Una Cuba para Guillén

0
1086

Diana Carolina Alfonso

“Comunismo y uribismo son lo mismo”, escribió sobre Cuba un Guillén de nombre Gonzalo, sin lugar a dudas el mejor periodista de investigación de Colombia. Otro Guillén bautizado Nicolás, sin lugar a dudas el mejor poeta latinoamericano, leyó en el año 67 un verso que dejó mudo al auditorio José Martí y que retumbaría en las catatumbas del continente por veinte años más: “No por callado eres silencio/ Y no porque te quemen/ porque te disimulen bajo tierra/ porque te escondan en cementerios/ bosques, páramos/ van a impedir que te encontremos/ Che Comandante/ amigo”. El primero es el Guillén de la democracia más antigua del continente, el segundo Guillén nació y creció en la maldita circunstancia de la insularidad antillana.

Gracias a las investigaciones del primer Guillén, Colombia es más consciente de la enorme fosa común en la que se ha convertido el territorio nacional. Y también, gracias a esa escuela del periodismo de investigación, sabemos que en Colombia hay ocho millones de desplazados internos, siete millones en el exterior y más de 100 mil desaparecidos en democracia. En medio de la brutal represión durante el paro nacional, Gonzalo Guillén afirmó que la política de seguridad del uribismo era más letal que la dictadura de Pinochet.

El segundo Guillén -y me limitaré al poema citado- recitaba en territorio cubano la tragedia que se expandiría a la postre por todo el continente. Porque no sólo disimularon al Che bajo tierra tras la orden de muerte de la CIA. Bien sabía Nicolás Guillén de cuerpos escondidos y búsquedas incansables. Después fueron 30 mil desaparecidos en Argentina, tres mil en Chile, 200 mil asesinatos en Guatemala y las cifras continúan en Paraguay, El Salvador, Honduras, Uruguay, República Dominicana, etc. El caso de la dominación norteamericana sobre el Caribe y las Antillas guarda sus raíces en la mismísima Doctrina Monroe.

Luego del 1 de enero de 1960, el móvil de la barbarie común en todo el continente fue la lucha anticomunista. Y quién más sino un demócrata como John F. Kennedy el encargado de bombardear las aspiraciones populares que se diseminaban por la región después del triunfo de la Revolución Cubana. Con el Plan Cóndor vino el Consenso de Washington y con éste, el fin de las dictaduras y la apertura democrática al modelo neoextractivista.

En las urnas fueron elegidos César Gaviria, Carlos Salinas y Carlos Saúl Menem. Empero, la última expansión neocolonial de los Estados Unidos sobre el continente, de la mano de las beneméritas urnas, se ha tornado más mortífera que en los años setenta. Las políticas agroextractivas, la expansión del narcotráfico y la desregulación militar, deja por saldo un promedio de 1.2 millones de latinoamericanos desplazados anualmente. No lo dice el comunismo cubano sino el Consejo Noruego de Refugiados.

El caso colombiano es una vidriera particular del caos inducido, y visto lo sucedido en Haití y Honduras, también un modelo de nueva democracia. Acotando los sentidos me gustaría hablar sobre Cuba y las consecuencias de la democracia impulsada por Estados Unidos; de los Doce Apóstoles y la familia de Uribe, los mismos que entre 1992 y 1995 asesinaron a 533 personas para «luchar contra el comunismo» y robar tierras. La ideología triunfante anticomunista en nuestro propio arco político es un gol de la práctica genocida. Lo que sabe y esconde el primer Guillén, es que si señalan a los comunistas en realidad vienen por todos, incluyendo al liberal más progresista.

Me asiste una duda. Siendo él tan consciente de nuestra democracia exportable ¿esperará que la población cubana viva mejor por el mero hecho de asistir a las bien amadas urnas de nuestra maltrecha democracia, teniendo a Miami tan cerca de su propio infierno? Por lo pronto, Haití es el modelo insular más próximo a una eventual respuesta de esta duda que nos sangra Caribe adentro.