Triunfo de Bolsonaro en Brasil: Continuidad del golpe fascista de 2016

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Jair Bolsonaro.

Las protestas multitudinarias de mujeres que salieron a las calles a rechazar el discurso misógino del ahora electo presidente, contienen el germen de una resistencia novedosa; que tiene elementos para convertirse en un amplio frente de acción popular

Alberto Acevedo

La victoria electoral del ultraderechista candidato del Partido Social Liberal, PSL, Jair Bolsonaro en Brasil, estaba cantada. El régimen de negación de libertades, de desmonte de la obra social del Partido de los Trabajadores, de la campaña mediática de mentiras contra el candidato de centro izquierda Fernando Haddad, todo ello constituía un tinglado que favorecía la llegada al poder de un nostálgico de la dictadura militar brasileña, que promete retrotraer al gigante suramericano a los peores momentos de retaliaciones políticas y de destrucción del estado social de derecho.

Es imprescindible situar el ascenso de Bolsonaro en los marcos del golpe de Estado parlamentario y judicial que destituyó a la presidenta constitucional Dilma Rousseff en 2016. Ese golpe abrió las puertas para imponer un conjunto de medidas antidemocráticas, dirigidas no solo a desmantelar la obra social de cuatro periodos de gobierno del Partido de los Trabajadores, sino en últimas crear un régimen de miedo, que impidiera el retorno de la izquierda al poder.

Entre las medidas adoptadas para deconstruir la marca PT, estuvieron, no solo el proceso judicial para apartar del poder a una presidenta reelegida con el voto popular y sometida a un proceso sin ningún justificativo legal. Estuvo además el encarcelamiento de un expresidente, favorito en todas las encuestas para regresar a la presidencia, condenado sin pruebas creíbles y condenado por sus convicciones.

Papel de las “fake news”

Además, otros hechos como la militarización de las favelas, el asesinato de la concejala y activista de izquierda Marielle Franco, la creciente participación en política de las Fuerzas Armadas, que hoy cuentan con una importante bancada parlamentaria, las declaraciones del alto mando militar, indicando su disposición a dar un golpe de Estado si ganaba el candidato de la izquierda.

Todos estos hechos condujeron a crear un ambiente de miedo generalizado en el electorado. Los grandes medios de comunicación repitieron con insistencia la afirmación de Bolsonaro de que si ganaba Fernando Haddad, el país se iba a convertir en una segunda Venezuela, que había que cerrarle el paso a una eventual dictadura comunista o socialista.

En estas condiciones quien estaba desempleado, sentía miedo a prolongar los sufrimientos del hambre. Quien estaba empleado, sentía miedo al desempleo. Y todos a su vez, sentían miedo por la violencia social generalizada, a la que se suma la violencia policial. La tasa de homicidios, ya de por sí alarmante, experimentó un nuevo récord en 2017, cuando se produjeron 63.830 homicidios, un promedio de 175 por día, 7.2 muertes cada hora, según datos oficiales, publicados por el diario La Vanguardia.

Convalida la barbarie

Este panorama fue habilidosamente aprovechado por el candidato de la ultraderecha para prometer a los brasileños que bajo un gobierno suyo se erradicaría la violencia y se construiría un país en condiciones de paz y prosperidad.

Pero la realidad es bien diferente. El discurso homofóbico, patriarcal, sexista, racista, xenófobo y misógino de Bolsonaro, convalida hechos de violencia, de intolerancia política y de barbarie. Solo en la última semana de campaña electoral, no menos de 50 personas fueron agredidas por activistas de la campaña Bolsonaro, muchas de ellos pertenecientes a la comunidad Lgbti.

Hay otros indicadores sociales que indican que para la estrategia de Bolsonaro, pescar en río revuelto es ganancia de pescadores. En 2017, el desempleo alcanzó el 14.5 por ciento de la población, mientras avanzaba una reforma laboral, la más antidemocrática y antiderechos del último siglo en Brasil.

Nuevos salvadores

Brasil, además, se distingue por ser uno de los países más desiguales de América Latina. Según la Oxfam, seis brasileños (todos varones), poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población, esto es, más de cien millones de personas.

Jair Bolsonaro ha salido de esa crisis, de la peor crisis capitalista desde 1929. Del mismo lugar que salieron Trump, Le Pen, y la ola ultra fascista que recorre Europa, y parte de América Latina. Estos elementos ya existían, pero la crisis capitalista les ha dado voz. Cuando se agotan todas las recetas de redención social, aparecen líderes de este talante y los partidos extremistas, que visten el ropaje de salvadores.

Bolsonaro es el rostro de la nueva extrema derecha. Por eso, a partir de su triunfo en las elecciones del pasado domingo, cuando se alzó con el 55.5 por ciento de la votación, comienza a jugarse no solo el destino de Brasil, sino el de América Latina y el del mundo contemporáneo. “Con Lula, Brasil era el país más respetado del mundo. Hoy es un país que ha desaparecido de la escena internacional”, ha dicho recientemente el científico social norteamericano Noam Chomsky.

Un germen de resistencia

El ascenso de Bolsonaro es resultado del deterioro de la política social en la aplicación del modelo neoliberal, que lleva a la desilusión  y al desespero a amplios sectores de masas. A la incredulidad en los partidos tradicionales. Hay en medio de ello, una disputa por un nuevo orden internacional, en la que los Estados Unidos de Trump tratan de revivir un mundo unipolar. La escalada neofascista en el mundo representa esa intención, y tiene en común el combate a los sectores progresistas y a las corrientes de izquierda.

En las condiciones de Brasil, con una importante presencia de los sectores democráticos, que en términos electorales tiene una representación de menos de 10 puntos por debajo del candidato ganador, el discurso ultraderechista de Bolsonaro reta a la izquierda y la obliga a hacer un análisis autocrítico de su trabajo, de su vinculación con los sectores populares y a que se reorganice.

Las protestas multitudinarias de mujeres que salieron a las calles a rechazar el discurso misógino del ahora electo presidente, contienen el germen de una resistencia novedosa; que tiene elementos para convertirse en un amplio frente de acción popular, que abarque no solo al feminismo clásico, sino al movimiento indígena, a los negros, a los sectores de las favelas, al movimiento obrero y popular. En esto, los brasileños no partirían de cero. Al fin y al cabo tienen una larga experiencia de lucha contra las dictaduras militares anteriores y ya saben cómo derrocar un régimen autocrático.