Una confesión dESMADrada

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Disturbios en Bogotá por intento de los Esmad de disolver una manifetación. Foto Ernesto Che Mercado.

El drama de miles de jóvenes que por convicción, falta de oportunidades de estudios universitarios y alto desempleo integran las filas de la Policía, desde donde reprimen las protestas de sus conciudadanos

Juan Carlos Hurtado Fonseca
@Aurelianolatino

Al abrir los ojos, estaba tirado en el suelo y aturdido sin saber qué pasaba. Volvió en sí por el dolor de una puñalada en la cara. Solo pudo ver a un hombre que estaba sobre él y que subía el brazo para herirlo por segunda vez. Su reacción instintiva fue alzar su brazo derecho para protegerse, pero la armadura no fue suficiente y recibió una segunda cortada en este. Intentó voltearse y sintió un fuerte dolor en una rodilla. Supo después que era una esquirla. En ese momento recibió una tercera cortada en la parte baja de la espalda, entre el protector pectoral y el protector genital. Al mismo tiempo, uno de sus compañeros golpeó con la tonfa –bastón policial- en la cabeza al indígena que tenía encima, dejándolo inconsciente. El resto de manifestantes intensificaba la pedrea contra los otros agentes. Arturo Rodríguez* fue trasladado inmediatamente a un hospital.

Esta es solo una escena de muchas que se repiten en el contexto de las protestas reprimidas por los Escuadrones Móviles Antidisturbios, Esmad, en todo el país. Corría el año 2013 en el departamento del Cauca. La confrontación llevaba varios días. Arturo comenta que era gaseador. La pelea estaba en un punto álgido y tenían a los indígenas sobre ellos. El capitán lo había enviado a gasear, acompañado de un escudero, para lo que debió caminar veinte metros adelante de la escuadra de intervención. Al momento de llegar al punto en el que debía disparar, sintió la explosión. Solo recuerda que la onda lo hizo volar varios metros y que perdió el conocimiento por alrededor de un minuto.

Al hacer el balance, se enteraron que desde una montaña les habían tirado un tatuco artesanal, fabricado con un extintor cargado de pólvora negra y metralla, que cayó a diez metros de donde él estaba.

De la venganza al servicio

A sus 21 años de edad, en 2009, Arturo Rodríguez ingresó al curso de patrullero en la Escuela de Carabineros de Facatativá en la Policía. Al Esmad entró un año después cuando salió trasladado, luego de haber salido como profesional y haber estado en labores de vigilancia en Bogotá. Lo notificaron a la una de la tarde para que se presentara a las ocho de la noche del mismo día listo para radicarse en otra ciudad.

Entró a esta institución porque en su familia hay varios policías y por rabia: A su hermano policía lo asesinó –al parecer la guerrilla- en el año 2001 en prestación del servicio. “Era como por hacer algo de justicia, una especie de venganza, aunque en el trasegar uno se va dando cuenta de que las cosas no son así… en la Escuela le enseñan a uno a servir a la sociedad; en cambio en el Esmad le cambian a uno la forma de pensar”.

Estuvo seis meses, apenas con una inducción básica. Luego fue llevado a Santa Rosa de Viterbo, en Boyacá, a la escuela de los Escuadrones Móviles. Allí la exigencia física de los entrenamientos es muy alta. Se hacen con la armadura que pesa alrededor de 25 kilos, más el escudo. Buscan una adaptación porque hay confrontaciones muy largas: “Hay peleas que pueden durar ocho días, de cinco de la mañana a ocho de la noche, sin comer, sin tomarse una bolsa de agua, doce o trece horas derecho porque son en una hacienda o en una vía”.

Explica que el entrenamiento busca forjar un carácter. “Usan un vocabulario que lo hace emputar a uno; que si le quedó grande se vaya pa’ su casa; que si no puede se vaya pa’ donde su puta madre; uno con mucha hambre y le dicen que si quieren comer, uno respondía que sí, entonces van y lo gasean; dicen: ‘¿Tienen ganas de dormir?’, entonces nos llevaban a una cancha o a un potrero y nos hacían armar carpas en un frío tenaz, sin cobijas, sin nada; y cuando uno está dormido, a la una o dos de la mañana botan dos granadas de aturdimiento y gritan: ‘Se nos metieron los indígenas’”. Así estuvo seis meses.

