales sobre la virilidad y la virginidad; rituales como el matrimonio que nos hacen sentir hombres completos —porque tenemos una mujer— en la monogamia heterosexual”, nos dice Paul Preciado. Y por supuesto también hay rituales para construirse en la feminidad, pero no tenemos rituales para transitar a la masculinidad o a la feminidad.

Para un migrante del cuerpo y/o del género no hay un “deber ser”, todo se hace nuevo y aun cuando incluso haya la entreayuda emocional de alguien que haya pasado por el proceso, cada tránsito es un viaje del que no se tiene claridad sobre el destino final y en el que, seguramente, la familia, que dice amarle, en general no está muy interesada en acompañar.

Al no haber una carta, un guion preestablecido cada paso que se da implica una profunda reflexión acompañada al riesgo de tener que enfrentarse a la violencia escolar, familiar, social, cultural, laboral, mediática…

Afirma Preciado que, como un migrante, una persona en transición elabora poco a poco una cartografía de supervivencia que distingue espacios transitables o intransitables, lugares en los que puede existir o en los que su existencia se ve constantemente contestada, hasta constituirse con éxito (no siempre) una red de sujeción que permita dar existencia material a la ficción política de su género.

La sexualidad es un campo profundamente político y ecosistémico, es decir propia de un tiempo, de una cultura, de un espacio, de una sociedad. Las nociones de hombre y de mujer, de masculino y femenino, de macho y hembra, son obsoletas. Y lo son más ahora que nunca; en estos momentos pudiéramos decir que el género es un punto dinámico en un continuo en el que los extremos, que son la “masculinidad” y “la feminidad”, son móviles. Las masculinidades y las feminidades NO son estáticas sino ecosistémicas: propias de un tiempo, de una cultura, de una sociedad y de unas relaciones sociales, pero especialmente es una construcción particular, por tanto, son dinámicas.

La presión sociocultural y familiar de vivir en el “deber ser” binarista de lo masculino y lo femenino, pesa continuamente sobre las personas migrantes del cuerpo y/o del género. Ser migrante en esas condiciones implica ser una persona disidente el sistema.

Autorizarse a vivir en la disidencia pone a las personas en un espacio en el que prima el “querer ser” y la decisión de “estar siendo” para aproximarse a lo que siempre se ha querido ser. Este tipo de experiencias cuestionan de raíz el sistema porque rompen con la norma, con las maneras de vivir el deseo, el erotismo, la afectividad, la genitalidad, el placer, los modelos de lo masculino y lo femenino, los modelos de la orientación sexual y las maneras de vivir las expresiones comportamentales sexuales. En consecuencia, las itinerancias del cuerpo y del género cuestionan y generan procesos políticos.

Nombrarse desde la disidencia es reclamar sentidos abyectos. El mundo antes parecía ser de los ellos y las ellas; ni en la experiencia, ni en la emoción, ni en el lenguaje socializado cabían ni siguen habiendo les elles. Porque algunes elles transitan, sin tener que llegar a lo que se supone es el otro lado, sino que deciden fluir o simplemente romper con el modelo para vivir un género fluido o una identidad agénero.

Máximo Castellanos. Fotógrafo fotografiado by MVelandiaMPhoto

Transgénero es un término global que define a personas cuya identidad de género, expresión de género o conducta no se ajusta a aquella generalmente asociada con el sexo que se les asignó al nacer. La identidad de género hace referencia a la experiencia personal de ser hombre, mujer o de ser diferente que tiene una persona; la expresión de género se refiere al modo en que una persona comunica su identidad de género a otras a través de conductas, su manera de vestir, peinados, voz o características corporales. El prefijo «trans» se usa a veces para abreviar la palabra «transgénero», afirma la Asociación psicológica americana.

La transfobia

Se tiende a creer que la vida para las personas transmasculinas es más fácil que para las personas transfemeninas, que transitar hacia la masculinidad es encaminarse a la parte privilegiada de la ecuación binarista de los sexos— pero toda transgresión de la norma, toda disidencia genera una serie de violencias, que llegan incluso al asesinato.

“La transfobia es el miedo, el odio, la falta de aceptación o la incomodidad frente a las personas transgénero, consideradas transgénero o cuya expresión de género no se ajusta a los roles de género tradicionales”, expresa la definición de Planned Parenthood.

El prejuicio sexual hacia personas transgénero puede entenderse como un tipo de experiencia de carácter negativo que posee efectos duraderos y acumulativos en la salud mental. Al respecto, la investigación sobre la salud mental en personas transgénero ha sufrido un enorme retraso debido a la clasificación de la transexualidad como trastorno mental por las ciencias psicológicas y médicas (Coll-Planas, 2010). Y, aunque el debate sobre el carácter patológico o no de las identidades transgénero per se aún no ha acabado, ello ha complicado la discusión e investigación sobre la salud mental de dicha población, según J Barrientos Delgado (2019).

La violación correctiva persigue la idea de «enmendar» la orientación de sus víctimas mediante la agresión sexual. Este tipo de violación es frecuente en lesbianas y en personas que transitan a la masculinidad, sin embargo, sobre esta última forma de vulneración se habla muy poco. Las violencias ejercidas contra las personas que transitan a las masculinidades no están registradas por las instituciones encargadas de la justicia en Colombia. En buena parte ello sucede porque no se denuncian por miedo a la re-victimización, y porque cuando suceden asesinatos y violaciones correctivas no son debidamente diligenciadas las informaciones.

El informe de la CIDH detalla que los hombres trans se enfrentan sobre todo a violencia ejercida por la familia, en el ámbito de la salud y bullying escolar.

“Existen casos completamente invisibilizados de personas transmasculinas que han sido violentadas no sólo de manera física o mental sino una violencia correctiva y esa violencia correctiva también forma parte de nuestra lucha diaria”, comenta a distintaslatitudes.net, Emilio Villafuerte, hombre trans de Ecuador y director de Valientes de Corazón, una organización que promueve los derechos humanos de los hombres trans en ese país.

Hay una corriente ligada al feminismo que hace de la transfobia una de sus banderas. Las denominadas “TERF” (“Trans Exclusionary Radical Feminists”, Feministas radicales transexclusivistas) son un grupo que se autoproclama feminista, pero que, sin embargo, excluye a las identidades trans, bajo la idea de que una mujer para hacerlo tiene que ser cisgénero. Los disidentes del cuerpo, aun siendo chicos con vulva, son vulnerados y excluidos por ser precisamente disidentes.