La militancia comunista de Colombia y España recuerda el legado de “don Efra”, infatigable luchador social y defensor de los derechos humanos, quien tuvo que vivir sus últimos años en el exilio
Yuveli Muñoz
@yuvelimunoz
La mañana del 2 de febrero se presentó como una jornada normal y cotidiana del invierno madrileño. Presentaba todos sus rasgos típicos, incluidos sus nubes altas y su viento frío y suave. Fue, en principio y para la mayoría, una mañana normal. En cambio, para nosotras y nosotros, para los camaradas del Partido Comunista Colombiano, PCC, y del Partido Comunista de España, PCE, aquella mañana siempre quedará en nuestra memoria signada por la tristeza. Fue ese extraño paréntesis que media entre el anuncio y la confirmación, algo similar a un limbo cruel. La noche anterior, la del 1 de febrero, nos anunciaron el irreversible estado de salud de nuestro camarada y amigo Efraín Pardo; la posterior, fue su partida.
En efecto, en la tarde del día 2 la vida de nuestro camarada Efraín Pardo llegó a su término. Su vida, castigada primero por el exilio y después por el cáncer, no pudo resistir las complicaciones clínicas derivadas de la nueva enfermedad que tantas vidas nos está segando, la covid-19. Debido a los protocolos sanitarios que rigen en España, nadie estuvo junto a él en el trance definitivo más que su compañera Isabel, también hospitalizada por la misma razón y sus hijos. Sus amigos y camaradas, en cambio, no tuvimos opción de despedir su partida, de llorar el definitivo sueño de uno de los corazones más bondadosos y combativos que, personalmente, he tenido ocasión de conocer.
El camarada
Quien pose sus ojos en estas líneas sin noticias previas de Efraín -Don Efra- quizá piense que se trata tan solo de un lamento ritual; que lo que aquí se escribe hace parte de aquella tradición, por lo demás bella, que obliga a los que viven a elogiar invariablemente a los difuntos. Sin embargo, cualquiera que, como yo, tuviera la suerte de tratarlo pensará seguro que mis palabras se quedan cortas respecto de lo que de él saben y han conocido.
Efectivamente, los adjetivos bueno, solidario, sensible o combativo nunca podrán alcanzar a describir hasta qué punto anidaban en él la bondad, la solidaridad, la sensibilidad o la combatividad, ni cuán afortunados y afortunadas nos sentíamos al tomar consciencia de que un hombre de esta naturaleza fuera nuestro camarada.
Hay palabras que, de tanto emplearse, pierden parte de su fuerza significativa y se desdibujan. El uso ejerce sobre ellas el mismo efecto erosivo que el viento o el correr del agua ha ejercido sobre la piedra y, “camarada”, bien podría ser una de estas palabras. La hemos venido empleando de forma neutra, para nombrar, sin más, a aquellos que se agrupan bajo las mismas siglas que nosotros y nosotras.
Humildad
Efraín Pardo, sin embargo, ha ilustrado con los actos de su vida la plena significación del término y condensó en su persona todas las virtudes que a un comunista -el comunista al que los comunistas querríamos parecernos- le hacen digno del apelativo “camarada”. Creo que la más importante en él fue la humildad, condición ella de todas las demás: de la inteligencia, la laboriosidad o del valor que demostró desde el inicio de su andadura militante en Colombia hasta su frase de despedida, pronunciada en una cama del hospital de Alcalá de Henares.
¿De dónde sino de la humildad habría brotado la valentía de enfrentar a esa clase llena de soberbia que desangra Colombia desde hace tanto?, ¿de dónde pudo nacer el entendimiento claro que le llevara, en Colombia y en el exilio, a impulsar proyectos cooperativistas que mostraban posible que el trabajo dignificara y no degradara?, ¿qué mayor muestra de humildad que la de trabajar en favor de otros que, como él, sufrieron las amenazas del miedo y los avisos del silencio de parte de la bestia paramilitar?, ¿qué constancia no tendría su carácter para denunciar en España algo que muchos callaban y la mayoría ignoraban y fue lo que le sacó de Colombia: el pisoteo de los derechos humanos?, ¿podría alguien calibrar cuán grande era su ferviente internacionalismo y cómo de grandes eran sus anhelos de justicia?
La belleza de su ejemplo
Todo ello lo mostró con su trabajo en el PCC y PCE; con su actividad sindical en la Federación de Cooperativas Agrarias; con su labor por la unidad en la UP; con su esfuerzo por erradicar el racismo contra los migrantes en España a través de la Federación Estatal de Inmigrantes y Refugiados en España; con su impulso a la creación del Comité Madrileño de Defensa de los Derechos Humanos en Colombia, desde el que impulsó un centro de acogida para refugiados colombianos en la ciudad de Cervantes.
¿Cómo no habrían de llorar también sus camaradas españoles la pérdida de quien fuera miembro de la dirección local del PCE de Alcalá de Henares, formara parte del Consejo Municipal de Cooperación al Desarrollo y Derechos Humanos también de la misma ciudad, impulsara la creación de la Asociación Cívica “13 Rosas” y de la Red de Solidaridad Popular de la localidad, su último proyecto y el último objeto de sus desvelos?
Tan solo dos o tres de estas empresas bastarían casi para justificar una vida de militancia. Quien tuviera la suerte de completarlas satisfactoriamente podría incluso considerar fructífera su trayectoria política y social, pero lo cierto es que no hubo un solo campo en que “Don Efra” no quisiera adentrarse y en el que no lograra grandes resultados. Su inteligencia despierta, como la de todos los marxistas de talento, le llevaba a ello y, entretanto, tejió entre nosotros un recuerdo que perdurará mientras seamos.
Tanto quienes lamentan su muerte en el exilio desde Colombia, como quienes lo hacemos desde España no deberíamos, en realidad, afligirnos, pues la belleza de su ejemplo subsiste en nuestra memoria; quienes lloramos la lejanía que separa, acertaríamos en recordar para nuestro consuelo la sentencia de aquel griego sobre los atenienses desaparecidos en las primeras batallas de la Guerra del Peloponeso: “la tumba de los valientes es la tierra toda”. Allí donde miremos estará la tumba de Don Efraín.
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