“Ofrecemos algo elemental, simple y sencillo: que la vida no sea asesinada en primavera”, sería la frase de Carlos Pizarro Leongómez con la que empezaría el ejercicio político de cara a la carrera presidencial, pero también el epílogo, no solo de su agitada como fascinante historia, sino de toda una generación de dirigentes revolucionarios del M-19 víctimas de la guerra sucia
Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
Una obstinada lluvia acompañó la jornada de aquel 29 de abril de 1990. La multitud empapada de tristeza saldría del Capitolio Nacional hacía la Quinta de Bolívar, para después enrutarse hacia el Cementerio Central, lugar donde finalmente fue sepultado el último comandante del Movimiento 19 de Abril, Carlos Pizarro Leongómez.
Tres días atrás, el sicario Gerardo Gutiérrez “Jerry”, asesinó en pleno vuelo de Avianca al candidato presidencial del “Eme”, en hechos que no se han esclarecido por la justicia y que mantienen 30 años después un vergonzante manto de impunidad. La extrema derecha y el Establecimiento enemigo de la paz lograban con éxito, y por la vía de la violencia, una frustración más para el país.
Habían transcurrido tan solo 49 días de aquel acto en Santo Domingo, Cauca, donde Pizarro como máximo comandante del M-19 daría la última orden militar en la historia del grupo guerrillero: “¡Oficiales de Bolívar, rompan filas!”. El “Eme”, que se había acogido a la propuesta del gobierno de Virgilio Barco de adelantar negociaciones de paz, protocolizaba la dejación de armas con la esperanza de convertirse en movimiento electoral y liderar la Asamblea Nacional Constituyente que prometía un nuevo periodo político en Colombia.
La rebeldía
El contexto de los años sesenta en el que se formarían los principales dirigentes del M-19, serían una mezcla de todo: la marihuana, el sexo, la consciencia política, la revolución cubana, el viaje a la luna, la guerra de Vietnam, el intempestivo mayo del 68 y el boom del rock and roll.
En esta época, Colombia vivía bajo el régimen del Frente Nacional, pacto de poder entre las élites de los dos partidos tradicionales que mantenía la estabilidad institucional en medio de un nuevo periodo de violencia, mientras se afianzaba una conveniente obediencia al poderoso vecino del norte.
Los protagonistas de lo que sería el M-19 tendrían en su retina esta radiografía del país y del mundo. La frustración guardada en sus recuerdos infantiles ante el magnicidio de Gaitán y la poderosa y desorganizada reacción popular, eran invocadas nuevamente en la imagen del padre Camilo Torres quien, en menos de un lustro, pasó de dirigente de masas a mártir de la lucha armada. El fusil se convirtió en la vía seductora de una época convulsionada.
Al carismático e imprescindible Jaime Bateman, pasando por Álvaro “El Turco” Fayad, así como el frío Iván Marino Ospina, el antropólogo Luis Otero y el «aburguesado» Carlos Pizarro Leongómez, los unía la militancia en la Juventud Comunista, JUCO. Y fue esa rebeldía insaciable por construir un cambio político la que los condujo, por diferentes vías y caminos, a tomar el sendero de las armas en las Farc.
Pero así, con el mismo entusiasmo con el que ingresaron, se alejarían del proyecto insurgente comandado por Manuel Marulanda Vélez y Jacobo Arenas. En el fondo, se encontraba la propuesta de una nueva fase de la guerra en las ciudades, que los jóvenes urbanos impulsaban con radicalidad, pero que contradecía la tesis del Partido Comunista, la cual priorizaba la lucha legal en las urbes. Entre expulsiones, tensiones y actitudes caníbales de una izquierda normalizada en la división, Jaime Bateman y su combo partieron cobijas para siempre.
Aquel 19 será…
Con la bancarrota del Frente Nacional como proyecto de las élites, reflejado en el fraude electoral del 19 de abril de 1970, donde salía victorioso el conservador Misael Pastrana Borrero sobre el general Gustavo Rojas y su proyecto de la Alianza Nacional Popular, Anapo; Bateman, Pizarro y compañía encontrarían un elemento de ruptura, que uniría no solo a sectores e individuos diferentes, sino que materializaba iniciando la década de los setenta el deseado agotamiento de la vía electoral, y justificaba la aventura de un organización armada diferente.
