Edición N° 7 de VOZ Territorios publicado en la edición impresa del semanario VOZ el 20 de noviembre de 2019.
Urabá es una sub-región de Colombia ubicada entre el litoral pacífico, el Caribe sabanero y la zona norte del país. Desde la perspectiva geográfica, se constituye en la esquina noroccidental de Colombia y de América del Sur. Son aproximadamente 31 mil kilómetros cuadrados con una población cercana a los 700 mil habitantes en doce municipios de Antioquia, seis municipios del Chocó y seis del departamento de Córdoba. Esta región de belleza arrolladora es una de las más castigadas en toda la historia del conflicto armado. Sin embargo, Urabá es un laboratorio de paz y esperanza. Esta crónica reconstruye las huellas de su historia y el presente de la resistencia.

Óscar Sotelo Ortiz
@oscarsopos
Jamás olvidaré aquella madrugada de octubre en una playa de Necoclí. El alba imponente, las aguas de colores del mar Caribe y las arenas finas del golfo de Urabá recreaban aquel anónimo instante. Justo ahí, sentado en un tronco y con mis pensamientos a mil, decidí ser periodista.
Existía una inspiración. Por cerca de tres días en la ciudad de Turbo junto a la Central Nacional Provivienda, Cenaprov, nos dimos a la tarea de escuchar los recuerdos de aquellas batallas por vivienda digna en la región del Urabá. Cada palabra, anécdota o recuerdo evocaban contradictoriamente días de gloria y noches de llanto. Era una historia que necesitaba ser contada, no una, ni dos, sino las veces que fuera necesario.
Volví al territorio cuatro meses después en febrero del 2018. En esa oportunidad, la fugaz visita se daba como apoyo comunicativo a la campaña nacional de la Unión Patriótica al Senado de la República. En un artículo poco riguroso, debo decirlo, narraba desde el corazón lo que fue aquella experiencia. Finalizaba aquel escrito con un propósito: regresaría.
Con esos recuerdos comienza el viaje. En el aeropuerto El Dorado de Bogotá, estábamos Yuldor Lizarazo y yo, enviados por el periódico para cumplir la difícil tarea de hacer el VOZ Territorios capítulo Urabá.
Esperando el vuelo que nos llevaría a Medellín, termino de leer El olvido que seremos, precioso texto sobre la vida del médico y activista por los derechos humanos Héctor Abad Gómez, libro que podría ser el epitafio de toda una generación antioqueña que cayó ante las balas asesinas de la violencia y la intolerancia.
A pesar de esa ignominiosa tragedia de la historia, estoy convencido que, si existe organización y gente dispuesta al cambio político, habrá futuro. Evoco las palabras que Miller Chacón, recordado organizador del Partido Comunista asesinado un 25 de noviembre de 1993, dirigió al pueblo urabaense en el peor momento de la guerra sucia contra el movimiento popular:
“Que los sueños e ideales de todos los que han caído en esta lucha vivan en un abrazo de esperanza”.
Urabá, teatro de acontecimientos y fantasías, de amores y odios. A ese territorio volvería, a rastrear las huellas de su historia y a buscar en el presente la esquina de la resistencia.