También hacen algunos cursos con el Ministerio de Educación en derecho penal, derecho penal militar, enfermería básica de combate y control y manejo de multitudes.

“Durante el entrenamiento se va a clase desde las seis o siete de la mañana con la armadura y el casco puestos y se pasa al comedor con eso para el acondicionamiento. Se trota a las cuatro de la mañana, pista de obstáculos con armadura, nos meten en una garita que simula ser una tanqueta y nos gasean, unos se vomitan, otros se desmayan, y encima los tratan mal. Muchas veces por orgullo la gente continúa. Nos enseñan a soportar los gases; pasar rápido la nube; no pasando saliva porque eso no es un gas sino unas partículas que atacan las partes húmedas como ojos, garganta, nariz, y si la paso está impregnada y me voy a ahogar”.

Tanqueta utilizada en tropel en la Universidad Nacional de Bogotá. Foto Ernesto Che Mercado.

Cuando se les va la mano

Según la página web de la Policía Nacional: “Esmad es la dependencia del Comando de Unidades Operativas Especiales, integrada por personal entrenado y capacitado, encargado del control de disturbios, multitudes, bloqueos, acompañamiento a desalojos de espacios públicos o privados, que se presenten en zona urbana o rural del territorio nacional…”.

En la misma se pueden ver las condiciones exigidas para integrarlo. Cumplir con un conjunto de valores, rasgos de personalidad y descripción de la parte física, funcional y antropométrica del individuo en relación con las funciones que podría desempeñar. “Estas condiciones médicas y físicas obedecen a las largas jornadas a las que se exponen los miembros de esta especialidad: de pie, en contacto con gases, en situaciones climáticas variadas y con un equipo de bioseguridad hermético y pesado”, explica el portal oficial.

Luego de estar meses en un fuerte entrenamiento físico y sicológico, se enfrentan a la realidad de las constantes protestas sociales, para lo cual –comenta Arturo- hay unos procedimientos: “Primero se manda la tanqueta para que los manifestantes descarguen, gasten o quemen los explosivos contra esta, además para mojarlos. Luego se ataca con granadas de aturdimiento y gas para que se impregne en los manifestantes mojados con lo que empiezan a tener un debilitamiento”.

Ese fuerte entrenamiento y envalentonamiento que comenta Arturo, sumado a extensas jornadas laborales y acatamiento de órdenes, producen abusos en el control de las protestas. Según, el Sistema de Información de Agresiones a la Protesta Social, SIAP, que documenta casos de agresiones desde que se posesionó el gobierno de Iván Duque hasta el 30 de septiembre de 2019, han habido 143 agresiones a la protesta; 449 detenciones; han salido 324 personas heridas y se han ocasionado16 muertes, de las que se presume cinco fueron causadas por la fuerza pública.

Por el acumulado de estos casos desde que se crearon los Esmad, en 1999 en el gobierno de Pastrana, el movimiento social ha realizado campañas en pro de su desmonte.

Los sótanos de la ira

Cada vez que hay manifestaciones en Bogotá, en los sótanos de la Alcaldía y el Capitolio hay secciones del Esmad esperándolas: “Como eso inicia a las ocho de la mañana y llegan a las cuatro de la tarde a la Plaza de Bolívar, desde las siete a uno lo tienen ahí. Hay veces que no dan nada de comer, no nos permiten ir a comprar algo de tomar. Uno dice: ‘Mi capitán a ver si mandan a comprar algo de comer’, y dicen: ‘No porque estamos esperando las marchas de esos hijueputas estudiantes, y por esos hijueputas es que estamos aquí aguantando hambre’. Eso emputa más a la gente. Y en el momento del tropel ya se vuelve algo personal, uno sale es a defenderse de agresiones. Uno ve que le botan cuatro o cinco botellas de gasolina y luego una incendiaria y siente que se prende por todo lado, entonces ataca en defensa propia”.

