Unidos, un gobierno democrático es posible

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Foto twitter Ángela María Robledo.

Gabriel Becerra Y.
@Gabocolombia76 

Los resultados de las elecciones del pasado domingo 27 de mayo ratifican la tesis de una transición política en Colombia. Aunque lo viejo se aferra a mantener el statu quo a toda costa, es imposible desconocer lo nuevo que emerge en múltiples manifestaciones de las luchas sociales y políticas. La firma del Acuerdo de Paz y otros factores, han posibilitado un nuevo aire para las fuerzas democráticas y progresistas también en el campo electoral.

Ante el bloqueo de las fuerzas de derecha a una reforma electoral pactada en el acuerdo de paz y necesaria para una apertura democrática, las denuncias nacionales e internacionales sobre las amenazas reales de fraude y los esfuerzos por mejorar el control de los escrutinios en todos los niveles, impidieron que se reeditaran a gran escala mecanismos ya detectados de manipulación en los resultados. Valga el reconocimiento a ese ejército de voluntarios que en campos y ciudades han sabido dar la batalla por la democracia. No hay que bajar la guardia.

Con una reducción significativa de los índices de violencia y un aumento de la participación de más del 10% en todo el país, que en ciudades como Bogotá alcanzó un histórico del 65%, las fuerzas de la corrupción y el clientelismo enfrentan mayores dificultades para impedir el voto libre e independiente. A pesar de las grandes sumas de dinero y presiones ejercidas desde las entidades oficiales a contratistas y empleados públicos, uno de los candidatos tradicionales, el oficialista vicepresidente Germán Vargas Lleras, fue el gran derrotado. Así mismo, como parte de esa bancarrota moral de la política tradicional, ni el Partido Liberal ni el Partido Conservador, con importantes bancadas, cumplen hoy el papel de grandes articuladores o conductores políticos que ejercían en otras épocas.

En este escenario, la extrema derecha con su candidato Iván Duque, cosméticamente acondicionado para presentarse como moderna, controlada por el Centro Democrático y su caudillo, logra ratificar su influencia política en una parte considerable del electorado, mediante una red organizativa hábilmente aceitada por lo más reaccionario de las élites económicas, políticas, informativas y mafiosas, a las cuales progresivamente se adhieren el clientelismo liberal – conservador. Esta candidatura terminará agrupando sin límite alguno a toda la vieja y nueva derecha y sus vertientes principales.

Pero como contraparte de esa vieja política reaccionaria, ha logrado triunfar por primera vez en la historia de la lucha electoral de la izquierda y los sectores progresistas la candidatura de Gustavo Petro y Ángela María Robledo, con la responsabilidad de competir en las elecciones de segunda vuelta. Su propuesta programática centrada en la democratización de la sociedad y la política, el cambio del modelo productivo y la lucha contra la corrupción como premisas centrales para construir una era de paz, logró, por encima de los importantes resultados de Fajardo y su Coalición Colombia, y de la campaña de Humberto de la Calle, liderar los debates en primera vuelta y ganar la confianza mayoritaria de la ciudadanía.

En estas circunstancias, Gustavo Petro ha sabido ubicar con claridad, por encima de las banalidades personales y coyunturales, la contradicción política fundamental a resolver en la segunda vuelta presidencial, el próximo 17 de junio, en el que habrá que elegir entre un proyecto ideológico, política y socialmente conservador y reaccionario, representado en Iván Duque, o por la posibilidad cierta de un gobierno democrático para la paz y la reconciliación nacional, pluralista, comprometido con las libertades y los derechos sociales.

Desde estas páginas no dudamos en apoyar una amplia convergencia social y política que haga realidad ese nuevo gobierno democrático. La unidad tiene que ser posible en la diversidad, comenzando por un acuerdo con partidos programáticamente afines como el Polo Democrático, Alianza Verde, ASI y el Partido Liberal, capaz de seducir y atraer a esa gran fuerza ciudadana independiente y sin partido, que quiere y puede cambiarle el rumbo al país.

No se trataría de una componenda burocrática sino de un gran acuerdo sobre lo fundamental: paz, democracia, soberanía, libertades y justicia social.