Única y diversa
Luego de un corto viaje en avión, estamos en Rionegro. Un bus cruza las montañas occidentales del Valle de Aburrá rumbo a la capital del departamento de Antioquía. Estaremos en la ciudad de la eterna primavera esperando una entrevista, que finalmente sería en la mañana del siguiente día.
Mientras tanto, reviso mis apuntes acerca del texto que la Corporación Reiniciar publicó sobre el exterminio de la Unión Patriótica en el territorio, investigación que coordinó y redactó Luz Eugenia Vásquez Cruz. Ese importante trabajo, influencia este escrito.
“Urabá: región de una larga trayectoria de lucha y resistencia; testigo y protagonista del conflicto; tierra de refugio al perseguido; botín anhelado por el usurpador; ruta expedita de ilegalidad; paisaje de maravilla; única y diversa; arisca y amenazante; cálida, generosa, afectuosa y apasionada”, se lee literalmente en algunas páginas del libro.
Esta importante zona del país se configura como región gracias a las estrechas relaciones que se presentan entre el litoral pacífico, el Caribe sabanero y la zona norte. Desde la perspectiva geográfica, se constituye en la esquina noroccidental de Colombia y de América del Sur.
El Gran Urabá se extiende desde la depresión del valle del río Sinú hasta la cuenca del golfo de Urabá, desde la serranía de Abibe hasta el río Atrato, y hacia el sur llega hasta el nudo de Paramillo. Son aproximadamente 31 mil kilómetros cuadrados con una población cercana a los 700 mil habitantes en doce municipios de Antioquia, seis municipios del Chocó y seis del departamento de Córdoba.
Según los estudios de la socióloga y docente pereirana recientemente fallecida, María Teresa Uribe de Hincapié, los rasgos históricos y sociales que identifican al Urabá como región se dan por ser un territorio multipolar, pluriétnico y pluri-regional.

Multipolar porque su constitución histórica se dio desde varios centros importantes; pluriétnica porque lo multiétnico no se disolvió para dar paso a un pueblo histórico, sino todo lo contrario, reafirmó la heterogeneidad y diferencia de los pueblos que habitan la región; y pluri-regional, porque estos pueblos han reproducido sus patrones socioculturales y políticos, convirtiendo al Urabá en un mosaico de regiones colombianas.
Paradójicamente, esta región de belleza arrolladora es una de las más castigadas en toda la historia del conflicto armado con el accionar de distintos actores armados, como las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC, el Ejército de Liberación Popular, EPL, las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá, ACCU, y el Ejército Nacional.
En el Urabá fueron asesinadas 5.200 personas, casi 2.000 casos de desaparición forzada y cerca de 60 mil desplazados por razón del conflicto armado según el sociólogo y periodista Alfredo Molano Bravo. En medio de esta desdicha, Reiniciar ha documentado 1.330 asesinatos y 157 casos de desaparición de líderes, militantes y simpatizantes de la Unión Patriótica y el Partido Comunista en la región entre los años ochenta y noventa.
Escalofriantes cifras en un territorio volátil y golpeado. Sin embargo, Urabá fue, es y será siempre un laboratorio de paz y esperanza.
Ve, camarada
A don Juvenal lo conocí en una camioneta rumbo a San José de Apartadó. Desde el momento en que el viejo comenzó a narrar anécdotas, supe que en su memoria estaba una versión valiosa de la historia.
Año y medio después, ahora en Medellín, nos reencontramos. Un saludo tímido y una inquietud antecedieron el encuentro. Don Juvenal me contó que había perdido la amistosa foto que nos tomamos en el deteriorado parque de San José. Le prometí que se la enviaría nuevamente por redes sociales. Como el tiempo apremiaba, Yuldor prendió la cámara y empezamos la entrevista.
“Viví 25 años en el Urabá, mi juventud quedó allá”, sería el comienzo del relato en el cual don Juvenal Valderrama, nacido en Peque, Antioquia, narraba con inocultable acento antioqueño su vida en la región. Llegó a Turbo de 17 años producto de la fiebre del banano por allá en el año 1965. Se vinculó rápidamente al Partido Comunista y comenzó su militancia dedicada al trabajo político, en lo que el periodista italiano Lucio Magri llamó: el oficio del revolucionario profesional.

