Mi vecino del Partido partió

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Roberto Romero Ospina

Hola viejo man…

A Roberto Romero y sus similares

Luis Milán

Mi entrada a la Juventud Comunista se dio al aire libre de Bogotá. Fue en un parque de árboles y pájaros yendo a su descanso, y bancas para sentarse a conversar al final de la tarde. Venía de mi pertenencia y permanencia al mundo político-revolucionario, cultural y personal de los que queríamos aplicar el universal de “cambiar el mundo para bien y para todos…”, y quienes desde siempre habíamos andado críticamente el mundo que nos vio gatear y marchado en el frente, en alguna variación del para-siempre.

Venía del más allá -en pasado- de la militancia en el camilismo del Frente Unido, y aún de más allá del maoísmo del MOEC. Y en el cada día de todos ésos días, y de muchos de los nuevos días, venía de aquellos amables y sabios mundos como la Biblioteca Luís Ángel Arango, de mi amada Universidad Nacional, de mi trabajo de profesor de Periodismo, Comunicación y Cultura… y de todas las calles, cafeterías, cineclubes, parques, casas, rincones, balcones, que componían lo urbano-existencial de nuestra militancia permanente en el frente amplio de los neomundistas.

Pero sentía la necesidad leninista de organizarse, así fuese en un club de lectura, en un equipo de fútbol, en una banda de amigos de la música de los Beatles, o de la sociedad abierta de los rumba-rumberos… Para participar con miles en el sembrar mundos nuevos, justicialistas, de dignidades… Y todo esto exigía y exige organizarse políticamente.

Después de un periodo prudencial de conversaciones orientadas, confidencias, búsquedas, historias-de-vida, decidí solicitar ingreso a la organización que en mi maduro criterio orientaba todos estos valores y sus correspondientes principios fundacionales: La Juventud Comunista, JUCO.

Solicité contactos a mis amigos que ya estaban en la JUCO, y evadí las confabulaciones de quienes desde una orilla u otra trataban de hacerme desistir de mi específico propósito…

Entonces recibí una cordial invitación desde una voz telefónica masculina, de acento costeño. Y de allí surgió el cuándo-y-dónde: “…el próximo viernes en el parque de Teusaquillo, a las cinco de la tarde. No digamos hora inglesa, sino hora comunista…”, me dijo la voz invitadora, y se acordaron señas de color de ropa, barbas mutuas, una pipa, libros bajo el brazo y un “a la fija que ahí nos identificamos de inmediato…”, más una frase de saludo: tu eres el compañero…”.

A las cinco de la tarde, los recién encontrados, pero seguramente identificados de antiguo, se dieron la mano derecha, se palmotearon la espalda con la izquierda y se sentaron en aquella banca de parque, acogedora a las conversaciones y descansadora a las agitaciones.  Entonces se dio una conversación facilitadora, propositiva, enjundiosa y simpática…

Quedaron militante e ingresante para la segunda cita. Las manos de saludo y palmoteo se despidieron. El recibidor entregó al ingresante el reciente periódico del Partido, Voz Proletaria. Este dijo Gracias compañero, y se reservó el “Ya lo tengo…”

***

La primera cita de militante se dio a los dos días. Llegué el domingo a la cola de visitas de la Cárcel Distrital, en el comienzo del llamado Sur, abajo de la séptima, la línea abscisa cardinal de todas las direcciones en aquella y en esta Bogotá.

En la visita a tres dirigentes de la JUCO allí detenidos después de una movilización, me sentí en un grupo muy especial de esta organización tan especial. Y a la salida después de las despedidas de “…compañero… compañera”, me enrumbé hacia mi casa y hacia mi militancia. El último abrazo de la tarde fue con mi recibidor de la JUCO, a quien llamaría por todos los 37 años después frente a todo tipo de pelotones, El Gran Roberto Romero, y también Gran Ro-Ró, mientras él, a mí como a todos me saludaba de entrada o salida con un legendario Viejo-man’, cercano al inolvidable Hola-Linda, para nuestras éllas

***

Quedamos con Ro-Ró compañeros del día a día, camaradas de ocasiones especiales, viejos manes en lo común y corriente, y amigos en los cruces de las calles, luna-calle sol de la vida y de la militancia comunista.

Y amigos en la propia militancia de tiempo, espacio, modo, que en algunas ocasiones eran frentes activos de lucha por la vida socio-económica del comer, estudiar, pagar, y mucho de ello para muchos y muchas cosas, con una resultante del compartir.