Le digo: ¿Qué pasa cuando no son atacados, sino que les dicen que deben disolver una manifestación? Me responde que es una orden superior: “Son dos o tres granadas de aturdimiento, un gas y ya, pero la mayoría de veces es torear la gente y le toca a uno asumir… También conocí comandantes que estaban mamados de no hacer nada y decían: ‘Vamos a tropelear’ y le buscaban pelea a la gente sin que les dieran la orden”.

Asimismo, reconoce que muchas veces inician los tropeles porque llevan mucho tiempo parados, esperando que termine el evento para ir a descansar: “Si me mandan a una final de fútbol que es a las ocho de la noche, el partido se acaba a las diez, yo estoy en un servicio de estadio desde las siete de la mañana con la armadura, con apenas un refrigerio que da el estadio, un jugo y una manzana. Luego, sale la gente a celebrar, a tirar harina, y uno dice: ‘Esta gente celebrando y uno parado como un marica todo este tiempo, eso molesta y uno entra a pedir que desalojen, porque nosotros nos vamos hasta que los hinchas se vayan, en ese proceso puede haber una agresión, así sea verbal de un aficionado, y ahí se prende todo”.

Le hablo sobre las denuncias y las pruebas contra agentes de la Policía infiltrados entre estudiantes para atacar a los Esmad y dañar la manifestación. A lo cual me responde que es cierto, pero que no lo hacen ellos, sino organismos como la Dijín, la Sipol y la Sijín.

Aunque sabe que está prohibido, comenta que para enfrentar a los indígenas llevan machetes ocultos en las canilleras y hacen recalzadas; es decir, llenan de metralla los cartuchos que sobran de los impactos controlados y de los gases; les pornen tornillos, bolas de cristal, tuercas, un fulminante, pólvora negra y los sellan con parafina. “Cuando uno ve que la pelea está muy fuerte le pega eso a una sola persona para que los otros aflojen. Al ver que hay uno herido, sangrando, a los otros ya les da miedo metérsenos y retroceden. Es que en el Cauca los tropeles son a otro nivel. Con decirle que los tropeles en las universidades son un juego, son entrenamiento. Allá por ejemplo, los indígenas intentan enlazar a los Esmad como si fuera ganado, hay peleas a machete, a puño, los capturan para castigarlos azotándolos. Ellos pelean por su resguardo, por la tierra, por su cultura ancestral y uno por sobrevivir, por terminar el día completo y vivo”.

Por unos pocos pesos

Arturo ve que el pago que recibió fue malísimo en relación con su esfuerzo y riesgo. Recibía apenas 147 mil pesos por prima de orden público y un salario de un millón cuatrocientos mil pesos, en el año 2014. “Eso no es nada porque trabajamos 45 días seguidos para tener cinco de descanso, con disponibilidad a toda hora. Nos llamaban a la una de la mañana a atender cosas como una cárcel con los presos alborotados, el taponamiento de una vía. Muchas veces me tocó devolverme ya estando en el aeropuerto o en el terminal para irme de vacaciones, me decían: ‘Se le canceló la franquicia’”.

Ahora, a sus treinta y dos años, dice que en el Esmad no hay una capacitación sobre la problemática social para entender el porqué de las protestas, pero que la mayoría de ellos tienen familiares estudiantes, campesinos o trabajadores en ellas.

Es consciente que muchos ingresan a esa institución por falta de oportunidades de estudio y por el alto desempleo. Por eso apoya la propuesta que hizo un ex candidato presidencial de que los policías estudien: “Eso nos daría un mejor conocimiento de la sociedad y un mejor relacionamiento con la gente, con los estudiantes, por ejemplo. A muchos policías sus hijos, sobrinos o hermanos menores les dicen que quieren ser policías, y les responden: ‘Qué le pasa, estudie, haga otra cosa’. Porque la vida en esto no es fácil”.

Asegura que integrantes del Esmad saben que las protestas son justas, que el Gobierno falla mucho. “Hay veces que uno dice: ‘Vamos a ir a darle en la jeta a esa gente porque lo merece’ como a los hinchas de fútbol, que meten marihuana y van a chuzar gente porque se les da la gana. Pero hay quienes protestan por cosas que valen la pena como en la Distrital, donde un funcionario pagó cuentas de millones de pesos con dineros de la Universidad”.