El Partido había llegado a la región en la década de los cincuenta con el flujo migratorio producido por La Violencia. En una decisión visionaria, desde Bogotá destacaron a Isidoro Amazo, sobreviviente del ataque a Villarrica, con el propósito de activar el trabajo en Urabá. Encontró en la región a un médico autodidacta y comunista, el entrañable Israel Quintero. Los dos dirigentes serían la semilla de lo que después fue la poderosa estructura comunista en la región, cuya primera asamblea está fechada el 17 de julio de 1960.
“Existía mucho trabajo porque se estaba comenzando la siembra del banano, había una oleada de gente que venía del interior del país. Pero las condiciones de trabajo y de vivienda de los trabajadores era una vaina inhumana”, recuerda.
En el año de 1959, gracias a la crisis bananera en el departamento de Magdalena, la United Fruit Company pondría sus ojos sobre el Urabá. La Frutera de Sevilla, filial de la tristemente célebre multinacional norteamericana, inicia un proceso piloto bananero en Turbo. En 1964 se realizaría el primer embarque de fruta y en 1969 se inicia la comercialización por parte de empresarios colombianos. El resultado: un proyecto agroindustrial exitoso para el capital antioqueño, pero que reproducía escandalosamente la desigualdad social.
“¿Qué generó esto? Sencillo. La necesidad de vivienda en la gente, aumentando las invasiones. El Partido lidera este proceso con la Provivienda. Apartadó, Chigorodó, Carepa, Turbo y los corregimientos de Currulao y El Tres crecieron a punta de invasiones. En términos generales, la potencialidad del Partido comenzó siendo la lucha por la vivienda”, explica don Juvenal.

Con las luchas viviendistas avanzando y la emergencia de una clase trabajadora bananera proveniente mayoritariamente del Chocó, se creó en 1964 el Sindicato de Trabajadores del Banano, Sintrabanano. La visión esclavista del trabajo, donde persistían condiciones deplorables y una infraestructura sustentada en la sobreexplotación, llevaron a los trabajadores a construir un instrumento para regularizar las relaciones obrero-patronales.
“Se da un crecimiento importante, siendo el resultado la formación del regional del Partido Comunista en el Urabá. De igual manera, hay ampliación en lo político. Desde 1972, hasta la expulsión, tuvimos concejales en todo el territorio, ya sea con la Unión Nacional de Oposición, UNO, el Frente Democrático o con la Unión Patriótica”, dice el veterano militante al señalar que el triunfo en las distintas alcaldías, por parte de la izquierda, finalizando los ochenta y comenzando los noventa, era fruto de un acumulado de luchas. “Era tan bueno el trabajo, que existían muchas bases y trabajo político en el Urabá chocoano donde por condiciones geográficas era difícil llegar”.

La mirada de don Juvenal cambia. Su voz se llena de rabia mientras continúa con su relato: “La oligarquía bananera y terrateniente, ganaderos, y por supuesto, los militares prenden las alarmas. Habían perdido el poder político en casi todas las ciudades. Activan el aparato del paramilitarismo contra el Partido y Sintrabanano. Y bueno, nos destierran. Con esa cantidad de persecuciones y asesinatos, nos sacan a punta de plomo del territorio. A mí me tocó venirme en el 89, amenazado y derrotado”.
–¿Extrañas el Urabá?– pregunté con tacto.
–Yo recuerdo el Urabá con nostalgia, me da berraquera–respondió–. Me da berraquera, hermano, por recordar el trabajo del Partido allá, por lo que tuvimos, por lo que significó para la historia. A pesar de todo, si yo pudiera volver a Urabá, que yo me pudiera instalar en la región, me pondría en función de reconstruir. Ve, pero eso le toca a la juventud.
Termina una entrevista que pudo durar horas. Debemos viajar a Apartadó cuanto antes. Justo en la despedida, don Juvenal, uno de los muchos sobrevivientes del genocidio contra el movimiento social, me dice: “A ver, ome. En el Urabá alcanzamos a vender más de 10 mil periódicos VOZ. Hoy no llega ni uno. Podemos comenzar por recuperar ese trabajo”.
Nacidos para la pelea
Llegamos a Apartadó pasadas las 10 de la noche después de un viaje de casi nueve horas por las montañas del occidente antioqueño. Estamos en la capital bananera de Colombia, que un día antes había sufrido el desbordamiento del río que lleva el nombre de la ciudad, dejando un saldo de 8.000 damnificados en 17 barrios.
Al siguiente día, a las nueve en punto de la mañana, nos encontramos con Esneda López, la combativa dirigente de la Unión Patriótica en el Urabá. Ella referenció inicialmente a Yuldor con cariño. Sin conocerse personalmente, y a punta de teléfono, entre los dos habían coordinado la titánica tarea de elaborar todos los avales electorales de la Colombia Humana-UP en todo Antioquia.
Nuestro primer destino fue San José de Apartadó, corregimiento humilde y promisorio, quizás uno de los lugares más golpeados por el conflicto armado en el territorio. Un lugar donde la guerra dejó sus rastros y donde la esquiva paz promete dejar sus huellas. Me reencontré con la familia Cataño, legado en vida del histórico dirigente de la región y concejal de Apartadó por la UP, Bartolomé Cataño, asesinado el 17 de agosto de 1996.
Por una carretera estrecha y destapada, claramente afectada por las lluvias que tienen a Apartadó en crisis, en dirección a la Serranía del Abibe, llegamos a San José. Desde la camioneta que nos transporta podemos divisar a Laura, hija de “Bartolo”, y a Jesús Cataño, nieto y líder juvenil de la Unión Patriótica en el territorio. Nos saludamos cordialmente y entramos a su caluroso hogar, mientras las conversaciones inevitablemente giran alrededor de las pasadas elecciones.

