Una escalada de ascenso de la derecha latinoamericana, la llegada de Trump a la Casa Blanca, la crisis generaliza del modelo neoliberal y errores de los gobiernos progresistas en la región, han contribuido al desdibujamiento de la integración regional
Alberto Acevedo
En los últimos años, los partidos y movimientos políticos de la derecha latinoamericana han avanzado en forma notable. Algunas veces alcanzando el poder, como en los casos de Brasil, Argentina y Paraguay, en otros imponiendo su agenda en el gobierno, como en el caso del uribismo en Colombia. La oleada progresista en América Latina, marcada con el ascenso de Hugo Chávez al poder, fue una excepción en el mundo y los gobiernos de corte democrático en la región no consiguieron superar el extractivismo y salir de los marcos de la división internacional del trabajo.
En desarrollo de su política internacional, el presidente Trump ha buscado un acercamiento con todas aquellas fuerzas políticas conservadoras europeas, que tienen como base social a los desplazados por la globalización, tales y como los líderes del brexit en el Reino Unido, o la ultraderechista Marine le Pen en Francia. Con el mismo criterio ha estrechado lazos de colaboración con el régimen de Arabia Saudí en el Medio Oriente.
El inquilino de la Casa Blanca aplica una estrategia similar en América Latina. Sus aliados naturales son gobiernos de corte conservador, como los de Argentina, Brasil, Paraguay y Colombia. Y mientras en Europa plantea que el enemigo de la democracia occidental es China, en tierras latinoamericanas dice que el enemigo es Venezuela. Siempre hay que buscarse un enemigo.
Ofensiva generalizada
En el caso de los países conservadores del cono sur del continente, estos se han convertido paulatinamente en quinta columna del imperio para torcerle el cuello al proceso de integración regional contra hegemónico, que surgió a raíz de los planteamientos independentistas y nacionalistas de Chávez, Rafael Correa, Evo Morales y los Kirchner en Argentina.
Y aunque la ofensiva ha sido generalizada contra todos los proyectos de integración democráticos, el eslabón más débil, con la llegada de gobiernos de derecha en Brasil y Argentina, ha sido el Mercosur. Para conseguir ese objetivo, había que expulsar de su seno a Venezuela, que les resultaba un vecino incómodo.
Todos los factores anteriores sumados, en el marco de una crisis global, en que cayeron los precios de las materias primas que exportan los países periféricos, la revalorización del dólar, la pérdida de peso de las monedas nacionales, los países del Mercosur fueron afectados por ese cambio de ciclo de precios produciendo una fuerte recesión en naciones como Brasil y Argentina.
Una integración debilitada
Este escenario económico ha sido terreno fértil para la estrategia de Washington de provocar, primero, una parálisis del Mercosur, y después, ya sin Venezuela, y con una posición pusilánime del gobierno de Tabaré Vásquez en Uruguay, generar el vaciamiento de los objetivos integradores y democráticos del proyecto de integración regional del cono sur del continente.
Los nuevos gobiernos de la derecha le han imprimido al organismo posiciones proclives a la firma de tratados de libre comercio con los Estados Unidos y la Unión Europea, en tanto en sus respectivos países se refuerza el modelo neoliberal de desarrollo. El presidente de Argentina, Mauricio Macri, que ostenta la presidencia pro témpore del organismo, ha logrado un Mercosur profundamente debilitado, que no coordina ni siquiera con el bloque del llamado Parlamento del Sur, Parlasur.
Así, una integración regional debilitada, con Unasur y la Celac a la defensiva, facilita las conversaciones para nuevos TLC, como el que se negocia en estos momentos entre la Unión Europea y el Mercosur, de dudoso beneficio para los pueblos de los países miembros del bloque regional, y de sus economías.
Reformular la integración
En efecto, el pasado 20 de marzo, en Buenos Aires, se llevó a cabo una ronda de negociaciones para un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Es un mercado de enormes potencialidades, hay que reconocerlo, pero también de mayores desequilibrios. La propuesta europea compromete la soberanía nacional en aspectos como servicios públicos, patentes, propiedad intelectual, privatización de empresas públicas, inversiones y competencia. La idea de un acuerdo comercial es una falacia, y lo que se producirá será un sometimiento de las economías de los países del sur del continente.
Ante este deterioro de las condiciones para el desarrollo en la región, economistas expertos y analistas coinciden en la necesidad de reformular la integración de América Latina y avanzar hacia un Acuerdo Económico Comercial Integral Latinoamericano. Al menos, una propuesta en esta dirección fue formulada ya por el secretario general de la Aladi, Carlos Álvarez, quien sugiere una reflexión sobre los rumbos del comercio regional, debido al momento que vive el orden económico internacional, a cuyos efectos no es ajena América Latina.
Otras voces sugieren el reforzamiento de la Celac y de Unasur, que aún no logra escoger el reemplazo de su secretario general, Ernesto Samper. Son retos en los que está en juego, no solo la supervivencia económica y el desarrollo, sino la soberanía misma de la región.