Pablo Arciniegas
Es la segunda vez que en esta columna que me adentro en el territorio de la ficción política. Sin embargo, mi interés no es inocular miedo, como ya lo hacen la propaganda y las comunicaciones de este Gobierno, sino explorar una posibilidad. Tan solo algo que se me ha ocurrido mientras me estaba bañando: ¿en realidad puede haber un complot contra Álvaro Uribe? ¿Será que más allá de la perseverancia de Iván Cepeda existe una fuerza misteriosa que haya logrado arrinconar a un hombre con tanto poder como él?
Si así fuera, la oposición queda descartada. Simplemente no tiene ni las instituciones, ni el músculo financiero, ni el apoyo de los pocos dueños de Colombia para llevarla a cabo. En cambio, la gente de confianza del expresidente sí los tiene. Y esto significa que Iván Duque no es ese presidente poco preparado y rechoncho al que casualmente nos han acostumbrado, sino que sus verdaderas dimensiones ―más de las que ha ganado por el sedentarismo― son las de un político calculador, capaz de sobrepasar a sus maestros.
Pero esa falta de escrúpulos, tan natural en la política, no es la única razón de su éxito. Es su abrumadora suerte. Iván Duque es un tipo con suerte: justo cuando las protestas del año pasado se asentaban en un movimiento de indignación nacional, ¡Pum!, aterriza la pandemia, y no solo queda la disidencia sepultada por las medidas sanitarias de control, sino que se abre la cartera del coronavirus. Vuelan cheques en blanco a gobernaciones, instituciones y amigotes, sin la necesidad de reportar un solo peso. Si para los mortales el 2020 ha sido un año amargo, para las mafias institucionales ha sido el mejor de sus vidas gracias a él.
Y no le bastó con ese milagro, porque la Virgen de Chiquinquirá, a la que tanto le reza, se le volvió a manifestar en forma de ese ‘procesito’ por compra de testigos al que nadie le tenía fe, y que hoy mantiene ‘secuestrado’ a su jefe en una finca doscientas veces más grande que la Casa Blanca. ¿Quién iba a creer que jubilar al viejo le saliera tan barato? Realmente, no tiene que hacer nada: solamente dejar que la justicia opere, no necesita comprar a nadie. Si le preguntan, puede responder con un sí pero no.
Algo como: sí creo en la objetividad de las Cortes bla, bla, bla, pero Uribe es el Gran Colombiano. Ya saben, una ambigüedad de esas en la que es experto el señor Sergio Fajardo.
El caso es que Duque la tiene ganada. Hoy gobierna con un Congreso que sesiona a medias, con un fiscal, un contralor, un defensor del pueblo y una procuradora en el bolsillo, y también con el apoyo de todos los cacaos que le fue presentando Óscar Iván Zuluaga en sus escapadas a Brasil. Hasta el narcotráfico lo tiene de su lado. Lo que digan las encuestas sobre su favorabilidad: basura. ¿La paz y el poder jurídico? que se jodan. Sería una idiotez no aprovechar el momento histórico para quedarse en la Casa de Nariño.
Lo único que se lo impide es Uribe. No la oposición, Uribe y su aplastante estado de opinión. Pero lo bueno es que hoy lo tiene donde lo quiere y donde se va a quedar, como un no-preso: perseguido político de día y criminal de noche; en dos años su situación será un instrumento para la campaña electoral.
Exsenador, me sorprende decírselo, pero si quiere señalar un complot, primero mire por debajo de sus narices.
Epílogo
Y pasará desapercibido: el acto de perdón que realizaron varios excombatientes de las FARC ante Carmenza López, viuda de Guillermo Leal, edil de Sumapaz asesinado en el 2008. Aunque doña Carmenza se negó a aceptar el abrazo de Sandra Ramírez, senadora del partido, el evento fue prueba de la voluntad de hacer la paz todavía persiste.