Sin perder tiempo, Laura sabe que queremos indagar sobre la historia de San José y arranca su relato: “Yo llegué a San José cuando tenía 12 años, veníamos del Chocó. El iniciador de la invasión del corregimiento fue mi papá. Esto era una finca”, rememora mientras aprovecha para contarnos que la motivación por ocupar los terrenos no solo era la necesidad de vivienda, sino la importancia de tener una escuela al otro lado del río.
“Lo primero que se empezó a construir fue la escuela, luego la iglesia y después el solar para el puesto de salud. Fue a la fuerza como legalizaron el corregimiento”, dice mientras anota que, con la invasión ganada, Bartolomé Cataño se dedicó a gestionar la llegada de los servicios públicos al naciente corregimiento.
San José de Apartadó es quizás el caso más representativo y emblemático del Partido en la región. No solo había acompañado el proceso de invasión, tal y como lo confesó don Juvenal, en un ejercicio donde él mismo había loteado el terreno con cabuya en mano, sino por el exitoso modelo de trabajo comunal y cooperativo que lo convirtió en la década de los ochenta en un polo de desarrollo social.
“La cooperativa Balsamar fue lo último que se fundó aquí, gestionada por Gustavo Arenas y mi apá. La idea era hacer una cooperativa para el corregimiento. Sus socios y fundadores eran campesinos. Se les compraban los productos a buenos precios y se vendían en la ciudad, siempre pensando en la gente de San José”, recuerda mientras señala las ruinas de lo que fue la iniciativa.

Nos comenta que por ser un territorio con buena producción de cacao, la proyección era que en el año 1998, la cooperativa Balsamar pudiera producir la marca Chocouraba, propuesta que nunca se logró debido a la brutal violencia contra el corregimiento en la segunda mitad de los años noventa.
–¿Quién acabó con San José de Apartadó? – interpeló Yuldor con voz angustiada mientras intenta no perder el foco de su cámara.
–Pues el grupo paramilitar – respondió Laura con vehemencia–. Ese fue el que acabó con los líderes y con toda la gente, que atentó con el proyecto político nuestro aquí.
El Estado siempre estigmatizó a Balsamar de ser un lavadero de dinero guerrillero. Por eso, cuando Carlos y Vicente Castaño, “HH”, “El Alemán” y Raúl Hasbún, líderes paramilitares de las ACCU, se propusieron recuperar a sangre y fuego el territorio, San José y Balsamar fueron uno de sus principales objetivos.
Con la muerte de Bartolo, 20 días después, ocurre una incursión paramilitar en el corregimiento donde caen Samuel Arias, Gustavo Loaiza y otros directivos de la cooperativa. La familia Cataño tomó una decisión dolorosa, huir de la región con rumbo a Pereira. Sin embargo, con orgullo y firmeza, Laura exclama: “Regresamos hace 11 años y nunca más nos volvimos a ir”.
Deuda histórica
Confieso que cuando escuchó a Jesús Cataño, siento orgullo de pertenecer a la UP. Tiene 31 años. Su acento campesino y antioqueño se conjuga con el discurso de un verdadero dirigente. Nos habla de la campaña electoral que acaba de culminar donde no se lograron los objetivos, pero sobre todo habla del futuro de San José, de Apartadó y del Urabá.

