Turismo, desigualdad y abandono en la Bahía de Cartagena

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Libardo Muñoz

Pasacaballos, Santa Ana, Ararca, Bocachica y Caño de Loro son poblaciones de la Bahía de Cartagena, muy cercanas a la ciudad y sus grandes condominios y hoteles de alta categoría internacional, pero donde se encuentran, con toda seguridad, los más impresionantes cuadros de abandono social, que mantienen marginadas a miles de personas y sus grupos familiares, hundidos en la pobreza.

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La belleza y el lujo contrastan con la pobreza de la mayoría de los cartageneros. Foto archivo.

En este momento, la población de Tierrabomba, situada a unos diez minutos en lancha del Hotel Hilton, por ejemplo, se la está llevando la erosión ocasionada por un oleaje incesante y fuerte. Varias administraciones distritales prometieron unas obras de defensa, olvidadas cuando pasan los períodos electorales de concejo y alcaldía.

Las poblaciones de la Bahía de Cartagena sufren, por un lado, los estragos de la pobreza y, por el otro, las consecuencias de la especulación y la carestía que van de la mano con un turismo extraño a ellas en cuanto a progreso material.

Así, uno de los más bellos entornos geográficos de la capital de Bolívar es escenario del turismo de cruceros que nada deja a los nativos, como no sean unos oficios del rebusque, remunerados al ojo, que crean una mentalidad servil transmitida entre varias generaciones.

Las poblaciones de la Bahía de Cartagena mencionadas arriba carecen de acueducto, alcantarillado, gas domiciliario, energía eléctrica, servicios de salud a tiempo para los altos índices de morbilidad, sobre todo infantil.

Sólo un 34% de Pasacaballos dispone de inodoros para la eliminación de excretas, las demás comunidades satisfacen sus necesidades a campo abierto, ocasionando así un foco infeccioso nunca estudiado con seriedad por ninguna de las alcaldías de Cartagena.

Cada unidad familiar de cinco personas en las poblaciones de la Bahía de Cartagena obtiene menos de un salario mínimo legal vigente, de donde se desprende una calificación de “paupérrimo”, con el consiguiente cuadro de crisis alimentaria aguda.

Lujosos yates y enormes barcos repletos de visitantes pasan por la Bahía de Cartagena, para asombro de pescadores artesanales y de pasajeros que salen de sus casas en busca de la ciudad en embarcaciones frágiles, expuestas a los peligros del mar.

El turismo internacional de cruceros en Cartagena es una figura económica distante, ajena al bienestar colectivo de las comunidades. La administración portuaria está en manos privadas y esas empresas no se sienten obligadas a rendir cuentas ni a propiciar el espacio suficiente para repartir algo de lo bueno que ofrece la naturaleza.