Desde su lanzamiento en enero de 1974 como movimiento armado, precedido por una creativa campaña publicitaria en la gran prensa, hasta su fin como partido, el M-19 vivió distintas y agitadas etapas históricas que lo fueron moldeando como proyecto insurgente.
El “Eme” trazaba su poropuesta a partir de una pretenciosa construcción de pueblo. A la ecuación se le agregaba un componente innovador: su obsesión por edificar una nueva gramática de la política, un lenguaje diferente sintonizado con las cotidianidades de la gente.
Una historia palpitante
La primera etapa puede caracterizarse en la espectacularidad de la propaganda con acciones como el robo de la espada de Bolívar, el secuestro y ejecución del sindicalista José Raquel Mercado, jornadas al estilo Robin Hood en barrios populares y el robo de armas en el Cantón Norte, corazón del Ejército Nacional.
Con el endurecimiento en la política de seguridad por parte de los gobiernos post Frente Nacional, especialmente bajo el Estatuto de Seguridad de Turbay Ayala, el M-19 viró su estrategia ante las circunstancias. Con gran parte de su dirigencia en la cárcel, las acciones combinaron cálculos políticos e iniciativas temerarias, tales como la toma de la Embajada.
La llegada de Belisario Betancur a la presidencia iniciando los ochenta proporcionó la conquista de la amnistía, y con ella, una nueva etapa en la confrontación esta vez no en las ciudades sino en sitios estratégicos del campo colombiano, mientras se cultivaba una incipiente esperanza de paz en medio de una democracia restringida.
Recordada es la Batalla de Yarumales entre diciembre de 1984 y enero de 1985, donde el M-19 al mando de Carlos Pizarro defendió por 27 días la posición del campamento La Libertad en Yarumales, municipio de Corinto, Cauca, y le propinó una de las más dolorosas derrotas al Ejército Nacional, que con mayor número de elementos y artillería no logró su objetivo de diezmar la resistencia insurgente.
Con un panorama aún más complejo debido a la irrupción del paramilitarismo de extrema derecha, la emergencia del fenómeno del narcotráfico y el obstáculo hacía la paz por parte de sectores poderosos del Establecimiento, el “Eme” vivió en la mitad de los ochenta su principal debilitamiento político y social en su historia.
A la pérdida de importantes cuadros, tales como Jaime Bateman quien murió en un accidente, Carlos Toledo Plata, Iván Marino Ospina y Álvaro Fayad, asesinados, se sumó la acción insurgente que se tomó el Palacio de Justicia en noviembre de 1985 y que se convirtió en una de las tragedias imborrables de la historia nacional. La toma del Palacio de Justicia fue la derrota de la política del vanguardismo, el fetichismo del fusil y la soberbia de la aventura, independientemente de la inmensa responsabilidad de las fuerzas militares en la retoma y el holocausto.
Sin embargo, ya bajo la conducción de Pizarro Leongómez, el “Eme” no solo jugó un papel en distintas propuestas de paz, decantadas en el acuerdo de Santo Domingo en 1989, sino que fue fundamental para la configuración de un proceso constituyente que derogó la anacrónica Carta de 1886 e inauguró un periodo diferente. La memoria de Pizarro y de toda una generación de dirigentes revolucionarios del M-19 víctimas de la guerra sucia se encuentra en los elementos democráticos y sociales que contiene la maltratada Constitución de 1991.
La paz postergada
“No hay presente sin pasado, pero sin duda es posible construir un alto e intentar hoy el cambio de la cultura de la intolerancia por la cultura de la democracia”, escribiría Carlos Pizarro en mayo de 1989, momento en el que lideraba al movimiento insurgente “por herencia y destino” hacía los caminos de la paz.
Para nadie es un secreto, que tanto Bernardo Jaramillo como Carlos Pizarro, tenían un proyecto conjunto que buscaba un nuevo rumbo de país con la certeza que sería la paz y la justicia el destino de una Colombia distinta. En su momento no se materializó.
Hoy Colombia Humana, heredera de ese legado rebelde del “eme”, y la Unión Patriótica, con su compromiso histórico de honrar las ideas transformadoras de la generación arrebatada, están unidas por circunstancias de la política. 30 años después, el mejor homenaje es mantener ese camino por materializar la paz postergada y continuar en la construcción del genuino cambio político.
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