“Nuestra estrategia era hablar con la gente. Lo que se viene ahora con lo de los puertos en el Golfo de Urabá seguramente traerá más problemas que beneficios. Se cree que Apartadó va a aumentar la población en unos 100 mil habitantes en los próximos años, mientras escasea el agua que proporciona el río. Son en promedio unos 400 litros de agua por segundo, cuando en el año 1992 este río producía unos 20 mil litros”, resume con preocupación Jesús. Lo que está produciendo el caudal es escasamente lo necesario para mantener la población que hay.
Se siente la nostalgia por el modelo de cooperativa que se intento implementar en la región. Jesús me habla de las dificultades que tiene la población campesina para producir. “A uno le da tristeza porque el campesino se tiene que ir, tiene que dejar la tierra sola, la tierra donde trabaja, porque el producto al no tener vías, ni centros de acopio, pues no sube de precio”, comenta mientras caminamos por lo que sería el parque central del corregimiento, lugar arruinado por el tiempo y la violencia.
El joven dirigente de San José cuenta que en la serranía de Abibe hay riquezas minerales como coltán y carbón. “Eso ya tiene licencia de exploración para Cementos Argos y Carbones El Golfo. Entonces uno ve un fenómeno muy raro aquí, pues muchos predios y fincas no tienen escrituras, negándonos a la legalización del espacio que habitamos. La conclusión que uno saca es que no legalizan para que se facilite la explotación minera que sería la muerte del río. Matando el río, sale perjudicada toda la región”.
Jesús cambia el tema y nos habla de los cultivos de uso ilícito en el territorio, en cómo la prometida sustitución por parte del Gobierno nunca llegó y las dificultades que tienen los campesinos para sacar por trochas cargas de yuca o cacao. También habla de la juventud que abandona el campo en busca de oportunidades.
–Ante este escenario gris, ¿cuál es el futuro de San José? – pregunté mientras observamos el mural dedicado a su abuelo, don Bartolo.
–Es preocupante –contestó–. La serranía del Abibe es una zona estratégica, ningún grupo armado la va a dejar. Aquí salieron las FARC y entraron las Autodefensas Gaitanistas, AGC. Nosotros decimos que con San José tienen una deuda histórica. La calma que se vivió después del proceso de paz se acabó. Han asesinado tres jóvenes en este año. La juventud no quiere quedarse acá. Sin embargo, nosotros seguimos trabajando por amor a San José, sin miedo y con optimismo.

La inexorable pelea bananera
Después del almuerzo y del respectivo tinto, tomamos carretera rumbo hacia La Esperanza, una finca bananera muy cerca al corregimiento de Currulao. Allí, gracias al coordinador de producción, don Mauricio Restrepo, pudimos observar y fotografiar una parte del proceso del cultivo industrial del banano que se resume en cultivo (embolse del racimo), cosecha (corte de fruta y traslado a empacadora) y empaque (desmane, selección de fruta, lavado y tratamiento, rotulado, pesaje y empaque).
Mauricio, antioqueño de pura cepa, y uribista si se lo preguntan, nos comenta que el dueño de la finca es el empresario Nicolás Echevarría, que son casi 170 hectáreas de área cultivada con 70 trabajadores formalizados y con una producción promedio de 7.000 cajas semanales para exportación.

