“Hay una cosa que he hecho siempre en zonas de conflicto: lo primero que aprendí es a levantar la mano y saludar. Yo antes de tomar una fotografía, por un camino a caballo, o a pie, en un bote, saludo, para que ellos sepan que no es un bote con guerrilla o con paras, en un territorio en el que muchos años la gente ha vivido la violencia”: Jesús Abad Colorado
Claudia Ávila
Enfrentarse a las 500 fotos de Abad Colorado, titulada “El testigo”, es como leer por el lado B el álbum de familia de Colombia. La extensa colección de imágenes de las víctimas de la guerra, retratadas por Abad, retumban en medio de la ya subrayada tristeza de los días de la violencia, y lo que preocupa, en medio del empalague del dolor de esas imágenes detenidas en el tiempo, es que nosotros no podemos quedarnos a vivir el tiempo de la foto. La lección es, sin duda, que el dolor de ellos y de ellas es nuestra responsabilidad para el futuro.
Melancolía de la violencia
Trabajos como el de Abad Colorado nos traen una vez más lo injusto de la historia de Colombia a la ciudad. Son las imágenes de un conflicto que ha llegado en formas de desplazamiento, de documentales, por medio de fotógrafos y cuentos de guerra. Un trabajo para nada fácil y siempre producido en medio de tensiones éticas, morales y políticas. El ejercicio del fotógrafo, en estos escenarios, recuerda las palabras de Susan Sontag,1 cuando nos dice que “es a partir del fotógrafo que podemos conocer otras realidades”, pasando éste, el ser humano detrás de la cámara, por el trabajo de presenciar el desastre, de oler la sangre.
Sin embargo, no es el fotógrafo el que queda expuesto en la sala, sino la melancolía de la violencia en el país. El ejercicio puede ser punzante para algunos pues el trabajo de representar temas crudos y delicados, como el conflicto bélico colombiano, puede tomarse como una tarea espectacularizante sobre las víctimas. Entonces ¿cómo tratar el tema? ¿qué tan absoluto es el pasado? El ejercicio de la historia que presenta la exposición, usando fotos y relatos, es delicado y necesario. Permite volver sobre las heridas abiertas, reconocerlas. Arranca el problema de un campo teórico y lo presenta como una enfermedad que combatimos aún y en la que no podemos recaer. Por eso es importante ser crudos, con la verdad de las fotografías, ir a verlas aunque duelan, porque el dolor será potencia creadora, para reconstruir esos lugares en donde no se amó la vida.
La exposición
Pararse frente a las 500 fotos de guerra de Abad, o frente a otros ejercicios de revisión de la historia, permite actualizar el campo de batalla. En palabras de Santiago Castro Gómez, filósofo colombiano, el paso que dimos con el acuerdo de paz consiste en que “en la guerra al contrario se le mata, pero en el debate de la política se tienen opositores, no enemigos”.2
La exposición está abierta desde octubre del año pasado en el Claustro de San Agustín en Bogotá, carrera 8 No. 7-21, a cargo de la dirección de patrimonio de la Universidad Nacional de Colombia. Cuenta con cuatro salas en donde las imágenes pasan por encuadres abiertos, de retratos y de paisajes a blanco y negro entre las épocas de 1990 y el 2002, de ahí en adelante el visitante puede notar la aparición del color en las fotografías y con ello, encuadres mucho más cerrados hacia los rostros de las personas, del paisaje, de las arquitecturas y de otras víctimas de la mano pesada de la violencia partidista, feudalista y militar de este país.
Acompañando la última sala, un árbol aparece de techo a piso, gordo e incómodo. La escultura fue tallada sobre bloques de periódico. La metáfora recuerda la extraña convivencia entre lo fantasmal de la información ofrecida en noticieros versus la falta de conocimiento y confusión en las versiones al respecto, sobre todo en el conflicto vivido en carne propia por las regiones más apartadas y vulneradas del país. El árbol de prensa funciona como recordatorio de la banal y agobiante saturación de verdades y mentiras que rodean al conflicto.
En medio de tan abundante río de calamidades, la colección de fotos de Abad, las raíces del árbol y del conflicto, nos recuerdan con melancolía el realismo mágico de la guerra en la que crecimos y vivimos la mayoría de los colombianos. Raíces nostálgicas que permanecen y permanecerán. Raíces que deben llenarnos de motivos y fuerza motora para ser mejores personas, mejores opositores y vecinos.
Invitación
La exposición continúa abierta. La invitación es a que se den permiso de ir a verla. A no repetir ni permitir estos hechos brutales, jamás. A contemplar la oportunidad de una paz imprescindible y sentir que perder la oportunidad es absurdo. A recordar para superar la oscuridad, para poder vivir, ¡vivir de verdad!, en un país en el que la fotografía de guerra, y sus lágrimas, dejen de ser un trabajo.
Para ver más información de la exposición diríjase a: http://patrimoniocultural.bogota.unal.edu.co/eventos/article/el-testigo-memorias-del-conflicto-armado-colombiano-en-el-lente-y-la-voz-de-jesus-abad-colorado.html
1 Sontag, Susan (2003) Ante el dolor de los demás. Ed. Alfaguara.
2 Castro Gómez, Santiago (2015) Entrevista en “Desde abajo”. Filosofía, política y democracia. Entrevista a Santiago Castro-Gómez. Disponible completa en: https://www.youtube.com/watch?v=gOZaXbkXipM
