“Aunque no se puede negar la desesperanza como algo concreto, con razones históricas, económicas y sociales, tampoco se puede partir del pragmatismo y el supuesto fin de la historia y la lucha de clases para decir ‘no hay por qué soñar’. ¡Siempre hay por qué soñar!”:
Paulo Freire
Rodrigo López Maya – Zonal Risaralda
El colapso del socialismo “real” se tomó como pretexto para revivir el liberalismo como fundamento político del capitalismo, al mercado como la llave mágica de “igualdad entre los individuos” pretendiendo de paso, borrar de la faz de la tierra la existencia de las clases sociales y la lucha entre ellas como resultado de la propiedad privada sobre los medios de producción. Esta hipótesis es la sustentación teórica de Francis Fukuyama en el libro “El fin de la Historia”, quien siendo asesor del Departamento de Estado Norteamericano expidió el acta de defunción de la historia universal, negando de plano la posibilidad de un sistema de desarrollo alternativo al capitalismo para la humanidad.
Con las dictaduras militares en el sur del continente, que se creían la “reserva moral” abonando terreno al neoliberalismo, las secuenciales reformas educativas fueron excluyendo la enseñanza de la historia.
Es un deber de patria rescatar la verdadera historia, no la de los vencedores y los privilegiados que ha producido en la sociedad colombiana la “atrofia de la conciencia histórica” (Sergio de Zubiría), debemos romper con el historicismo servil, que nos ha llevado a la despolitización y salir de “la peste del olvido” (Gabriel García Márquez) y de la “destrucción del recuerdo” (Theodoro Adorno). La historia oficial colombiana ha sido racista, sexista, militarista, individualizante y clerical, lineal como si fuera una serie de acontecimientos yuxtapuestos alejados de las relaciones sociales.
La ley 1874 del 27 de diciembre de 2017 “tiene por objeto restablecer la enseñanza obligatoria de la historia de Colombia como una disciplina integrada en los lineamientos curriculares de las ciencias sociales de la educación básica y media” y señala unos plazos para su aplicación; sin embargo no podemos esperar que el MEN, las editoriales y las secretarías de educación continúen el discurso historiográfico, velando la lucha de clases, el papel de las comunidades y la construcción de la memoria histórica para un país al que le han cercenado la posibilidad del pensamiento crítico frente a su realidad y su derecho a la verdad. La falta de memoria histórica ha permitido que los enemigos de la paz manipulen con mentiras, impongan tergiversaciones útiles a sus intereses clasistas y confinen la esperanza.
El que la implementación de los acuerdos venga cumpliéndose con dificultades y poco compromiso del Estado, no puede ser óbice para que no acojamos nuestro compromiso con la memoria, la historia de nuestro pueblo y su riqueza cultural. Es necesario hacer el llamado al magisterio, a la comunidad educativa, a la academia, las facultades de educación, para que desarrollemos una metodología y proyectos colectivos con comunidades (en el barrio, la vereda, el territorio, el municipio…), organizaciones sociales, populares y construir desde abajo la verdadera historia del país y de América Latina para recuperar la identidad, lo cultural, lo ético, lo estético, los sueños, la solidaridad, las cosmovisiones, entendiendo la historia como experiencia colectiva que nos permita transformar la realidad.