Según la Asociación de Bananeros de Colombia, Augura, el eje bananero produce el 76% de la producción de fruta en el país, alcanzando la cifra de 1.44 millones de toneladas producidas por año a partir de 35 mil hectáreas cosechadas en la región. Para el gremio empresarial, la agroindustria del banano en Urabá genera ingresos anuales por 576 millones de dólares, aproximadamente, y representa el 4% de las exportaciones colombianas.
A propósito de ese eslabón de la economía bananera que se manifestaba ante nuestros ojos, nos reunimos horas más tarde con Bautista Payares, trabajador bananero y directivo del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Agroindustria de Colombia, Sintracol, nacido en Caucasia, Antioquia, quien llegó a la región en el año 1995.
“Yo empecé como comisión obrera siendo de Sintrainagro. Esa época fue dura, porque cuando inicias defendiendo los derechos laborales y después te das cuenta de que el mismo sindicato ayuda para que los empresarios te saqueen, pues te desilusionas”, comenta a propósito del malestar que existe con el sindicato mayoritario, que, como él mismo dice, es empresarial y no de los trabajadores.
Paradójicamente, el criticado Sindicato Nacional de Trabajadores de la Industria Agropecuaria, Sintrainagro, fue producto de la unidad en un momento turbulento de la historia. En épocas de feroz sectarismo, los sindicatos Sintrabanano y Sintagro, este último de influencia maoísta del Frente Popular (años después Esperanza, Paz y Libertad), habían liderado varios pliegos unificados y paros populares en la región.
En 1988 la región hervía de violencia. Los asesinatos selectivos contra la UP, las masacres dirigidas a la base sindical del Frente Popular y la declaratoria de Urabá como zona de emergencia y operaciones militares, que se finiquitaba con la llegada del comandante Jesús Arias Cabrales, conocido responsable militar de la retoma al Palacio de Justicia, configuraban una zona en permanente tensión.
El paro regional contra el gobierno militar, que suplantaba y desconocía la legitimidad lograda por la UP mediante el voto popular en las elecciones de 1988, finalizó con victoria del movimiento social con la caída del carné militar. Este fenómeno tendría una seria repercusión en el movimiento sindical. Por influencia de la patronal, las personerías jurídicas de Sintrabanano y Sintagro fueron suspendidas. Las dos organizaciones tuvieron que unirse y aprovechar la personería de un sindicato olvidado del Tolima: Sintrainagro.
Años después, con el exterminio y expulsión de los comunistas del territorio, la alianza entre los partidos tradicionales, los paramilitares dirigidos por Carlos Castaño, la dirigencia del desmovilizado EPL y los empresarios del banano, convirtieron a Sintrainagro en lo que hoy es: una empresa.

–¿Cuáles son hoy las luchas de los trabajadores bananeros?
–La pelea sindical en la industria del banano no es fácil– replicó Bautista–. Más o menos en la zona del Urabá hay unas 300 fincas o más. Trabajadores directos somos unos 23 mil afiliados e indirectos unos 10 mil. Los directos estamos vinculados formalmente, tenemos jornada laboral fija, salario, salud y cotización a pensión. Mientras, los trabajadores informales son tercerizados por medio de las cooperativas, propuesta que nació del sindicato mayoritario y los empresarios. Nosotros estamos contra eso, ya que es una de las principales luchas desde que nacimos.
Bautista se siente incómodo al hablar de este y otros temas. Me explica en voz baja que ser un activista que va en contracorriente a lo que dicta el empresariado y el sindicato patronal, significa un riesgo. El Urabá se encuentra en aparente calma, pero es mejor no tomar riesgos, por eso buscamos el anonimato del centro comercial.
Sentados en la zona de comidas y acompañados de un café dulce, Bautista continúa explicando las dificultades de la clase obrera bananera. Me habla de los compromisos y acuerdos que se pactan en las convenciones colectivas, de la jornada laboral que debería ser de 48 horas semanales, pero que muchos empresarios violan con jornadas de 10 o 13 horas al día.
La preocupación del obrero bananero urabaense se concentra en las demandas que giran alrededor de la seguridad social. “En esta zona hay muchos trabajadores que tienen 30 o 40 años laborando y todavía no tienen posibilidad de pensión. En la región fue muy importante la convención colectiva de 1985, donde se reconoció los derechos de salud y pensión, pero mucha gente nunca cotizó”.