Así una tarde, después de la reunión y antes del tiempo de tienda, sin preámbulos, Ro-Ró me preguntó de dónde-cuándo-con quién y cómo estaba viviendo. En mi respuesta encontró su pregunta siguiente fácil y directa, y coloquialmente argumentada: “viejo-man, quiere vivir conmigo y con una camarada del Partido… allí no más en la Caracas con 47… te queda cerca tu trabajo de profesor en INPAHU, y fácil para tu trote; hay varios supermercados… Ah… viejo-man: y vamos a quedar a la entrada de un barrio de muchos rumbeaderos de los clásicos… como tú dices, de los que se publican en El Periódico de Ayer… Nadie se va a meter en tus cosas, ETC…”, en donde E era de entendimiento, T de tratemos y C de compañeros…

Mi trasteo reducido llegó en el camión estacional al nuevo sitio. Con lo de siempre de gente como uno: Ropa, libros, cama, libros, mesa, libros, baúl, libros, una olla, un plato, una taza, un juego de cubiertos, libros, carteles de nuestra exposición permanente personal; mucha música de la de nuestras trovas, vieja y nueva, nuestro vallenato viejo, nuestro porro, nuestras violetas y mercedes, nuestros Pablus y Arroyos, nuestra música revolucionaria desde las rancheras de la revolución mexicana, La Tortilla de la llamada guerra civil en España, Carlos  Puebla en nuestra revolución cubana, y muchos etcéteras de vida, rumba, tertulia y revolución. Ah, y el viejo Lavoe y sus bandas… Lo demás, que cupo en el camión, pero no en la habitación, se fue a la bodega, siempre lista, en la casa en la que hoy vivo.

Y aquí, en la tonalidad Gabo mayor, tantos años después de aquel 1983, frente al inmenso confinamiento, cuando mi vecino partió, habría de recordar aquella remota tarde en que nos dimos con Ro-Ró a conocer nuestros respectivos hielos, plenos de las miles de luces interiores, y en la eternidad de las trascendencias…

Entonces, en pleno Chapinero sub-Caracas, comenzamos los dos a compartir nuestra vivienda, para fortuna, con una definitiva compañera-camarada-amiga, de quienes son para toda la vida, sin abandonar las dos militancias: la de la política revolucionaria y la de la vida existencial.

Dos años después, Roberto y “quien esto le escribe”, nos trasladamos a otro apartamento sub-Caracas, más largo, más ancho y más profundo en nuestras relaciones de producción vitales y existenciales. Allí hicimos (85-90) de buena manera dos bibliotecas, dos salas de música, dos cafés de escritorio, un café de cocina, una sala-bar de reuniones de amigos y amigas. Y entre los muebles y los días vivían con nosotros nuestros dos afanes, una solidaridad, dos soledades personales -de las de todo el mundo-, y dos poliangustias en el tiempo-espacio-modo de aquellos años, llegando a los 90’s, con todo lo bueno, lo malo y lo feo de vidas generales, con iliadas y odiseas particulares.

***

Ro-Ró iba y venía: periódico, reunión, clases, reunión, cine, universidades, reunión, supermercado, movilizaciones, confrontaciones, debates, cafeterías, librerías, reunión, rumbas, tertulias… Su diligencia cabalgaba por el hacer lo cotidiano para la vida trascendente, doméstica, académica, lúdica, conflictiva… Sí, como todos, pero más y mejor como algunos, haciendo lo mejor posible por construir mundos mejores, y siempre alegres.

Roberto Romero subía y bajaba simbólica y realmente. Entre estas realidades estuvo su trabajo constante y decidido hacia ese horizonte genérico denominado la Paz. Caminos por valles y cordilleras, picos y abismos, y varios desiertos (con sus deliciosos oasis). Periodista presente en las propuestas de conversaciones y diálogos para llegar a aquellos mundos que en nuestros pasados soñamos. Así el periodista-escritor y profesor y político y activista estuvo en muchos foros, debates y simposios frente a muchos de los notables del sistema, al lado de los permanentes en la lucha general. Siempre escuchaba, aportaba, anotaba y reía. De las mesas de trabajo de alturas relativas a los momentos de descanso en el calor vaporoso de las tazas de café o el frío sólido de las botellas de cerveza, en tenidas inolvidables y sesiones interminables, como son las de la gente presente, pertinente y permanente en la lucha por lo constructivo de la vida por la vida, y en el pendular de la existencia… (Persistencia y conciencia que navegando el río de la revolución abocó la cacería de los depredadores históricos, cuando estaba rompiendo rocas esa gran catarata  de la Unión Patriótica. Pero las banderas amarillas con el emblema UP atravesaron el mar rojo y los revolucionarios continuaron su marcha de construcción).

