Lejos de caer en la provocación, el gobierno de Pyongyang respondió a la Casa Blanca, indicando que lamenta el paso dado por ese gobierno, pero mantiene la disposición de llevar adelante la cumbre de mandatarios propuesta
Alberto Acevedo
El pasado 25 de mayo, con apenas unas horas de diferencia, mientras Corea del Norte llevaba a cabo el desmantelamiento de su sitio de ensayos nucleares en Punggye-ri, en cumplimiento estricto de los acuerdos de desnuclearización a que llegó durante las conversaciones llevadas a cabo unas semanas atrás, entre el líder norcoreano y su par, el presidente de Corea del Sur, ese mismo día, el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, revelaba el contenido de una carta enviada a Kim Jong-un, en la que anunciaba la decisión unilateral de la Casa Blanca de suspender la cumbre bilateral entre los dos gobernantes, prevista para el 12 de junio en la ciudad de Singapur.
La extensa nota que da cuenta del recule del mandatario norteamericano, es un galimatías de contradicciones y de subjetividades, que podrían indicar que Trump se retracta obedeciendo a presiones del poderoso complejo militar industrial de los Estados Unidos, interesado en imponer una línea de guerra y de sometimiento de Pyongyang, y seguramente de sus socios más recalcitrantes, de la línea de los ‘halcones’, como el señor Netanyahu en Israel.
El mensaje de Trump parte del supuesto de una “abierta hostilidad” mostrada por el gobierno de Corea del Norte hacia los Estados Unidos. “Siento que es inapropiado, en este momento, tener esta reunión tan largamente esperada” para el 12 de junio. “La cumbre de Singapur, para el bien de ambas partes, pero en detrimento del mundo, no tendrá lugar”. “El mundo, y Corea del Norte en particular, ha perdido una gran oportunidad para una paz duradera”, destaca Trump en algunos apartes de su carta a Kim Jong-un.
Hostilidad de la Casa Blanca
“Usted habla sobre sus capacidades nucleares, pero las nuestras son tan enormes y poderosas, que le pido a Dios que jamás deban usarse”, puntualiza el titular del Despacho Oval de la Casa Blanca en su nota al líder norcoreano.
El panorama de razones esgrimidas por Trump, que concluyen con una amenaza, no responde a los hechos reales. Fue justamente el gobierno de Corea del Norte el que inicialmente insinuó la posibilidad de aplazar las conversaciones de Singapur, si continuaban las declaraciones hostiles de altos funcionarios de Washington.
Para esos días, dos altos funcionarios de la administración norteamericana, el vicepresidente Mike Pence, y el secretario de Estado, Mike Pompeo, auguraron que las conversaciones previstas para junio “no conducirían a un resultado positivo”. A renglón seguido, en una postura compartida por Trump, amenazaron al líder norcoreano, con que, de no someterse a las condiciones en que Estados Unidos quiere llevar las conversaciones sobre un acuerdo nuclear con Corea, Kim Jong-un correría la suerte del líder libio, Muamar Gadafi.
Chantaje
El mensaje era claro: Corea se somete a un acuerdo condicionado, unilateral, o su gobierno será derrocado y su líder asesinado, como lo hicieron la CIA y la OTAN contra el gobierno libio.
Lejos de caer en la provocación, asumiendo un tono inteligente y moderado, el gobierno de Pyongyang respondió a la Casa Blanca, indicando que lamenta el paso atrás dado por ese gobierno, pero mantiene la disposición de llevar adelante la cumbre de mandatarios propuesta, en esa fecha o en otra, y en el escenario que las condiciones aconsejen.
“Reiteramos a Estados Unidos nuestra disposición a sentarnos cara a cara en cualquier momento y en cualquier forma para para resolver el problema”, dijo en su momento el viceministro de Exteriores de Corea del Norte, Kim Kye Gwan.
Corea no se amilana
También se pronunció la vicecanciller norcoreana, Choe Son-hui: “Nosotros no suplicamos a Estados Unidos por diálogo y tampoco nos molestaremos en persuadirles, si no se quieren sentar con nosotros. Si Estados Unidos se reúne con nosotros en una habitación o nos encuentra en un enfrentamiento nuclear, depende totalmente de su decisión”, puntualizó la funcionaria.
Ya antes, la administración norteamericana había enviado otro mensaje hostil a Pyongyang, al llevar a cabo las maniobras militares conjuntas Max Thunder, entre tropas de Corea del Sur y de los Estados Unidos, poniendo en tensión una red de bases militares norteamericanas en la península, coreana.
El gesto de Trump, que representa un espectacular cambio de rumbo, en medio de un proceso de aproximación en un esfuerzo largo por encontrar una salida a las tensiones militares en la península coreana, que tenían esperanzada a la comunidad internacional, causó decepción en muchos gobiernos de occidente, la mayoría de ellos aliados en la política internacional norteamericana.
Corea ha sido honesta
Incluso el presidente surcoreano, Moon Jae-in, calificó como “profundamente lamentable” el giro de los acontecimientos. Seúl, dijo, “seguirá haciendo su parte para llevar a cabo el acuerdo con miras a la desnuclearización de la península coreana”.
Este criterio respetuoso fue corroborado por el ministro surcoreano de Unificación, Cho Myoung-gyon al afirmar: “Parece que Corea del Norte sigue siendo honesta a la hora de poner en práctica el acuerdo, y en sus esfuerzos para la desnuclearización y la construcción de la paz”. En este sentido, para la jefa de la bancada demócrata en la Cámara de Representantes norteamericana, Nancy Pelosi, el líder norcoreano ha sido “el gran vencedor” del incidente.
Hay análisis de inteligencia militar, que insinúan que tras las bravuconadas de Trump, en una política en todo caso errática en el manejo del trema coreano, se esconde la intención del mandatario de convertirse en el ‘sheriff’ del mundo, y al mismo tiempo acumular el mayor arsenal nuclear del planeta, que le sirva como herramienta de sometimiento a su política hegemónica e imperial.
Esto explica por qué aspira a que países como Corea del Norte e Irán, renuncien de manera unilateral a sus programas nucleares defensivos, mientras Estados Unidos posee 6.800 ojivas nucleares, suficientes para destruir varias veces el planeta. Además de 800 bases militares diseminadas por toda la geografía universal. Sin contar con que el año pasado, el gasto militar norteamericano fue de 610.000 millones de dólares, superior al de los siete países más desarrollados, que le siguen en política armamentista.