Me cuenta la historia de una mujer de 78 años que trabaja en una de las fincas de Banacol y que ahora está peleando su merecida pensión. Por muchos años los empresarios descontaron el dinero de la cotización, pero nunca trasladaron ese dinero a los fondos de pensión; la plata se iba a las astronómicas ganancias del empleador. “Un verdadero atropello”, expone Bautista con marcada indignación y rabia.
–¿Cómo está la moral de la gente? – es mi última pregunta.
–Muy buena –contestó–. En lo personal me gusta defender los derechos laborales. Me apasiona esto. No me gustan las injusticias, por eso me opongo a los empresarios y su sindicato mayoritario que por muchos años han vendido nuestras conquistas.
Bautista Payares, de tez morena y de delgada contextura, está despierto desde las cuatro de la mañana. Como militante de la UP tiene una reunión de balance electoral y debe atenderla. La despedida es larga. En Sintracol las cosas no pasan por un buen momento y es posible que exista una ruptura. Bautista insiste en que su colectividad tiene credibilidad en los trabajadores, pero la dirección está tomando el rumbo del sindicato mayoritario. Un espectro recorre el Urabá: el espectro de un nuevo Sintrabanano.
Vivienda digna: ayer, hoy y siempre
Entrada la noche, en una cafetería de Apartadó nos encontramos con Getulio Vargas, exdirigente sindical bananero, exconcejal de Carepa por la UP, militante comunista (pues como él mismo dice, nunca fue expulsado), sobreviviente y exiliado en su propio país, retornado a la región, y hoy directivo de la Cenaprov como responsable del trabajo viviendista en el Urabá.
Oriundo de San Bernardo del Viento, Córdoba, no puede ocultar su ser Caribe sabanero. Amable, dicharachero, sonriente y hablador. Antes de prender la grabadora y la cámara, habla de manera escueta. Al momento de empezar, el compañero se transforma y responde con la seriedad del dirigente. Estamos ante un cuadro formado a la vieja escuela.

“Migré acá a la zona gracias al auge del banano a finales de los años setenta. Empecé a trabajar en finca bananera y ahí conocí Sintrabanano, el sindicato de nuestro Partido”, cuenta Getulio mientras evoca los tiempos de gloria que trajo la firma de los Acuerdos de La Uribe en 1984 que significaron una reactivación del movimiento sindical en el Urabá, con crecimiento de casi 8 mil afiliados.
Recuerda nombres como los de Alberto Ángulo y Albeiro Bustamante. Nos cuenta que salió del territorio, primero en el año 93, regresando en el 95, para irse ese mismo año hasta el 2008. “Después del asesinato del camarada Francisco Giraldo, ya todos dijimos apague y vámonos. Fue muy duro eso, el exterminio era total”.
Decidió regresar porque su lugar está en el Urabá. Luego de pasar por varios trabajos como independiente y de estar cursando una carrera de Derecho, resolvió recuperar el trabajo de la Provivienda en la región. Se escucha motivado, sabe que la lucha por vivienda digna es vigente y justa.
Enumera los barrios fundados por la Provivienda en Urabá. En Turbo están los barrios Jesús Mora, Buenos Aires y Manuela Beltrán; en Apartadó el Policarpa Salavarrieta, El Obrero, Buenos Aires, Santa María, Los Laureles, Álamos y El Estadio; en Chigorodó los barrios Simón Bolívar, El Bosque, Brisas del Río (antes Cenaprov), Camilo Torres, entre otros; y finalmente, en Carepa los barrios Ocamá y María Cano I y II.

“A finales de los ochenta y principios de los noventa se desarrolló un boom de las invasiones. Ese fenómeno social inmenso supo ser canalizado por la Provivienda como una necesidad de legalizar barrios, donde no solo la gente era del Partido, sino gente común y corriente. Hace poco hicimos un inventario, llegando a la conclusión que dimos soluciones de vivienda a cerca de 12 mil personas”, reflexiona Getulio algo nostálgico.
Señala que el trabajo de urbanización popular quedó a medias. El sistemático asesinato y expulsión de líderes viviendistas destruyó un acumulado histórico en el territorio. “Hoy como Provivienda somos reconocidos como víctimas del conflicto y sujeto de reparación colectiva. Tenemos problemas jurídicos con Turbo, Apartadó y Chigorodó. Nos están cobrando más de mil millones de pesos en impuestos prediales. Sin embargo, no desfallecemos en recuperar el trabajo de la Central en el Urabá. Tenemos un proyecto en Chigorodó de urbanización popular que nos tiene entusiasmados. Defenderemos los intereses de Provivienda hasta el final”.
–Como sobreviviente y dirigente histórico de la región– pregunté–. ¿Qué hace falta para recuperar el trabajo en Urabá?
–Una sola golondrina no hace verano– dijo –. Aquí hay que fortalecer el trabajo, hacer cursos, educar, crecer, formar nuevos cuadros. Este territorio es rebelde, solo falta organización.

