Trump y el balance republicano

0
3207
Ilustración Owantana. Foto Pixabay.

Pietro Lora

A pesar de lo planeado, 2019 terminó mal para Trump. Esto no era lo proyectado para iniciar el año de la elección presidencial. El sistema en crisis y América Latina estremecida. Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia preparando nuevas jornadas; Bolsonaro en caída libre; retroceso electoral en Argentina; Venezuela resistió y ganó; Cuba está firme. Al final un impeachment que, aunque tedioso y que no toca la corrupción presidencial, obliga a actuar defensivamente. Definitivamente no era lo esperado, dicen los republicanos.

Acordémonos que Trump como presidente asumió tareas concretas: primero, tendría que rescatar la dignidad republicana. En efecto, a pesar de los fake news con que sus asistentes interactuaban engañando 55 millones de personas, venció favorecido por el sistema indirecto. En las urnas recibió una paliza perdiendo por casi tres millones de votos. Además, debía responder la exigencia de las poderosas compañías de seguros de eliminar el Obamacare que expande el sector público de salud. Finalmente, criminalizar el tránsito de migrantes, encomienda confiada al general J. Kelly para levantar muros, fomentar la xenofobia y alimentar las aspiraciones conservadoras de recuperar el “sueño americano”. Lógicamente, evadiendo la responsabilidad del país con la crisis social del continente y el desplazamiento por causas económicas de millares de excluidos.

Hacia afuera era necesario revisar el orden global en dirección a una hegemonía fundada en la fuerza, incrementando la explotación humana y el dominio sobre la naturaleza. Para eso Trump declaró que no se sometía a tratados. El Tesoro, responsable por las sanciones económicas, fue transferido para el Departamento de Estado, enlazando industria, comercio y militarismo. El objetivo: interferir en el avance de “países hostiles”. Alemania, quien diría, fue amenazada con el aumento de la tarifa de importación automovilística si no abandonaba sus acuerdos con Rusia para el gasoducto Nord Stream.

Blindando el gobierno, Trump militarizó su gabinete. Kelly fue acompañado de los veteranos H. McMaster y Jim Mattis (criminales de guerra) que se responsabilizaron de las secretarías de Seguridad y Defensa, reduciendo sensiblemente la opinión civil en esas áreas. El Pentágono se fortaleció auspiciando el militarismo y las agresiones, teniendo como blanco regional a Venezuela, y emprendiendo la diplomacia de la guerra en el Caribe, contando con Colombia en la OTAN y el “nuevo Brasil”. La misión era consolidar los enclaves militares y obtener Alcántara, la instalación brasileña en la Amazonia.

El soporte del gobierno aún es el complejo militar, con destaque para las empresas Raytheon, Dyncorp, Lockheed Martin y Academi (antigua Blackwater). La complicidad es tanta que todas realizan eventos en los hoteles de Trump, manteniendo lobby directo para aprobar leyes que liberan el comercio de armas.

Es a esta estrategia gánster a la que se suman entre otros Uribe, Duque y Bolsonaro, comprometidos con el paramilitarismo y las milicias en sus países. A pesar de todo, el balance republicano es que a Trump le va muy mal; que cosechó enemigos gratuitos donde no debía y que los escogidos para algunas peleas –como el señor Guaidó y hasta el propio Duque– no dieron la talla.

La salida aconsejada tal vez sea unir a la población contra un enemigo visible. Provocar un conflicto corto e intenso. Tal vez un asesinato que crie conmoción a comienzos del año y para comienzo de conversa.

De cierto, en ese balance, lo único que mantiene a un capitalismo moralmente deplorable es la lógica de la agresión y la guerra.