Entonces le contrapregunto, por qué esa manifestación fue reprimida, y me explica: “Desafortunadamente hay una burguesía a la que no le conviene que en el exterior se vea que hay esas manifestaciones porque no invierten aquí, o que se bloquee una vía porque por ahí va el transporte público que le genera millones en ganancia a un político que tiene inversiones ahí. Eso no significa que uno está de acuerdo, pero si a uno lo ponen allá toca responder de alguna manera…”

Tanqueta utilizada en tropel en la Universidad Nacional de Bogotá. Foto Ernesto Che Mercado.

La copa rebosada

Arturo ya había acumulado una serie de experiencias que lo hacían cuestionarse sobre su permanencia en ese cuerpo. Pero hubo un hecho que lo marcó y por el que tomó la decisión de retirarse. Narra que en 2012 y de un momento a otro los llamaron para realizar un desalojo. El Gobierno tenía listas unas viviendas para entregar a unas familias, pero otra se había adelantado y “…la había ocupado una de manera arbitraria porque no tenían donde vivir”.

Inicialmente, los vecinos se resistieron y les tiraron piedra. El Esmad respondió con granadas de aturdimiento e impacto controlado, es decir, un disparo compuesto con doce pepas de goma que debe ser hecho de la cintura hacía abajo, mínimo a veinte metros, aunque es el arma con el que manifestantes han perdido los ojos: “Como hay menores de edad no se puede gasear”.

Ese día Arturo no llevaba gas, llevaba impacto controlado. La orden que recibió fue entrar a la casa, junto a dos hombres con escudo. Se sorprendió al ver que la resistencia adentro era un niño de unos 10 años de edad, quien llorando desesperado les tiraba botellas y les gritaba que no lo sacaran, que esa era su casa. Arturo pensaba en que esa escena que tenía ante sí, no fuera un elemento distractor para ser atacados desde otro flanco. Al menor lo entregaron a infancia y adolescencia.

Después de la diligencia Arturo subió al camión para retirarse. “Tipo película, mientras el camión andaba veía a la gente abrazándose y llorando con sus cosas afuera. Me dije: ‘Hasta dónde he tenido que llegar por cumplir una orden’. Me dio nostalgia, tristeza. Pensé que en otro momento podía ser un familiar de uno o uno mismo. ¿Qué tal ese niño fuera mi hijo? Me di cuenta que cuando la sociedad protesta en la mayoría de cosas tiene razón, aunque no en el vandalismo y la violencia. Eso me puso a pensar en la posibilidad de retirarme”.

Duró meses conociendo y entendiendo las causas de las protestas, y cree que aunque hay que restablecer la seguridad y el orden, el Gobierno está haciendo muchas cosas mal, como la corrupción -dice-, sin esta se evitarían muchos problemas sociales. “¿Será que estoy haciendo las cosas bien? Entendí que los indígenas pelean por sus tierras, que los estudiantes pelean por su derecho adquirido porque no malgasten sus recursos; algunos me dicen ‘Pero, pagan ciento cincuenta mil por un semestre y se quejan’, y yo les digo: ‘Es que hay los recursos para que no paguen nada, no deben pagar nada’”.

Recordó que ingresó a la Policía con otros objetivos que cambiaron con el tiempo, ese que curte y da madurez. Quería combatir delincuentes, coger ladrones o narcotraficantes, y no lo que estaba haciendo. Y aunque tiene críticas muy fuertes, cree que el Esmad debe existir. Luego de cinco años decidió salirse y pasar a otra dependencia.

Sabe que lo que hizo contra esa familia, generará rencor y odio contra la institución por parte de aquel infante: “En el futuro ese niño podrá ser un gran profesional, pero nunca olvidará que un policía lo sacó de su casa y lo puso a aguantar frío. Y así como hay quienes por rencor hemos dicho: ‘Yo quiero enfrentarme a la guerrilla’, él puede decir: ‘Yo quiero enfrentarme a la Policía’, y aunque puede que no tome un arma, sí va a querer hacernos daño”.

*Nombre cambiado a petición del entrevistado.