“Vivas y vigentes”
En una cantina de Apartadó, extenuados y con un par de cervezas Pilsen, observamos la final de la Serie Mundial de Béisbol. Han ganado los Nacionales de Washington. Fue una maratónica jornada en el enigmático eje bananero de Urabá.
Ya en la cama del hotel reflexiono sobre el poco tiempo que tuvimos en la región y las múltiples historias que no pudimos conocer como la difícil restitución de tierras, el problema de los puertos en Turbo, el narcotráfico o el flujo migratorio internacional por el tapón del Darién.
Pienso en los barrios inundados por el desbordamiento del río Apartadó y la solidaridad que ese hecho despertó en el pueblo urabaense. También repaso las conversaciones que tuvimos con Esneda en los diferentes trayectos del día.
Intento imaginar la plaza de Apartadó llena de pueblo ese 30 de junio de 1985, cuando fue lanzada públicamente la Unión Patriótica en Urabá. Fantaseo con el futuro de la región, si personas como Ramón Castillo, Oswaldo Olivio, Oliverio Molina, Arsenio Córdoba, Argemiro Londoño, Diana Cardona, Bernardo Jaramillo Ossa, Hildebrando Lora, Enoc Campos o Hubert Quintero, solo por nombrar algunos, siguieran vivas trabajando por el progreso de Urabá.
Dimensiono cómo fue gobernar en 1992 los estratégicos municipios de Apartadó, Turbo, Murindó, Chigorodó y Mutatá, sobre todo cuando el “Plan Retorno” estaba activado para eliminar a la Unión Patriótica en el territorio. Quisiera saber qué pasó por la cabeza de Nelson Campos, trabajador bananero, directivo sindical y alcalde de Apartadó, durante su injusto encarcelamiento de diez años por la Masacre de la Chinita, un crimen atroz que no cometió.
Pero, sobre todo, como dijo don Juvenal, me da berraquera pensar en la derrota histórica de ese 18 de septiembre de 1996, cuando en la clandestinidad fue disuelto el regional “Israel Quintero” del Partido Comunista del Urabá, que tres años atrás se sentía orgulloso de sus 10 mil militantes.
–¿Qué hicieron el partido y la UP para recibir semejante arremetida de violencia contra su gente? – le pregunté a Esneda López en algún momento del día.
–El delito nuestro fue defender el pueblo y apoyarlo –respondió–. La violencia contra la UP no fue orquestada solo por los paramilitares. Ellos fueron el medio, fueron los que dispararon. Las órdenes venían desde la Brigada XVII, desde los altos mandos del Ejército. La brutal violencia la desplegó el Estado y sus clases dominantes, el Establecimiento de Urabá, porque vieron cómo nosotros estábamos creciendo de manera acelerada. Nos vieron como un enemigo potencial, por eso nos quisieron exterminar. Pero fallaron, acá estamos, vivas y vigentes.



VOZ Territorios Urabá
Directora semanario VOZ: Claudia Flórez Sepúlveda. Directora VOZ Territorios: Carolina Tejada Sánchez. Investigación y redacción: Óscar Sotelo Ortiz. Corrección de estilo: Renata Cabrales – Mónica Miranda. Fotografía: Yuldor Lizarazo.
Agradecimientos: Gabriela Gil, Bibiana Ramírez, Esneda López, María Fernanda Padilla, Diego Benavides, Hernán Durango y Juan Carlos Hurtado, por su apoyo y colaboración.