La figura de Roberto en público era la de un hombre de muchas simpatías, exitosas coqueterías y acertadas elegancias en panas, gamuzas y cachemires, frases de humor certero, y sonrisa repartidora de un constante viejo-man.

Roberto Romero vivió como un comunista de una amplia cultura. Enterado de filosofías, artes, políticas, músicas, chismes-chistes, actualidades… Yendo como muchos de la soledad a la solidaridad, de la tristeza al júbilo, del desconcierto a la celebración.

Yo, en mi militancia en la Juventud Comunista, había enriquecido mi aprendizaje político a cerca de los paradigmas del horizonte a donde queríamos llegar para empezar nuestros mundos avizorados en utopías combativas. Había trabajado como periodista en Voz y en Alternativa. En Voz al lado de Roberto, en aquel nicho amable y decido que aplicaba todas las formas del escribir; en aquella trinchera acogedora y alerta, en donde estábamos, hombro-a-hombro y semana-a-semana, en aquel tiempo al lado y al frente con acertados conductores, hoy ya en sus propias monumentalidades, épicas y memorabilidades: Manuel Cepeda, Edgar Caicedo, Carlos Arango, Carlos Lozano…

Habíamos hecho tantos viajes por los mares navegando hacia nuestros nuevos mundos… Roberto había pasado por la Facultad de Filosofía de nuestra Nacional, se movía también como profesor de Comunicación en INPAHU y otras universidades, y había entrado en el grupo-foro de internacionalistas de la Fundación Konrad Adenauer. Había vivido y trabajado en la Unión Internacional de Estudiantes en Praga, desde donde se había movido por todo el campo de los países socialistas y lucharmundistas.

Roberto leía de continuo del pensamiento, de la literatura y de la historia. Cada uno en su escritorio avanzábamos en aquel quinto piso de Chapinero occidental, bajo las nubes y sobre una tierra urbana cada vez más combativa, y cada temporada más represiva y criminal. En una guerra que siempre han apuntalado las élites del poder todoteniente, contra las cuales gentes como Roberto Romero nunca cedieron ni la palabra, ni la dignidad, ni su activismo, pletórico así mismo de contenturas y alegrías, de las que nos llevaban, en nuestras rumbas grupales en nuestros rumbeaderos (Goce Pagano, Merengue-encántico, Quiebracanto…) a gritar con júbilos de noches buenas, consignas como: Patria o Muerte Rumbearemos, o Hasta la Madrugada… Presentes. O a corear a Héctor Lavoe en “Mi gente…”. Sitios de convergencias de las gentes como uno que sentíamos que en el socialismo musical se aplicaba el principio de: de cada uno-una según su carisma, y a cada uno-una según sus felicidades…

Aquel Roberto de siempre se hizo padre mientras atravesábamos aquella bella época. Y con su hijo anduvieron de la mano. Hasta que la mano creciente se hizo pintora, y emigró para pintar el mundo que había ido descubriendo de aquella mano pedagógica, paternal y amiga…

***

Y pasaron los años y nuestros camaradas y compañeros y aliados, y nuestras vidas social-política-afectiva-cultural-lúdica, llegaron hasta estos tiempos en los cuales el régimen decadente ha llegado hasta los bombardeos infantiles, ha llevado la corrupción y el crimen de su decadencia inexorable total “a todo lo largo, a todo lo ancho y a todo lo profundo de su sistema anacrónico”, como lo escribió García Márquez.

Pero las calles físicas y los sitios cibernéticos se han llenado de más y más indignados del mundo, hasta hoy, cuando miles de millones han construído, aún desde sus casas y sus encerramientos, la internacional bienmundista.

Y ahí estamos convergiendo y siguiendo, de todas las condiciones, identidades, alegrías, realizaciones, justicialismos, creatividades, países, colores, voces, músicas, amatorios, padres e hijos, compañeros y compañeras de afectividades… y de todas las mundanidades.

Y uno de todos ellos fue Roberto Romero Ospino, mi vecino del Partido que partió antes de mí…

***

(P.D.-Todo esto lo aprendí en nuestra convivencia de casa a calle, de día a noche, del nosotros. Soy un testigo-amigo que aquí le rinde a Ro-Ró un homenaje de viejos conocidos).

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